domingo, 24 de enero de 2010

Ensayo: ¿Dónde está la economía?

¿Dónde está la economía?

 

Hay cosas en el mundo sobre las que casi nunca pensamos y sobre las que deberíamos pensar más, hay al menos ciertas preguntas que deberíamos hacernos, preguntas que de hecho hicimos en algún punto y que luego por alguna razón (por alguna respuesta o por falta de ella) dejamos de hacer. Una de esas preguntas fundamentales es: ¿qué es la economía? Esta es una relectura, a medias semiológica, a medias histórica, y a medias filosófica.

La economía, por principio de cuentas, es un Fenómeno, y en realidad un conjunto de ellos a partir de los que se establece la gran categoría general de Economía. Lo anterior, por otro lado, significa que la Economía, o para ser más precisos El Fenómeno Económico, es un segmento de la realidad constituido por distintas partes entre las cuales un observador es capaz de encontrar una relación. Hacer esta aclaración es vital dado que esencialmente ninguna de las categorías con las que clasificamos el mundo está en él factualmente, todas ellas son consecuencia de la voluntad semiótica (epistemológica incluso) del hombre. El fenómeno económico es, así, una forma de nombrar a un conjunto de cosas que suceden en el mundo. ¿A quienes suceden? Bueno, la respuesta más simple y más tonta para esa pregunta sería decir que la Economía le sucede al Hombre (y a la Mujer, claro). No, la Economía le sucede a la Vida, y de hecho, para una primera definición no necesitamos ir mucho más lejos: La economía es el conjunto de relaciones que un organismo sostiene con un entorno, así como la administración que el organismo hace de esas relaciones.

La etimología (esa mala costumbre que algunos tenemos) dice algo digno de consideración. Economía es el resultado de dos palabras griegas, la primera de ellas es Oikos, que significa Casa, y la segunda es Némo, definida por algunos como Ley, pero cuyo significado en realidad es más próximo a Dominio. Traducido al castellano, Economía significa Dominio de la Casa, el domino del espacio habitacional por parte de un organismo, lo cual me parece que es ser ya suficientemente claros. La casa, sí, el lugar en el cual se está y los asuntos que tienen que ver con él. La forma más básica de economía es la que ocurre en el nivel celular, la célula existe en un balance de emisión y absorción de sustancias del ambiente, a veces un poco de oxígeno, a veces proteínas, a veces excrescencias, bióxidos, monóxidos, alcoholes, lípidos, y etcéteras diversos. El caso celular nos permite establecer un par de cosas más: Primero, la economía no persigue un fin, ocurre simultáneamente al acto de la vida, el Fenómeno Económico es de hecho uno de los elementos que caracterizan a los seres vivos, la Economía es pues una función vital. A mi me parece que el Fenómeno Económico admite muy pocos atributos más en su caracterización operativa. Es justo decir que no hay una naturaleza económica, las relaciones económicas que los organismos establecen con el entorno (que bien puede estar compuesto por otros organismos) dependen de las características de ambos, aquí la palabra clave es Adaptación, lo que nos lleva a conjeturar un poco más: La Economía pertenece al conjunto de acciones que el organismo lleva a cabo para adaptarse a su entorno, agrego A lo largo de un proceso vital, y agrego Ininterrumpidamente.

El tejido, un montón de células apiñadas en un espacio breve, es una forma de economía celular, pero también lo es la amiba solitaria y valiente que vive en la tubería, un espermatozoide, un óvulo, y una mórula, establecen relaciones económicas bien distintas con ambientes también de lo más disímiles. Economía es fumar, comer y hablar, y en realidad todo hacer conlleva un componente económico básico: Se hace en un entorno, en un espacio, que para generalizar llamamos Oikos, El Mundo pues.

Frente a lo anterior, sin embargo, nos encontramos la noción más generalizada que existe de economía. Me interesa por ejemplo la expuesta por RAE. Las primeras tres acepciones (de siete) que la Academia reconoce son las siguientes:

 

Economía:

1. f. Administración eficaz y razonable de los bienes.

2. f. Conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo.

3. f. Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.[1]

No es difícil encontrar una relación clara entre la definición básica que hemos establecido de Economía y la que el diccionario nos ofrece. En ambos casos está contemplado el factor administrativo, y en ambos casos ese ejercicio administrativo está orientado al objeto-mundo. Los nombres del mundo en ambas definiciones son, sin embargo, muy distintos y semánticamente lejanos. Nosotros hemos entendido al mundo como entorno, como el lugar habitacional, RAE en cambio propone, acepción por acepción, una Economía con características quisquillosas. La primera, por ejemplo, califica a la administración como Eficaz y Razonable, que son términos tan vagos como innecesarios en el enunciado que tenemos enfrente, términos allegados en tal medida a un paradigma que casi son términos moralizantes; el mundo (el objeto administrado) aparece bajo el nombre de Bienes; Razón, Eficacia y Bienes son los tres ejes aparentes de la Economía. La segunda acepción claramente establece que el Mundo, aquí llamado Riqueza, es susceptible de posesión, y que esa posesión constituye el rasgo fundamental en la normalidad de las relaciones económicas. La tercera acepción, finalmente, hace dos cosas importantes, primero supone a la economía como a una Ciencia y luego la hace la Ciencia de la Satisfacción de las Necesidades, y si eso no fuera suficiente se da además el lujo de hacer de los Bienes (¡Del Mundo!) algo Escaso. Puestos los elementos como están, la tercera acepción no es más que un mal disfraz para la Ley de la Oferta y la Demanda, una mala broma tal vez.

