jueves, 19 de julio de 2012

Un beso así


Finalmente, el día en que mi  ex de siete años me citó para decirme que se casaba con el tipo por el que me había dejado llegó. Era jueves  por la tarde en un café de la Colonia Roma, no era que yo intuyera  que específicamente esa tarde me lo iba a decir, era sólo que el cosmos me había dado un par de indicios, y ella llevaba ya casi dos años con el nuevo tipo. Yo ya había asumido que cualquier día iba a ocurrir, y ese día ocurrió.

Así que respiré profundo. Éramos amigos y me comporté como un amigo, le dije que me daba gusto, que les deseaba lo mejor, que la quería mucho, etc. Creo que casi lo logré, tanto interna como externamente yo mismo me lo creí casi todo el tiempo, y hubiera sido completamente verdadero de no ser por un extraño desamparo que de pronto me invadía y se iba, y que no sé explicar.

Nos fuimos del café  y caminamos un rato por Álvaro Obregón antes de volver a su automóvil. Nos despedimos, nos abrazamos y cerré los ojos porque mi cuerpo quería guardar esa sensación en un registro a oscuras, tan cerca del suyo como fuera posible. Mientras nos separábamos, en un instante que me tomó por sorpresa, nos besamos. Sentí en sus labios (o en los míos) todos los besos que nos habíamos dado y fue como si nunca nos hubiéramos dejado de besar, sentí un montón  de cosas para las que no tengo nombres porque nunca las había sentido, y para cuando el beso terminó mi corazón batía con tanta fuerza que tuve que llevarme un instante la mano al pecho.

Abrí los ojos, ella los abría también, me miraba con un gesto de vago asombro mientras yo hacía un esfuerzo para reconquistar el control de mi rostro, que se había atorado en la posición de beso. Me pasó la mano por la mejilla, abrió la puerta del automóvil y subió al asiento del piloto. Tomé la puerta antes de que la cerrara y como no supe qué más decirle, le pregunté:

- ¿De verdad puedes irte después de un beso así?


Ella lo pensó un segundo y luego contestó:


- Noé, un beso así era el único que nos podíamos dar en un momento así.


Encendió el motor, me miró, sonrió y yo casi sonreí también. Cerré la puerta y me hice a un lado, el auto se alejó sobre Insurgentes con rumbo al sur, bajo la triste luz crepuscular monté la bicicleta y traté de volver a mi vida a toda velocidad, pedaleando como si mi alma dependiera de ello. Quizás sí dependía un poco de ello.

martes, 17 de julio de 2012

Factores de Opresión. El Género 1.1


En cierto libro que leía me apareció una cifra que les comparto. Según un estudio de la Federación de Planificación Familiar de España, en el mundo una de cada cinco mujeres ha sido o será violada en el transcurso de su vida, y una de cada tres habrá sido golpeada o forzada a mantener relaciones sexuales contra su voluntad. La cifra dimensiona un problema muy grave en la civilización que hemos construido que se relaciona con la interacción entre las dos “mitades” poblacionales que nos constituyen: los hombres y las mujeres. El libro, que a la sazón lleva por nombre La Masculinidad Tóxica, revela toda una serie de cifras que finalmente sirven para demostrar un punto: en nuestra construcción simbólica del mundo, la mujer, y la vida de la mujer, tienen un papel secundario y un valor variable, dependientes ambos de un oscilante criterio masculino.

En términos generales el problema del género es hacerlo visible como construcción social, porque toda la educación del sistema nos indica desde el inicio de nuestras vidas que el género es una cosa dada naturalmente. Hay una confusión cultural muy extendida en este sentido que nos conduce a basar en las características físicas de cada sexo las determinaciones sociales, de ahí que los críos que nacen con estos genitales deban ser educados como varones, mientras que las que nacen con aquellos sean educadas como nenas. Es curioso que no se nos eduque como machos y hembras, también es esclarecedor: La educación se verifica en tanto que el desarrollo “natural” es canalizado en un sentido específico, no aspiramos a que nuestros hijos sean unos animalitos con diferencias exclusivamente corporales, nos interesa que se acoplen al esquema social en el que han llegado al mundo, en el que uno es alguien, lo que operativamente quiere decir que uno opina una lista de cosas de sí mismo.

¿Qué se es en esta vida? En primer lugar, se es ser humano, y en segundo se es persona, es decir, se es una construcción social, y el primer rasgo con el que esa construcción social se edifica es el género, o somos mujeres o somos hombres. Sabemos por la historia que a  partir de la diferencia sexual se establece una diferencia social, podemos considerar esto un absoluto. Sin embargo esta diferencia social adopta una amplia gama de hábitos de acción, lo que indica que la forma final de la estructura social-sexual en una cultura dada (el género, en una palabra) es de carácter circunstancial y de ninguna manera absoluto, aun si prevalecen por su gran mayoría los modelos de opresión, similares al nuestro.

Cuando hablamos de Ser mujer y Ser hombre en  realidad hablamos de dos cárceles conductuales, dos definiciones externas que terminan por repercutir en las construcciones internas, por lo tanto en nuestra comprensión del mundo, y finalmente en nuestra interacción con él. Volviendo a las cifras y al libro, una construcción del mundo en la que la mujer es vista como un ciudadano de segunda impone una ruta de interacción específica entre las dos partes del juego del género: la de la violencia. Pensando en ambas cosas, en las cifras y en el juego de género, una pregunta emerge: Si una de cada cinco mujeres habrá de ser violada, y una de cada tres, violentada para aceptar una relación sexual… ¿A cuántos hombres equivale eso?, o para ser más claros, ¿cuál es la proporción de hombres en nuestra sociedad que ha ejercido violencia sexual en contra de mujeres?, ¿cuál es la proporción de hombres que hemos ejercido violencia en general? No es aventurado suponer que será alta, y que si bien no todos los hombres habrán cometido violaciones, muchos, muchísimos, habremos perpetrado actos de violencia de algún tipo en contra de muchas de las mujeres con las que hemos interactuado.

La violencia y el desprecio contra lo definido como femenino es un rasgo muy presente en nuestra civilización, así en lo público como en lo privado, se encuentra en la represión sistémica que los hombres hacen de sus rasgos “no varoniles”, en esa lucha cotidiana por construir una imposible masculinidad cabal, y en formas macabras y exacerbadas, como las reflejadas en cifras presentadas por la UNIFEM, en las que al menos 36 mil mujeres han muerto en México en los últimos 25 años producto de la violencia de género. Pese a todo el alboroto mediático que se ha armado para popularizar una “progresiva” vindicación, apócrifa a final de cuentas, ser mujer es contraproducente en esta sociedad, es vergonzoso y es mortal.

Macabro también es que definamos una dualidad simbólica en función de facilitar que una de las dos partes hostilice a la otra, pero así es. La sociedad establece dos definiciones esenciales de humanidad. Una de esas definiciones implica un valor superior a priori; sólo por discurso, a partir del momento de la diferenciación sexual el hombre es superior. La relación de poder entre hombre y mujer adolece del equilibrio natural de la conducta salvaje de otros animales, y en cambio despliega una construcción humana arraigada en un paradigma segmentado, incompleto y opresivo. Esta relación, en la que el hombre ejerce una hegemonía multisectorial sobre la mujer (económica, educativa, social, sexual, etc.),  debe aún  ser revisada y reestructurada, esto es una deuda histórica de la humanidad hacia sí misma, y la única posibilidad para un futuro en el que no  expliquemos todo el cosmos social a partir de un acto de injusticia elemental.