martes, 11 de diciembre de 2012

Salvajes, de Oliver Stone



(Incluye Spoliers)

A mediados de año Universal lanzó el nuevo filme de Oliver Stone. A estas alturas ya no se trata de un estreno pero dado que tampoco fue un blockbuster cabe la posibilidad de que usted la haya dejado pasar. En cualquier caso, es una película que acabo de ver y que induce al comentario, una película, digamos, controversial.

En lo personal me gusta el tipo de controversia que genera Olvier Stone. Me gusta porque es tan consistente que no me cabe la menor duda de que lo que refleja es pura honestidad, es difícil encontrar una opinión hegemónica con la que Stone esté de acuerdo, su trayectoria como cineasta incluye réplicas a la legitimidad de la guerra de Vietnam y las versiones oficiales del asesinato de JFK, versiones subversivas sobre gobiernos opositores a EEUU, investigaciones underground de líderes de estado americanos, así como una profunda admiración por las expresiones contra-culturales de su sociedad. En esa consistencia, me parece, se hace evidente un aspecto clave en la personalidad y el cine del director: Stone es rebeldón.

No extraña entonces que en su más reciente producción aborde los temas que aborda. Hay dos que son cruciales: El tráfico de la marihuana y La poliandria. Se trata de temas tabú, del tipo que habita en el limbo que divide la definición social entre el bien y el mal. Los temas se vuelven tabú por su ambigüedad, su tonalidad gris, ese es el primero de dos factores. El segundo es su proximidad, su cualidad casi doméstica. En una sociedad como la nuestra, que condena con severidad y alarma las prácticas extramaritales y las de recreación narcótica, pero que constantemente duda de sus certezas ante la visible omnipresencia del pecado, hay pocos temas que puedan provocar esta clase de picor en la conciencia moral de los consumidores de cultura de masas, incluso si es esa parte snob de las masas que consume películas de Oliver Stone.

La película es tan provocadora que hasta Jorge Fernández Menéndez decidió dedicarle una columna, muy típica de él, en la que el filme termina por ser una apología de sus propias opiniones acerca del tema de las drogas. Es curioso: el de las drogas es el más abordado por la crítica en la prensa, pero en los comentarios de la gente en los diversos espacios de internet el tema que más pasiones despierta es el de la poliandria.

Se dibuja el espejismo de dos películas, en una de ellas la historia es la de dos chicos californianos, exitosos y opuestos que tienen un negocio de marihuana y una misma y guapa novia. El opulento tren de vida del mènage á trois se ve súbitamente interrumpido por la intrusión en el mercado americano de un cartel mexicano, las negociaciones se truncan con un secuestro y el hilo de la acción nos precipita al primero, el más dramático de dos finales. Todos mueren.

La reiterada animosidad de tantos comentaristas cibernéticos alrededor del hecho de que estos dos chicos tuvieran una misma novia obliga, sin embargo, a una segunda lectura de la película. En esta el eje es Ofelia, aka “O”, la chica en cuestión. La historia es parecida pero diferente, hay una semiosis paralela en la que es ella la que tiene dos novios y no viceversa, y en la que la hierba representa un camino a la autenticidad y a la libertad. Definir la autenticidad, por supuesto, es todo otro asunto, y asociarle específicamente con fumar una hierba sería totalmente un despropósito. Puede ser que Stone aborde esto desde un ángulo ligeramente esterotípico, lo cual, lejos de afectar negativamente el desarrollo de la historia, le da matices de fábula y de parábola. Lo relevante es que el motor de los sucesos en la historia, al menos en esta otra película implícita, es la conexión, tan profunda como poco convencional, entre estos seres humanos. No el mercado de las drogas, no el número de personas involucradas en una relación. En ese gran acto de rebeldía que es la obra de Stone, Salvajes es un genuino momento de introspección respecto a las fronteras internas, los límites que habitan en cada uno de nosotros, límites tatuados en nuestras almas por la historia y por la civilidad de nuestra civilización.