El diccionario es un buen punto de partida para entender por qué casi nadie sabe un ápice de Economía. El libro de la Academia, junto a una serie de otros actores ideológicos (instituciones y sistemas educativos, estructuras mediáticas, aparejos burocráticos, por nombrar algunos) nos han convencido de algo: La Economía es difícil de entender, algo así como cuando en algún rito de tortura medieval un pagano se convencía de que los caminos del Señor son misteriosos. El proceso es complejo y está tan lleno de aristas que casi es circular. Lo primero que quiero observar es la falsa relación de inherencia que el Sistema Publicitario Occidental ha querido establecer entre Capital y Economía.

Nuestra sociedad (y casi todas las sociedades del mundo contemporáneo) rige su Coexistencia Económica (la serie de adaptaciones hechas por los organismos para administrar sus relaciones con el entorno) mediante un sistema abstracto de ideas llamado Capitalismo. El mecanismo operativo capitalista es más o menos el siguiente: El Fenómeno Económico se transforma radicalmente por la participación de un nuevo agente, el símbolo del dinero. En oposición, por ejemplo, a los sistemas de trueque, o semi-monetarizados, en los que el mundo ya está representado como un bien de cambio, y en contradicción con los sistemas de autoconsumo (por razones obvias), el sistema capitalista generó el Símbolo Riqueza, y su expresión material, la Divisa Económica: Dólares, Euros, Pesos, etc. Divisa por cierto no significa otra cosa que emblema: el dinero es un Emblema de nuestras relaciones con el Entorno, el símbolo único de cambio, o en otras palabras el símbolo único de acceso al Mundo.

El capitalismo, en todos los casos, se instaló (y se instala aún) mediante la violencia. Sus mecanismos de reproducción social son, en cambio, mucho más creativos: una enorme batería de instituciones que en general se dedica a divulgar ideas razonables (pero sólo razonables), parciales, y plagadas de omisiones acerca de la realidad, y de los parámetros con los que la realidad es medida en todos los órdenes: moral, político, intelectual y económico. Hay, pues, una moral capitalista que fomenta (o impone) principios básicos como El Trabajo, El Patrimonio, El Matrimonio (desde luego), La Familia Nuclear, Los principios del Consumismo, entre otros. La Política Capitalista en general se autoproclama Democracia, un oxímoron redondo. La generación de conocimiento es también regida por principios que parecen lógicos, principios de lucro y de incremento del acervo de capital, pero que sólo abordan lo que una Intelectualidad Capitalista permite abordar, el Intelecto no cabe aquí sino como Fuerza de Trabajo, redituable, repetible, y estandarizable, La Ciencia (en oposición a la Filosofía, la Filosofía Científica, o a una especulada Ciencia Filosófica) resulta un perfecto ejemplo. Una Economía Capitalista, finalmente, es una Economía en la que las relaciones con el mundo se reducen a las relaciones con el dinero. La interacción sufre la intervención previa del Símbolo Riqueza, este símbolo, bajo este sistema, es universal: el dinero compra el mundo, el mundo se convierte en pedazos acumulables e intercambiables (Bienes), y el dinero se regulariza como la forma final (dicen ellos) de Administración, algo así como un Absolutismo Adaptativo.

Este modelo de cosmovisión capitalista (el conjunto de paradigmas sobre los cuales se organiza) logró exacerbar la Economía Simbólica a través de Perspectivas Epistemológicas cada vez más lejanas de la Economía Real. En realidad lo que hizo fue generar un sub-universo capitalista de la Economía: El Mundo de las Finanzas, el mundo conceptual de los pagos y las obligaciones que los pagos generan, la serie de pactos que se requiere de la sociedad para el establecimiento de una organización así, y la enorme cantidad de Poder Financiero que estos pactos permiten a algunos sectores hegemónicos.

A continuación quiero caracterizar al dominio de lo Financiero como una cortina de humo de doble función. La primera de ellas consiste en una de-secularización del pensamiento económico formal, es decir, aquel mediante el cual es posible participar en el debate económico público. Lo anterior, sin embargo, tiene un peso muy significativo cuando se le contextualiza. El no acceso al debate económico en un sistema social cuyos paradigmas se desprenden totalmente de una doctrina económica (el Capitalismo) equivale al no acceso a la discusión mediante la cuál se deciden los mecanismos por los que es posible acceder al Mundo, ni los parámetros de su valuación (el Valor del Mundo), ni las reglas de su intercambio.

La segunda función que quiero señalar es la de la Despersonalización de las Operaciones de la Macro-Economía. El Universo Simbólico Financiero libera un lenguaje y un conjunto de ejes cognoscitivos por medio de los cuales los grupos hegemónicos establecen una justificación teórica para un conjunto de Operaciones Financieras, es decir Operaciones Meta-Simbólicas del Capital, bajo reglas, usos y métricas casi monásticos, por lo herméticos, pero también por lo que ambos tienen de mítico. El precio del petróleo por ejemplo, depende en términos generales tanto de la cantidad de petróleo aportada al mercado por los diversos productores, como de la demanda global del hidrocarburo, y hasta este punto todo tiene un sentido más o menos lógico. Esa lógica, sin embargo, esconde mucho más de lo que aclara, un enunciado en esos términos intenta reducir el complicado proceso de la cotización del petróleo a algo como un fenómeno natural, el precio del petróleo se convierte en una Fuerza Mayor, aleatoria e impredecible. La valuación del petróleo, sobra decirlo, no es un acto de magia y no hay nada místico en él. Por lo demás, la oferta del petróleo no depende tanto de factores Económicos como de determinaciones humanas que pueden atribuirse a personas de carne y hueso. Las Organizaciones Petroleras del Mundo, pese a la madeja de tratados y acuerdos internacionales, están regidas por una poco concurrida parroquia de grandes magnates y un conjunto de gobiernos relativamente pequeño a lo ancho del globo, que operan, contra toda apariencia, por pura arbitrariedad. Cuando alguno de los grandes productores tiene ganas de provocar un desbalance global lo único que tiene que hacer es aumentar o reducir su producción, la guerra del Golfo Pérsico, por ejemplo, tuvo un origen de esta naturaleza: Kuwait rebajó los precios y aumentó la extracción, Irak, en plena crisis económica, y también productor de petróleo, optó por la intervención militar, Estados Unidos se apersonó en Medio Oriente, expulsó del territorio ocupado a los iraquíes, y consumió a precios rebajados la sobre-producción de crudo de Kuwait. Así de arbitrario.

