viernes, 13 de mayo de 2011

El jazz es así

El jazz es uno de varios caminos que pueden trazarse entre el alma y el sonido, amplio y hondo, y estricto, pero libre. El arte es la generalidad de estos caminos, un orden de transformación de “lo otro” para ajustarlo al proceso de abstracción que ocurre en el interior del ejecutante: el artista. Ese punto en el cuerpo donde surge el arte y esa síntesis química que se convierte en creación nos son inaprensibles. El proceso completo es en realidad inexplicable. Que una pulsión se convierta en movimiento resulta lógico, que el hambre devenga en cacería o en agricultura resulta más bien comprensible. ¿De dónde viene sin embargo la necesidad de convertir la planta en pigmento, y el pigmento en trazo, y el trazo en forma, y la forma en símbolo? Hay algo que nos arrastra a transformar por transformar, para manifestar lo que de otro modo es incomunicable, a involucrarnos con el mundo para que un trozo de esa inmaterialidad que nos habita consiga trascendernos, para que permanezca, para que habite en alguien más. El arte es también sistema, las transformaciones construyen coherencias, y se convierten en lenguajes, es decir en traducción de la interioridad, en algo reconocible, que viaja entre sujetos y se vuelve a conocer, y puebla distintas almas. El arte es una forma más cabal de comunicar, una forma de ser fuera del ser, una expansión, objetual o no, finalmente inobservable, pero a veces, cuando hay suerte, inexplicablemente sensible.

El origen histórico del jazz es una de las piezas clásicas en el anecdotario de los géneros musicales. Prefiero evadir ese aspecto y ensayar otra forma de explicar el jazz, a propósito de un aspecto más antropológico de la música en general. Quisiera hablar de los lenguajes.

Pensar en lenguaje remite inevitablemente a la idea de lengua, de idioma y de cultura lingüística en general. Ello se debe a que la mayor parte de las tradiciones que estudian lo estudian parten precisamente de considerar este tipo de estructuras, u otras que en algún sentido se derivan o se asocian con estas. El factor histórico-social de la modernidad significó el inicio de un modelo de organización que durante cuatro siglos ha reproducido sociedades a partir de hábitos perceptivos e interpretativos predominantemente visuales, lógicos, racionales y lingüísticos. En este contexto la música presupone un paradigma distinto.

Es más difícil distinguir la esencia medular de los lenguajes musicales. ¿Qué significa un acorde de sol mayor?, ¿Qué significa un silencio de tres tiempos justo antes de una explosión de sonidos congruentes?, ¿Qué cambia en el discurso de un acorde en primera, o segunda, o tercera inversión? La respuesta no puede producirse en el universo de los significados trazados por la lengua... por eso inventamos la música. Hablar de los acordes no es escucharlos, el nombre no remite al sonido, y sólo el sonido remite a su propio significado; los significados, por otra parte, son pedazos del signo de Saussure, y Saussure era lingüista, no músico. Hay, en cambio, una equivalencia entre el sonido y el estado de la interioridad del músico y es en esa dirección que debemos buscar el orden interpretativo, la música es una expresión de ciertas regiones de nuestra humanidad que perciben e interpretan desde el sonido aquello que las acciones racionales y lingüísticas no pueden interpretar, las ondas que los tejidos ópticos no captan, las palabras que no están en los idiomas. La música es un idioma para las otras cosas que el alma tiene que decir.

Y luego está el jazz.

El jazz está hecho de la música que no cabe en los otros géneros. Hay música que depende de una fórmula, que funciona por reiteración o por lectura. El jazz es de una especie distinta, los temas, los standards y las piezas son un pretexto para la exploración de estructuras más abstractas, de rítmicas complejas, la armonía está construida para dar cabida al caos de un solo o de muchos solos simultáneos, el tiempo está planeado para ocultarse, para prescindir de él sin perderlo, el tiempo en el jazz es un misterio difícil de explicar, permanece siempre, pero casi siempre oculto, como un esqueleto, invisible bajo capas y capas de tejidos sonoros; la lógica, cuando existe, está disfrazada de locura, está tan plagada de aristas y recovecos que no se parece mucho a la lógica ordenada del resto de la música. El jazz en una música para construirse en el acto, sus reglas están diseñadas para anularse, no son un lenguaje sino una herramienta para construir lenguajes.

Como una oda al caos que edifica por sí misma nuevos versos nunca pronunciados antes cada vez que se enuncia, como instinto, como poder bucear en los abismos más profundos sin tanque de aire, como correr sin dirección. El lenguaje del jazz es complejo porque el caos es complejo, y porque el jazz implica un intento por existir en medio de lo caótico, por sumergirse en la complejidad interior, en ese lugar cualquiera de donde surge la explosión creadora, en esa otredad que nos habita. Para el espectador se trata de una experiencia parecida, hay un mensaje que se transmite en un lenguaje que no se habla con palabras y que se caracteriza por prescindir de otro sentido que el de continuar fluyendo. Pero el mensaje llega, la negociación de la mente con el estímulo insólito, del yo verbal con el yo más fractal de lo no lingüístico, producen al final una sensación de inercia y de saciedad, de libertad casi genuina y de asombro en el mejor de los casos. Porque el jazz es así, como el mar, como el infatigable andar de las montañas, cuando es bueno, es toda una fuerza natural.