Esta otra película tiene también su propio final, bastante menos sórdido y contradictoriamente feliz. El propio director ha hecho comentarios al respecto. La película está basada en la novela homónima del escritor Don Wilson, con cuyo final coincide la primera de las alternativas del filme. Stone lo describe como una salida romántica del asunto, el final correcto para la novela que Wilson escribió pero no para la película que él quería realizar. Así que el director opta por una maniobra narrativa que le permitiera establecer tanto el final original como su desacuerdo con él. El segundo final, el verdadero, redime a los personajes de su heroísmo y les permite perseguir el bien propio: los convierte en anti-héroes. Su triunfo no es el resultado de sus cualidades morales sino de un acierto en su cálculo de las circunstancias. En palabras del director esto le parece más realista. En palabras de un servidor, Stone elige, además, no sacrificar el amor de los protagonistas.

Todo el final, toda esta osadía, tanto formal como discursiva, no viene sin riesgos. A mucha gente no le gustó, es comprensible, no es un final estándar, no está narrado de manera estándar y no dice exactamente lo que le gusta escuchar a todo el mundo. Termina de manera un tanto caótica, esa es la cuestión, si bien no me parece que eso sea un error, porque desafiar un poco a la audiencia nunca lo es.

Por lo demás "Salvajes" ofrece toda la calidad característica de este realizador, algo de ella recuerda a “Asesinos por Naturaleza”, dinámica visualmente y con grandes escenas de acción sazonadas con esa violencia explícita que caracteriza al cine americano y de la que Stone produce una subversión que ya es clásica.

Protagonizan: Blake Lively, Taylor Kitsch, Aaron Taylor-Johnson, Benicio del Toro, Salma Hayek, John Travolta, con la participación (destacada) de Damian Bichir y Joaquín Cosio.

Seas cuales sean sus ideas acerca de la vida, la película garantiza una opinión y deja unas ganas bárbaras de darse un toque. Procuren verla, si son pobres como yo mírenla en Cuevana, si son un poco más afortunados hagan el favor de rentarla o comprarla original para contruibuir al enriquecimiento de una industria opulenta y hostil, no sean un papá pirata.

Abrazos y bendiciones para todos.


jueves, 22 de noviembre de 2012

El Palacio de la Luna, de Paul Auster



Paul Auster no es un autor que necesite demasiadas introducciones, se trata de uno de los escritores cumbre de la literatura norteamericana contemporánea, puede decirse que es una leyenda viviente, una especie de estrella de rock de la narrativa.

El Palacio de la Luna es, a su vez, tal vez la obra cumbre de Auster, un libro que ha sido reseñado en infinidad de ocasiones por lectores mucho más calificados que yo. Así que esto es más bien una invitación a usted, si es que se cuenta entre los despistados que ya ha leído a Auster pero ha dejado pasar este clásico joven por alto, o si bien ni si quiera ha tenido el placer de toparse con este escritor en sus derivas literarias, en cuyo caso le recomiendo no perder más tiempo y adquirir inmediatamente uno de sus libros, de preferencia este.

Les hablo desde la perspectiva de una lectura posterior a otros libros del mismo autor. Cada uno es una joya, labradas en una variedad de géneros en los cuales Auster no carece ni de oficio ni de estilo. En este título, sin embargo, su obra cobra un sentido y una dimensión distintos. Los grandes temas de Auster, asuntos como la injerencia del destino en la vida de los hombres o la experiencia de sobrevivir en el violento mundo, abordados recurrentemente en otros libros, están presentes en este de una manera más cabal y absoluta. Quizás sea la cantidad de ellos en juego en una apuesta narrativa tan ambiciosa, quizás sea la honestidad con la que están entramados, la vulnerabilidad y belleza que terminan reflejándose en el espejo del alma del lector. El libro conmueve, transporta, maravilla.

Se trata de una novela muy norteamericana, pero en caso de que usted sea como yo debo decirle que es del buen tipo de norteamericano. Auster habla de una América tan real que resulta mucho más fantástica que la América ficticia construida por la cultura mainstream. Destaca la visión territorial mística, una fascinación por el mundo perdido de los indios arraigada en la búsqueda de una compresión íntima pero trascendental de la vida en la Tierra. Destaca también la construcción de los personajes, aventureros en el sentido más americano posible, y en el más original también, motivados por una conciencia intuitiva de que en lo desconocido está la respuesta a la pregunta del origen.