El fenómeno de Ilusión Natural es, sin embargo, una constante en el discurso Financiero, está en las transacciones de cambios accionarios como la presencia del azar, como si invertir fuera un poco de apostar y un poco de saber perder. La realidad del mundo accionario es otra, los grandes actores presentan una farsa al público en la que cada uno de ellos tiene un rol asignado y un papel en el Mundo Corporativo, aleatorio sólo en apariencia.

Fenómenos como la depreciación de una moneda, lejos de accidentes o  contingencias, constituyen de hecho medidas económicas en algunos Países, México entre ellos. El valor de una moneda está determinado por la riqueza que respalda a esa divisa, así, si en Noestonia (mi casa, que es republicana, y es casa de ustedes también) hay un conjunto de bienes cuyo valor es de cien pesos, y el banco de Noé emite cien monedas de un peso, el valor que representa la divisa es equivalente al valor total de mi riqueza. En un caso así no hay devaluación. Pero si un día alguien entra en mi casa y se lleva la mitad de mis cosas, de pronto la situación de mi moneda se hace inestable, de un momento a otro el valor real de mis pesos es mitad verdad y mitad mentira. También puede ocurrir que me permita emitir una cantidad extra de monedas para ser intercambiadas con el mundo exterior. La moneda, por esto o por aquello (y en México suceden ambas simultáneamente), no representa una riqueza respaldada. Hay tres medidas posibles ante una situación así, la primera de ellas, la audaz, es la revaloración de los bienes nacionales, la adquisición, o la creación de nuevas riquezas hasta cubrir el valor negativo de las existentes. Esto generalmente implica un proceso de Inversión, en carreteras por ejemplo, desarrollo tecnológico, vivienda, servicios de salud, o en nuevas empresas (inversión vía excensión fiscal, o estímulo económico). Otra posibilidad es retirar de circulación el excedente de divisas no respaldadas, operación que, claro, resulta impráctica porque casi nadie está dispuesto a entregar dinero a cambio de una explicación más bien pobre, más bien carente de sentido: Es que la mitad no vale para nada. La tercera medida es, propiamente, la Devaluación, o la anulación de parte del valor de una moneda; el banco central de un país (que no la providencia de Dios) establece una tasa depreciativa, y la acción es ejecutada por las instituciones financieras a lo largo de un periodo de tiempo, hasta alcanzar un valor monetario estable, lo que de ningún modo se traduce en beneficios para la población que, en cambio, enfrenta un alza en los precios, y una pérdida de poder adquisitivo.

Ante los procesos anteriores, el resultado es casi siempre el mismo: el Endeudamiento nacional. Hay dos tipos de deuda, ambos ampliamente discutidos en la esfera pública, y ambos, por lo general, poco explicados. En primer lugar tenemos la Deuda Interna, que no es otra cosa que justamente la consecuencia directa de la sobre-emisión de divisas no respaldadas. Cuando un país tiene un órgano emisor privado (como el caso de Estados Unidos y la Reserva Federal) la deuda se establece entre la ciudadanía y un grupo de capitalistas. Cuando, en cambio, el emisor es un órgano público (Mexico tiene a Banxico, que es autónomo, pero cuya gobernación es designada por el Ejecutivo Federal) la deuda es de la ciudadanía hacia la ciudadanía misma. Yo no alego que ello tenga sentido, pero así es como funciona. La Deuda Externa, por otra parte, es una consecuencia de la deuda interna, y aparece cuando ante la incapacidad de un gobierno por fortalecer la riqueza nacional, el país recurre a un préstamo del exterior. La deuda, entonces, se ajusta a tasas de interés que ya no están bajo el control del banco central, sino regidas por organismos internacionales, como el FMI o el Banco Mundial. La Inversión Corporativa funciona también como un mecanismo aparente de generación de riqueza interna. Esta apariencia, sin embargo, es cuestionable. Ocurre algo parecido al juego del Turista: Un país se esmera por conseguir un número posible de servicios básicos (en el juego: las casitas, una representación tanto de la población, como de la posibilidad productiva de esta) con el fin de ser un blanco atractivo para las empresas inversionistas. El endeudamiento interno, por ejemplo, puede ser una respuesta a este fin, un gasto de lo que no se tiene para obtener una ganancia superior en el futuro. El problema con la inversión corporativa es que, pese a que efectivamente genera empleos, y a que efectivamente hace circular dinero entre la población de una sociedad determinada, no agrega valor a la nación, no se trata de un bien fijo, sino de una contingencia que depende, en mucho, de la laxitud de un Estado (la élite gobernante) frente a los propietarios (porque los hay) de una corporación.

Hablemos pues de ese otro actor, la Corporación. La figura de la Corporación es un símbolo de legitimidad en el mundo del capitalismo y particularmente del Neoliberalismo. Una Corporación, por ejemplo tiene el derecho de exigir concesiones arancelarias a un gobierno si considera que su oferta de trabajo puede traducir esas exenciones en un “tipo de inversión” para generar riqueza en el país. Felipe Calderón habla de cosas parecidas recurrentemente, y de hecho construyó toda una campaña electoral con base en promesas de ello. Prestaciones posibles a una corporación son el desarrollo estatal de infraestructura, o la facilitación de recursos naturales; en acciones concretas (acciones públicas, acciones de gobierno): desviación de ríos, construcción de carreteras que conectan pueblos con parques industriales, concesión de tierras expropiadas a comunidades que pasan de vivir en una economía autónoma y más o menos realista, a depender de fuentes de ingreso determinadas por intereses internacionales. Discursivamente las acciones son defendibles: El mundo es así, dicen, y así es la Economía. El problema es que en este discurso cabe al menos una mentira grande y fundamental: Una Corporación NO agrega valor a un país, no por sí misma, y no sólo “porque sí”. En cambio, el hecho de que un grupo de inversionistas tenga la posibilidad de trazar por su cuenta una parte de la agenda pública de un gobierno establece un marco de grave desprotección a la ciudadanía, la economía real, determinada finalmente por la Economía Financiera Global, es relegada a un segundo plano, y sus propiedades básicas son re-sintetizadas por la intervención de un sistema económico basado en principios muchas veces incompatibles con la naturaleza primaria del modelo económico al cual reemplaza, incompatible con la sustentabilidad, por ejemplo, e incompatible, a fin de cuentas, con todo aquello que no sea también capitalista y neoliberal. A partir de aquí es posible hacer una distinción entre dos clases sociales no concebibles en un sistema que fuera realmente Democrático: Ciudadanos de Primera, con acceso irrestricto al capital ficticio del mundo financiero, injerencia en el gobierno de una nación, y poder para cambiar las reglas a placer en ambos universos, el Estatal y el Corporativo. Y el resto de nosotros, los Ciudadanos de Segunda, contribuyendo en mayor o menor medida a la preservación de un Sistema Económico falaz, hegemónico y desempoderante.

¿Qué es un Sistema Económico? Bueno, hay algunas nociones explicadas en el marxismo. Un Sistema Económico puede caracterizarse básicamente por la relación existente entre los Medios de Producción y los Modos de Producción. Medios de Producción es todo aquel sector del universo físico que entra en juego para el proceso de Transformación de la Naturaleza en un artículo de Valor Transformado: un Bien. En este rubro encontramos la Fuerza de Trabajo Humana, los Recursos Naturales o Materias Primas, y los Mecanismos Tecnológicos de Transformación, las máquinas. Modos de Producción, por otro lado, es el término que denomina las Relaciones Sociales a través de las cuales los Medios de Producción son administrados, y están a su vez vinculados a otro concepto básico, la Propiedad. Hay una relación, en todos los casos, entre propiedad, medio de producción y modo de producción, pero no en todos los casos la relación es la misma. Esencialmente podemos hacer una distinción entre dos mecanismos distintos: Cuando la propiedad de los medios es de orden comunitario (otra forma de leer la no-propiedad) las relaciones sociales de la producción (es decir, los Modos) tenderán a adoptar una estructura horizontal. Cuando la propiedad esté, en cambio, centralizada en uno o en pocos individuos, las relaciones serán siempre verticales. Lo anterior, por lo demás, no impone otras determinantes. De la horizontalidad y verticalidad de un Sistema Económico (un sistema de producción) no se sigue a priori una relación intrínsecamente calificable como mejor o peor, ni en sus resultados numerales, ni en la siempre subjetiva evaluación de las relaciones sociales que se tracen en él. Un modelo vertical puede repercutir en un Sistema Económico que después de un primer salto hegemónico se convierta en un ejemplo semi-democrático de igualdad y prosperidad, si bien para verificar un sistema así haría falta un propietario altamente salomónico. Un sistema de relaciones horizontales no garantiza, a su vez, ni la sustentabilidad social ni la productiva, y nada le impide arrojar como resultado una muy democrática miseria colectiva.

Lo innegable, luego de tantas cosas discutibles, es que un Sistema Económico establece un Sistema Político en relación directa con la Propiedad de los Medios de Producción. Puesto en otras palabras, los Modos de Producción son parte de la base primaria de un sistema social de convivencia, es decir la serie de patrones que rigen La Polis, la ciudad, el estado, y el Mundo Público: Los Modos de Producción son el primer elemento superestructural del sistema desde el cual una sociedad opera en conjunto (como un macro-organismo) para adaptarse a su ambiente, son, de hecho, el inicio de un Sistema Operativo, o un conjunto de símbolos alrededor de los cuales se organiza la cosmovisión social. A continuación analizo la relación que se ha establecido históricamente entre Democracia y Capital como sistemas de adaptación.

El sistema político demócrata es originalmente incompatible con el sistema económico capitalista por una razón muy sencilla: el orden que se establece en los modos de producción es hegemónico, hay un poseedor y un desposeído, un explotador y un explotado, el primero impone sus reglas, y el segundo las obedece. El término explotación es altamente significativo en este análisis. En el paradigma capitalista el objeto de explotación es el mundo poseíble (como dice RAE), es decir, los Medios de Producción. Hemos establecido también que dentro del rubro de los Medios de Producción está incluida la Fuerza de Trabajo Humana, el motor de la transformación del Mundo en Bienes de consumo. La Fuerza de Trabajo, así, no es más que un eufemismo para hablar del hombre como parte del mundo explotable. ¿Cómo es entonces que se establece en un orden económico de este tipo, un sistema político llamado Democracia, que en buen castellano significa Gobierno o Poder del Pueblo (TODO el pueblo)? El paradigma es simple, pero la urdimbre de sutilezas necesarias para explicarlo es exasperante e inacabable. Yo intentaré abordar el tema desde la perspectiva del sistema Republicano.