Es una de esas obras que podemos llamar Novela Total, un universo hecho a mano que no prescinde ni de amplitud ni de profundidad, un esquema explorado en toda su vastedad. La historia transcurre a lo largo de un siglo y tres generaciones, estructurada con una mecánica de los eventos que aunque por momentos se acerca peligrosamente a la ingenuidad es tan coherente y constante que al final hace de uno el ingenuo: es de tontos creer que la magia en el mundo no existe. En ese sentido la obra es un regalo que no sé si atribuir a Auster, a la literatura o a la vida, un guiño del cosmos que, le aseguro, le vendrá bien en cualquier punto de este largo camino llamado vida en el que nos encontramos todos.

En castellano me parece que sólo circula bajo el sello de Anagrama, en la colección de Compactos y Biblioteca. Libros caros pero buenos, con esa encantadora traducción que hacen los ibéricos del inglés urbano. Detalles, detalles, el libro es un encanto, suerte con él y buen día. 

jueves, 19 de julio de 2012

Un beso así


Finalmente, el día en que mi  ex de siete años me citó para decirme que se casaba con el tipo por el que me había dejado llegó. Era jueves  por la tarde en un café de la Colonia Roma, no era que yo intuyera  que específicamente esa tarde me lo iba a decir, era sólo que el cosmos me había dado un par de indicios, y ella llevaba ya casi dos años con el nuevo tipo. Yo ya había asumido que cualquier día iba a ocurrir, y ese día ocurrió.

Así que respiré profundo. Éramos amigos y me comporté como un amigo, le dije que me daba gusto, que les deseaba lo mejor, que la quería mucho, etc. Creo que casi lo logré, tanto interna como externamente yo mismo me lo creí casi todo el tiempo, y hubiera sido completamente verdadero de no ser por un extraño desamparo que de pronto me invadía y se iba, y que no sé explicar.

Nos fuimos del café  y caminamos un rato por Álvaro Obregón antes de volver a su automóvil. Nos despedimos, nos abrazamos y cerré los ojos porque mi cuerpo quería guardar esa sensación en un registro a oscuras, tan cerca del suyo como fuera posible. Mientras nos separábamos, en un instante que me tomó por sorpresa, nos besamos. Sentí en sus labios (o en los míos) todos los besos que nos habíamos dado y fue como si nunca nos hubiéramos dejado de besar, sentí un montón  de cosas para las que no tengo nombres porque nunca las había sentido, y para cuando el beso terminó mi corazón batía con tanta fuerza que tuve que llevarme un instante la mano al pecho.

Abrí los ojos, ella los abría también, me miraba con un gesto de vago asombro mientras yo hacía un esfuerzo para reconquistar el control de mi rostro, que se había atorado en la posición de beso. Me pasó la mano por la mejilla, abrió la puerta del automóvil y subió al asiento del piloto. Tomé la puerta antes de que la cerrara y como no supe qué más decirle, le pregunté:

- ¿De verdad puedes irte después de un beso así?


Ella lo pensó un segundo y luego contestó:


- Noé, un beso así era el único que nos podíamos dar en un momento así.


Encendió el motor, me miró, sonrió y yo casi sonreí también. Cerré la puerta y me hice a un lado, el auto se alejó sobre Insurgentes con rumbo al sur, bajo la triste luz crepuscular monté la bicicleta y traté de volver a mi vida a toda velocidad, pedaleando como si mi alma dependiera de ello. Quizás sí dependía un poco de ello.

martes, 17 de julio de 2012

Factores de Opresión. El Género 1.1


En cierto libro que leía me apareció una cifra que les comparto. Según un estudio de la Federación de Planificación Familiar de España, en el mundo una de cada cinco mujeres ha sido o será violada en el transcurso de su vida, y una de cada tres habrá sido golpeada o forzada a mantener relaciones sexuales contra su voluntad. La cifra dimensiona un problema muy grave en la civilización que hemos construido que se relaciona con la interacción entre las dos “mitades” poblacionales que nos constituyen: los hombres y las mujeres. El libro, que a la sazón lleva por nombre La Masculinidad Tóxica, revela toda una serie de cifras que finalmente sirven para demostrar un punto: en nuestra construcción simbólica del mundo, la mujer, y la vida de la mujer, tienen un papel secundario y un valor variable, dependientes ambos de un oscilante criterio masculino.