Parto nuevamente de la etimología. República se desprende de dos palabras ya no griegas sino latinas: Res y Pública, o Cosa Pública. El término, así, alude, más que a un país, a un Espacio de Convivencia en el cual los Convivientes poseen, todos en la misma medida, el espacio compartido. El mecanismo clave, y la principal determinante del tipo de república observada es la Ley, una república se caracteriza por una ley unitaria aplicable al conjunto de los participantes de una sociedad, es mediante la ley que la igualdad entre los ciudadanos se vuelve no sólo obligada, sino institucional y por lo tanto factual. Las particularidades legales de cada República pueden hacer de éstas democráticas o no, hay repúblicas despóticas en las que la ley se traza desde un escaño superior y se vierte sobre la ciudadanía, y hay también repúblicas tiránicas en las que la ley se avoca exclusivamente a la voluntad de la clase dominante. Una república democrática, en cambio, se caracteriza generalmente por ser representativa, lo que quiere decir que su vida institucional es un reflejo de la voluntad ciudadana y que la ley (los acuerdos de convivencia) pertenece a todos. A esta ley, que proviene de un sentir colectivo, la conocemos bajo el cultismo de Contrato Social, y su forma operativa es La Constitución Política. Los eventos se ordenan más o menos así: Una nación decide inclinarse por el camino de la democracia, así que convoca a un congreso de representantes para elaborar una Constitución Política que enmarque la ley bajo la cual la ciudadanía elige coexistir. El congreso constituyente redacta un documento que contiene el contrato y lo emite para que un Poder Ejecutivo lo haga valer mediante la implementación de acciones públicas (acciones de gobierno). Asimismo, la república genera un tercer poder, el Judicial, que se ocupa de sancionar las violaciones al contrato. La república, con sus tres poderes, se instituye como un mecanismo social de acción cuyo eje es la igualdad entre los ciudadanos, la igualdad ante la ley popular.

La convergencia entre república y capital ocurrió como un fenómeno europeo y simultáneamente a una serie de movimientos socio-políticos entre los siglos XVI y XIX, cuyo resultado fue el Mundo Moderno. Los reinos y los imperios se transformaron en estados nacionales, el feudo se convirtió en capital, el vasallo en empleado, el noble en patrón, y el derecho divino mudó de forma hacia el derecho racional, derecho burgués en realidad, no menos arbitrario, pero en el origen sí más posiblemente universal. La intervención Estatal en la vida económica también se vio obligada a modificarse, y de hecho a borrarse del esquema social, la tradición Absolutista, en la que los grupos hegemónicos tenían al mercado por rehén se disolvió en una oleada de escuelas revolucionarias del pensamiento económico. A mediados del siglo XVIII surgió en Inglaterra una particularmente significativa: El Liberalismo. Generada por el escocés Adam Smith, y extensamente influenciada por la Escuela Fisiócrata (o de la ley natural aplicada a los fenómenos económicos), el Liberalismo abogaba por el Mercado y la Empresa Libres, por la propiedad Privada, y por el Contrato Individual. La doctrina, así, es originalmente una reacción en contra de los reguladores Aristocráticos del mundo económico público y en este sentido también constituye una apuesta, si no por la Democracia, sí por un paradigma económico Republicano, es decir, un marco de acción económica igualitaria. En las tesis liberales el egoísmo humano (liberado) es la clave para la estabilidad, para el desarrollo y para la prosperidad.

Durante los años siguientes hubo gente inteligente que habló en términos muy elevados de la nueva doctrina. Los Ilustrados Franceses la tomaron por una solución económica paralela a las soluciones políticas que ellos mismos habían diseñado para los problemas de las sociedades nuevas. El Liberalismo, sin embargo, padecía de al menos dos grandes inconsistencias, una de ellas filosófica, la otra pragmática. La Economía Liberal carece de conciencia de su relación con una tradición muy Europea, y si se quiere ir más lejos, muy Británica. El Protestantismo como imperativo ético es una cualidad sine qua non del Neoliberalismo funcional, pero no una condición natural en el hombre, ese egoísmo planteado, orientado a la productividad y a la generación de Capital, ese Egoísmo-Mano Invisible que tiende y hace tender al balance, sencillamente no es absoluto. Max Weber, unos ciento veinte años más tarde, haría un análisis extensivo de tal realidad justamente bajo el título La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Esta inconsistencia, esta suposición equívoca de la naturaleza humana, también es perceptible en la Ilustración Franco-Inglesa, el movimiento que generaría el libro y la guerra más importantes de su siglo, partía de un supuesto loable pero cuestionable: El Hombre (Todos los Hombres) es razonable, y la Razón es una sola.

El error pragmático (aunque es posible que no haya sido un “error”) parece, o me parece a mí, una consecuencia de lo anterior. El esquema operativo del Liberalismo supone a un conjunto de participantes comerciales en igualdad de condiciones, esta igualdad se desprende de la prerrogativa básica de la Libertad de Mercado. En la praxis, sin embargo, se verifica casi lo contrario, lo que tampoco es para sorprenderse. El problema estriba en que, en toda Europa, y a esas alturas también en el resto del Mundo, ya había gente que era dueña de los medios de producción y gente que no lo era, ello no cambió por la implementación de las nuevas normas, no hubo una redistribución de la riqueza existente para que todos comenzaran con un acceso igualitario a los recursos productivos el nuevo camino hacia la prosperidad. El Liberalismo, visto en retrospectiva, no significó mucho más que la des-estatalización de la economía. No, no todos los hombres eran igual de egoístas, no todos eran igual de protestantes, y no todos tenían (aparte de su Fuerza de Trabajo) con qué participar en el nuevo mercado.

Durante los siguientes dos siglos el mundo sería testigo del proceso de expansión liberalista. Los países Americanos, por ejemplo, toda vez independientes de los yugos imperiales, y apoyados ideológicamente por la Ilustración, hicieron un esfuerzo por integrarse a una dinámica que paulatinamente se hizo global. Lo que me interesa apuntar es que, si bien el liberalismo se extendió (y se impuso) a lo largo del mundo, no todo el mundo estuvo de acuerdo. El siglo XIX, por ejemplo, dio pie a teorías bastante encontradas con el capitalismo en general, hablo sobre todo del Comunismo, del Sindicalismo, y del menos difundido (y mal) Anarquismo. Este trío de grandes perdedores históricos tenía como común denominador una serie de paradigmas específicamente antitéticos de la Economía Liberal. El Comunismo establecía como base de su sistema la propiedad comunitaria de los medios de producción, el Sindicalismo incorporaba mecanismos de control sobre el mercado, mecanismos ejercidos por los trabajadores, los Verdaderos Productores. El Anarquismo, finalmente, de plano negaba la estructuración fija de un modelo económico, quizás porque como yo, Kropotkin (que es el Marx de esta corriente) opinaba que la economía está hecha de fenómenos y eventos persistentes, continuos, y no de reglas, y menos aún de las reglas de algunos.

El siglo veinte vio guerra tras guerra de resistencia al capitalismo y al liberalismo, resistencias a veces discursivas y a veces auténticas, y guerras épicas en casi todos los casos. Una de las primeras fue la nuestra, la afamada Revolución Mexicana, cuyas fracciones zapatista y villista estaban abiertamente en contra del poder del capital. Zapata exigía la intervención del Estado en la re-distribución socialista del medio de producción más básico para una sociedad de campesinos: la tierra. Villa, aunque menos explícitamente, estaba también preocupado por la protección de la ciudadanía trabajadora, creía por ejemplo en el control de los precios, creía en la enseñanza pública, y en una utilización socialmente responsable de los impuestos, una política fiscal orientada a corregir un problema fundamental: la pobreza. Por ahí, encalvados en el olvido, estuvieron también los Flores Magón, demócratas y anarquistas, que al final es casi lo mismo. Todos ellos, y todas esas ideas, quedaron fuera del proyecto final de nuestra nación.

En mil novecientos diecisiete, en Rusia, ocurrió la que quizás haya sido la lucha más representativa contra el Capitalismo. Su resultado fue la URSS, un experimento que duró casi un siglo y que partía de un ideal llamado Dictadura del Proletariado, o del pueblo trabajador. El ideal, más pronto que tarde, desapareció, pero la URSS quedó para la historia. En mil novecientos cuarenta y nueve, luego de un par de décadas de guerra civil, China se unió al bloque mundial de países comunistas, luego, diez años más tarde, Cuba hizo lo propio y sufrió por ello un bloqueo económico convocado por Estados Unidos, que así enunciaba un mensaje muy claro: la única libertad posible es la capitalista. El bloqueo continúa hasta el día de hoy, y también la resistencia cubana.

No, no todo el mundo estaba de acuerdo. Rusia, China y Cuba son los ejemplos visibles, los afamados, pero no los únicos, los movimientos de izquierda en Asia generaron dos guerras famosas, la de Korea y la de Viet Nam, y varias más de baja intensidad, América Latina, por otro lado, no ha parado de luchar y no ha dejado de ser salvajemente reprimida, la guerra Sandinista no la recuerda casi nadie, pero ocurrió, en Chile hubo un Allende, asesinado por cierto un fatídico once de septiembre, el Che Guevara murió peleando una revolución en Bolivia, y en México un presidente enfermizo ordenó la matanza de varias decenas de estudiantes que pedían un país (y acaso un mundo) libre del poder totalitario del capital. Ahí está Antorcha Campesina, ahí está el EZLN, o la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, o los frentes campesinos de Atenco, y ¿qué tal esos otros tipos de insurgencia que van más allá de cualquier forma institucional reconocida, a los que tipificamos mal, y vagamente, como delincuencia?, ¿qué son el terrorismo, o el narcotráfico, o el secuestrismo, o el comercio informal, o la evasión de impuestos, o el robo común, si no esquemas de lucha contra de un sistema económico imposible?

Pero el capital no remitió. El hijo deforme del liberalismo se llamó Neoliberalismo y se propagó por el mundo sobre todo a partir de la década de mil novecientos ochenta. Más que una nueva escuela, el Neoliberalismo fue una consecuencia lógica de las tendencias económicas del último siglo y medio. Si uno analiza las “nuevas” reglas del juego, se dará cuenta de que son esencialmente las mismas, hay un énfasis en la propiedad privada y en los mercados libres. La percepción sobre el Estado interventor, sin embargo, ha variado un poco, los neoliberalistas no la desechan cuando se traduce en subvención o en rescate de los grandes núcleos del capital, un ejemplo reciente: las automotrices estadounidenses, un ejemplo indignante: el fobaproa.

La economía liberal tuvo como principal resultado el crecimiento de la riqueza de algunos productores, y un poco después la concentración de los recursos de producción. Quisiera simplificar este proceso a través de un diagrama operativo. Supongamos que en un espacio geográfico coexisten dos productores de maíz, uno de ellos escasamente más acaudalado que el otro. Un día, un vocero del gobierno anuncia que a partir de ese momento la economía queda inscrita en la dinámica liberal de comercio, las obligaciones que tenían, las prohibiciones, y las regulaciones han sido recortadas al mínimo pensable, y buena suerte para los dos. Tanto para el productor A (el acaudalado) como para el productor B la noticia significa un alivio, tienen sin embargo fines distintos para el uso de la nueva libertad, ahora que el gobierno ya no le impone ni un mínimo ni un máximo de producción, A da inicio a un cultivo exhaustivo, B, en cambio, mantiene su tonelaje en el estimado tradicional, complacido con el placer sencillo de la reducción de impuestos. A aprovecha el superhabit de su riqueza e invierte en maquinas de riego, en tractores, y en empleados, y hacia el final de la temporada obtiene una producción mucho mayor que la de B. A reduce el precio de su maíz, y B sufre para ser competitivo. Luego de tres temporadas más, la situación de B y de su granja se vuelven insostenibles, la producción de A es capaz de solventar las necesidades del mercado por sí misma, sus costos son más bajos, y sus resultados son “financieramente” mejores, de hecho avasalladores. B vende su tierra al productor agigantado, A aprovecha para extender su mercado al pueblo siguiente, invierte en transportes, paga al gobierno para que construya un par de autopistas, compra más tierras, contrata más empleados (quizá B sea uno de ellos), y la espiral se reproduce. Ese fue el principio básico de la conducta liberalista. El Neoliberalismo es lo que ocurre inmediatamente después. El eje del libre mercado transita hacia la globalidad, esto es llamado La Macroeconomía y constituye un conjunto de operaciones financieras que, bajo una lógica que yo no comprendo, comienza a regir la vida pública (es decir, la de nosotros, que no somos Macroeconómicos), sin la intervención de gobierno alguno (y los gobiernos son los órganos de representación populares), a lo largo y ancho del planeta. A, o quizá los hijos de A, finalmente llevan las operaciones de su Corporación Granjera (ya no una granja, sino de muchas) al panorama nacional e internacional. No sólo se apoderan del mercado interno, sino que trascienden las fronteras nacionales y comienzan a apoderarse de otros mercados, en el proceso absorben o arrastran a la quiebra a los productores menores, pero también imponen un nuevo sistema económico, y con ello un Sistema de Vida, porque transforman los Modos de Producción, los re-orientan hacia el crecimiento constante (en realidad perpetuo), o los condenan a muerte. La quiebra no significa la incapacidad de producir, sino la imposibilidad de competir con un productor mayor. El Neoliberalismo, así, no implica sólo un mercado libre, sino una constante expansión de este, y la libertad, por lo demás, queda supeditada a la existencia de capital. Un capitalista es libre de invertir, un productor tradicional no lo es.