En términos generales el problema del género es hacerlo visible como construcción social, porque toda la educación del sistema nos indica desde el inicio de nuestras vidas que el género es una cosa dada naturalmente. Hay una confusión cultural muy extendida en este sentido que nos conduce a basar en las características físicas de cada sexo las determinaciones sociales, de ahí que los críos que nacen con estos genitales deban ser educados como varones, mientras que las que nacen con aquellos sean educadas como nenas. Es curioso que no se nos eduque como machos y hembras, también es esclarecedor: La educación se verifica en tanto que el desarrollo “natural” es canalizado en un sentido específico, no aspiramos a que nuestros hijos sean unos animalitos con diferencias exclusivamente corporales, nos interesa que se acoplen al esquema social en el que han llegado al mundo, en el que uno es alguien, lo que operativamente quiere decir que uno opina una lista de cosas de sí mismo.

¿Qué se es en esta vida? En primer lugar, se es ser humano, y en segundo se es persona, es decir, se es una construcción social, y el primer rasgo con el que esa construcción social se edifica es el género, o somos mujeres o somos hombres. Sabemos por la historia que a  partir de la diferencia sexual se establece una diferencia social, podemos considerar esto un absoluto. Sin embargo esta diferencia social adopta una amplia gama de hábitos de acción, lo que indica que la forma final de la estructura social-sexual en una cultura dada (el género, en una palabra) es de carácter circunstancial y de ninguna manera absoluto, aun si prevalecen por su gran mayoría los modelos de opresión, similares al nuestro.

Cuando hablamos de Ser mujer y Ser hombre en  realidad hablamos de dos cárceles conductuales, dos definiciones externas que terminan por repercutir en las construcciones internas, por lo tanto en nuestra comprensión del mundo, y finalmente en nuestra interacción con él. Volviendo a las cifras y al libro, una construcción del mundo en la que la mujer es vista como un ciudadano de segunda impone una ruta de interacción específica entre las dos partes del juego del género: la de la violencia. Pensando en ambas cosas, en las cifras y en el juego de género, una pregunta emerge: Si una de cada cinco mujeres habrá de ser violada, y una de cada tres, violentada para aceptar una relación sexual… ¿A cuántos hombres equivale eso?, o para ser más claros, ¿cuál es la proporción de hombres en nuestra sociedad que ha ejercido violencia sexual en contra de mujeres?, ¿cuál es la proporción de hombres que hemos ejercido violencia en general? No es aventurado suponer que será alta, y que si bien no todos los hombres habrán cometido violaciones, muchos, muchísimos, habremos perpetrado actos de violencia de algún tipo en contra de muchas de las mujeres con las que hemos interactuado.

La violencia y el desprecio contra lo definido como femenino es un rasgo muy presente en nuestra civilización, así en lo público como en lo privado, se encuentra en la represión sistémica que los hombres hacen de sus rasgos “no varoniles”, en esa lucha cotidiana por construir una imposible masculinidad cabal, y en formas macabras y exacerbadas, como las reflejadas en cifras presentadas por la UNIFEM, en las que al menos 36 mil mujeres han muerto en México en los últimos 25 años producto de la violencia de género. Pese a todo el alboroto mediático que se ha armado para popularizar una “progresiva” vindicación, apócrifa a final de cuentas, ser mujer es contraproducente en esta sociedad, es vergonzoso y es mortal.

Macabro también es que definamos una dualidad simbólica en función de facilitar que una de las dos partes hostilice a la otra, pero así es. La sociedad establece dos definiciones esenciales de humanidad. Una de esas definiciones implica un valor superior a priori; sólo por discurso, a partir del momento de la diferenciación sexual el hombre es superior. La relación de poder entre hombre y mujer adolece del equilibrio natural de la conducta salvaje de otros animales, y en cambio despliega una construcción humana arraigada en un paradigma segmentado, incompleto y opresivo. Esta relación, en la que el hombre ejerce una hegemonía multisectorial sobre la mujer (económica, educativa, social, sexual, etc.),  debe aún  ser revisada y reestructurada, esto es una deuda histórica de la humanidad hacia sí misma, y la única posibilidad para un futuro en el que no  expliquemos todo el cosmos social a partir de un acto de injusticia elemental.