Lo que he querido establecer a través de este brevísimo análisis histórico es una sola cosa: El Capitalismo y el Neoliberalismo no son una obligación, no son la normalidad, y mucho menos son un sistema económico-político estabilizador, o saludable, o deseable siquiera. Basta observar la dualidad existente entre Estado y Capital para estar completamente seguros: el Estado se ha convertido en un vasallo de las Corporaciones, hay una tendencia pertinaz a complacerlas, un rumbo no popularmente electo de protección gubernamental a los intereses de un grupo de grandes inversionistas bajo la fachada del sistema del libre consumo. La libertad es en realidad una obligación, no es que seamos libres de consumir, es que estamos obligados a ello, el consumo es un requisito para el crecimiento, para el progreso, y para la generación de capital, para el enriquecimiento, para la competencia, y para la acción en general. Los parámetros ideológicos están atados a un Sistema de Producción del todo incomprensible, incontrolable, e irreal, porque parten de Modos de Producción originalmente verticales, y luego mitificados, explicados y justificados hasta lo absurdo. La vida ha quedado regida por reglas que nos superan, que están en un plano del mundo al cual no tenemos acceso, pero que es capaz de limitar o ampliar (arbitrariamente) nuestro ámbito de acción social. El Universo Financiero nos ha llenado la cabeza de ideas equivocadas, nos ha hecho pensar que la economía es algo que reside más allá de nosotros, que contiene reglas intrínsecas y que esas reglas son inmutables. En realidad no lo son, cambian de acuerdo con la voluntad de unos cuantos, y basta un vistazo para notarlo, y para poder aseverarlo. Sus consecuencias, sin embargo, están en todos lados, ¿quién de nosotros logra evadirse del poder totalitario del capital?

¿Dónde está, entonces, la economía? Yo sostengo que no es donde nos han dicho, sostengo que la economía no tiene que ver con el dinero, no tiene que ver con el consumo, ni con el incremento del capital a nuestra disposición. La economía verdadera, la que en verdad nos es intrínseca, la que nos viene por estar vivos, está en la capacidad de continuar vivos.

La crisis económica que inició a mediados de dos mil nueve no fue una crisis real, en el mundo no dejó de haber recursos productivos, y la fuerza de trabajo, la fuerza de transformación del mundo que está en nosotros los hombres (y en nosotros, las mujeres), no se extinguió, el trabajo, de hecho, no cesó. Las crisis económicas, si el lector decide creerme, no son mucho más que el final de un ciclo de enriquecimiento, llega un punto cada tantos años en el que el capital es incapaz de reproducirse más, los grandes núcleos del poder financiero retiran del mercado los recursos simbólicos que median el acceso al mundo, le quitan valor al dinero, disparan los precios, recortan las existencias, incrementan los intereses, o los reducen. El mundo sigue estando ahí, pero su explotación ya no es lucrativa, ya no permite ampliar el mercado, ya no es capaz de sostener el crecimiento. El neoliberalismo, cuando no crece, colapsa, y las crisis económicas son colapsos programados, sintéticos, edificios que caen hacia dentro, con ingenieros sonrientes a lo lejos.

Este texto es una relectura de información que están tan al alcance de la mano como él mismo. Háganse un favor, tecleen neoliberalismo en google y lean un par de artículos, y permítanse opinar, piensen en ello de camino al trabajo, y piensen en ello unos minutos antes de dormir. Si mi suposición no es un desatino, no van a tardar mucho en darse cuenta de que todo en nuestra forma de vida gira alrededor de la gran mentira financiera, la gran patraña de la acumulación de bienes, de artículos de riqueza, de infraestructura para el crecimiento, de acervos, de documentos, de información, de tecnologías, y de sobrantes etcéteras. Nuestro trabajo no gira en función de la supervivencia, sino en función de la generación de capital, ¿pero qué es el capital?, ¿dónde está?, ¿y qué poderes tiene que es capaz de impedir la producción de alimentos?, ¿por qué recibe más atenciones de mi gobierno que yo?, ¿o por qué el capital me importa más que el oikos?, ¿por qué me importa más que mi hogar?, ¿por qué depende de él que yo haga, que yo sea, que yo exista?

Hay preguntas que no deberíamos dejar de hacernos jamás.