lunes, 4 de junio de 2012

un día de la vida sin vida


te levantas por la mañana, tu cuerpo está lleno de energía y tu mente está fresca. comes algo y luego tomas café, ahora estás turbo cargado, estás más que listo para ir al mundo y caminar treinta kilómetros, arrancar patatas de los campos, correr detrás de un suculento conejo, o bien para pasear durante horas en medio de un debate mental acerca de la conciencia y el espíritu, o bien listo para enfrentar un activo día en el taller, porque eres artista, o ingeniero, o científico, o algo así de divertido.

pero no es eso lo que haces. en cambio, conduces tu automóvil, o abordas un taxi, o tomas el transporte público rumbo a lo que cariñosamente llamas "tu trabajo".

si eres profesor estoy casi seguro de que no querías se profesor, si eres doctor, estoy seguro de que tu trabajo no es lo que esperabas, si eres abogado, estoy seguro de que no querías ser burócrata, si eres comunicador, estoy seguro de que no querías terminar como la boca que pide dinero a nombre de alguien más. como que te apuesto una cerveza. pero no importa, tienes que ir a trabajar, porque necesitas el dinero, o porque necesitas la validación, y porque no eres un huevón, y porque lo dice dios, y porque es lo que hace el resto de la gente.

ocho horas, que mitigas a ratos con más café, una coca cola, y luego una torta y una tutsi pop, es decir, energía, más energía, más energía antes de volver a tu cajón, a tu cubículo de la frustración. hay que decirlo tal cual es: pasas ocho horas de cada día haciendo cosas que no quieres hacer. no papas, no arte, no espíritu, no cosas divertidas, y no conejos.

cuando todo termina tu mente ya no está fresca, se siente opaca, aturdida, lo está, es muy posible que ese día no hayas escuchado ninguna buena canción, que no hayas leído ningún buen párrafo, no hayas visto ninguna pintura, ni fotografía, ni secuencia cinemática de valor (sea lo que sea a lo que le des valor). es muy posible que tu día haya estado lleno de cifras, de pendientes, de letras en una hoja de texto, de memes que ya habías visto, de conversaciones que ya habías tenido, de pavimento gris, de cielo gris, de olores grises, de sensaciones grises. tu mente, efectivamente, está hecha pedazos.

entonces lo que tú eres se bifurca. por un lado está esa mente tuya, aburrida y, más que extenuada, entumecida. por el otro, está tu cuerpo, que si bien quizá esté cansado por haber permanecido en la misma posición durante el día, no tuvo la oportunidad de sacar toda la energía con la que lo llenaste. tu cuerpo se siente estancado porque las cosas que no fluyen se estancan, y la energía estancada (que los científicos llamarían potencial), es altamente volátil. así que estás deprimido, o gruñón, o ansioso, es decir, estás en un lugar emocional desde el cual tus reacciones a los estímulos del mundo son, digámoslo científicamente, un potencial desmadre.

entonces sientes algo que, si se parece a lo que siento yo, es desasosiego puro, y es particularmente desconcertante porque parece no venir de ningún lugar. es el alma, de la que ya casi nadie habla, pero que noche tras noche te dice que estás haciendo algo mal, que este estilo que de vida que mutila nuestras mentes y engorda nuestros cuerpos, daña además el vínculo entre ambos, la cualidad esencial, pineal o espiritual que nos hace, ya no digamos seres humanos, sino seres vivos, la cualidad volitiva, la pulsión que nos mueve, el deseo de ir a donde está la vida, como girasoles que buscan el sol, lo animal, lo que nos anima. esta civilización, y su ética, y sus modelos políticos y de producción están articulados en una estructura que enferma sistemáticamente el alma de lo vivo a través de perversiones conductuales retratadas bajo la vil etiqueta de normalidad. 

cuando ya no tienes nada que hacer, y en realidad no quieres hacer nada más, no puedes, sin embargo, estar en paz. yo bebo, o fumo un porro, o algo por el estilo. si eres liberal probablemente hagas lo mismo independientemente de tu sexo y edad, si no, y eres un hombre entre los 20 y los 90, es casi seguro que, al menos, bebes, si eres chica entre los 20 y los 50, comes, específicamente azúcar y carbohidratos, si eres chica de clase media o superior y pasas de los 50, es muy posible que tomes pastillas para la depresión, para la ansiedad, o para poder dormir.

al día siguiente te levantas por la mañana y tu cuerpo está otra vez lleno de energía, y tu mente está fresca. la vida es un milagro cotidiano, pero tú eres tonto, y no has aprendido nada todavía.