[1] Las siguientes cuatro son muy parecidas a las tres que presento. RAE incluye, al final, una serie de acepciones particulares. La primera de ellas, acotada como zoológica, hace un gesto suave de imparcialidad: Conjunto armónico de los aparatos orgánicos y funciones fisiológicas de los cuerpos vivos. Y luego diez más como las siete primeras.

viernes, 8 de enero de 2010

Cuento: ¿Quién te ha hablado de las Calles de Haití?

¿Quién te ha hablado de las calles de Haití?

 

I

Cuándo nos juntábamos a beber Saúl, Irma, Valeria y yo (aunque ni Irma ni Valeria bebieran mucho), era frecuente que Saúl comenzara a hablar de motos. Una de sus anécdotas favoritas era la de una mañana de cuando tenía seis años en la que despertó con el eco de un sueño todavía en los oídos; el sonido, claro, venía del mundo real. Saúl se incorporó, se frotó los ojos y siguió pendiente del rumor que parecía perderse y que entonces, súbitamente, se hizo más fuerte, Saúl se acercó a la ventana de su habitación y sacó la mitad del cuerpo, el ruido venía directamente hacia él, en una esquina apareció la figura de un motorista y bajo él algo que Saúl defendía como una aparición casi milagrosa: una moto que te cagabas, decía. 

Irma, por otra parte, detestaba ese tipo de charla, no sólo opinaba que las filias por los aparatos y los motores eran básicamente pueriles, le parecía además que la peor de las aficiones en ese sentido, la más peligrosa, la más violentamente estúpida, era la de las motocicletas. Iba enojándose poco a poco mientras sus palabras construían el andamiaje que debía convencer a Saúl de su gran equivocación, hasta que aquel, medio risueño, medio ebrio y medio loco por Irma (que cuando se molestaba lucía muy apetecible), se lanzaba sobre ella y comenzaba a morderle suavemente el cuello mientras le gritaba con voz afectada: sométete mujer, sométete. Irma rompía en una carcajada que al principio era sólo gritona y que, poco a poco, se iba transformando en feliz.

Saúl, por lo demás, era un tipo bastante normal, había nacido y crecido en el DF, lo mismo que sus padres y sus abuelos, había terminado de estudiar a los veintisiete años, uno antes de que Valeria y yo lo conociéramos, y se dedicaba a las relaciones públicas de la empresa de su hermano mayor. La historia de Irma, por otra parte, era un poco más compleja. Su padre era argentino, su madre en cambio era de Haití y era negra. Ambos habían llegado a México en calidad de exiliados, él en los setentas a Puebla, ella en los ochenta a Mérida, y se habían conocido en el Distrito Federal, en una convención de lo que quedaba a esas alturas del Partido Comunista. Se enamoraron, se casaron y se quedaron a vivir ahí, tuvieron a Irma y, cuatro años más tarde, tuvieron a Imanti.

Irma y Valeria tenían quince años cuando se conocieron. Estudiaban en la misma preparatoria y del segundo al sexto semestre tuvieron al menos dos materias comunes. Empezaron por hacer equipo para algunas tareas pero pronto comenzaron a reunirse sólo por el placer de estar juntas. Tanto Imanti como Irma habían heredado del padre el color de la piel, pero la madre había marcado al benjamín con los rizos de su raza y un poco con la forma de la nariz. Irma en cambio era casi idéntica a la abuela del señor Domínguez, que era italiana y era muy bella. A veces, cuando los visitaba, Valeria se encontraba con Imanti y con su madre charlando en la sala, en francés; nunca vio a Claire (la madre) hablando en francés con Irma, pero una noche en que se había quedado a cenar, mientras volvía del baño le pareció oírlas susurrando algo en una de las habitaciones de la planta baja. Valeria no se acercó a escuchar, pero no pudo evitar permanecer quieta ahí mismo durante unos instantes más antes de darse cuenta de que lo que llamaba su atención era el idioma, que no sonaba ni a francés, ni a ninguno que recordara haber escuchado. Le tomó tiempo dejar de pensar en ello pero incluso cuando lo logró el hecho de que en Irma habitaba otra Irma se había hecho irrefutable. Cambiaba sutilmente si estaba con su madre, aunque a Valeria no le quedaba claro exactamente en qué, su postura era distinta, también su voz y su forma de hablar, como si sus palabras fueran nuevas, recién inventadas, todavía indómitas, Valeria sencillamente no lo entendía. A veces se sentía como una completa extraña entre los miembros de aquella familia, algunas otras tenía la sensación de que en realidad ellos se sentían igual de extraños, que habían aprendido a vivir así, siendo extraños unos de otros. 

Pasó el tiempo y algunos eventos se desencadenaron. Una tarde en medio de una reunión familiar, Calire Hyppolite se desplomó sobre la duela de la sala, aparentemente acalorada por las bebidas de la sobremesa. Todos comenzaron a reír; en el suelo, Claire también reía, o parecía hacerlo. El señor Domínguez se acercó a ella e intentó levantarla pero resbaló y cayó también, las risas aumentaron. Domínguez se incorporó y lo intentó nuevamente, sólo entonces se dio cuenta de que Claire estaba inconciente, estaba, de hecho, muerta.

Valeria tenía recuerdos bizarros del velatorio. La concurrencia era, por principio, bastante más intercultural de lo que cualquier mexicano está acostumbrado a ver, en un extremo del salón había una docena de familiares y amigos del señor Domínguez, de los que al menos cinco debían ser también sudamericanos, quizás otros tres mexicanos, y el resto, europeos. En un rincón, en un sillón solitario, estaba Imanti, de doce años, callado, con la cara rara y bonita y el pelo hecho un desastre. Y luego estaba la poca parentela de Claire que había podido hacer el viaje desde la isla: su madre y dos de sus hermanos. La presencia de esos tres personajes, sin embargo, bastaba para inundar la habitación con una atmósfera sobrecogedora. Valeria contaba: No me parece que hubiera una sola cosa en la que ellos y yo fuésemos parecidos, sus cuerpos eran distintos, se movían de otra manera, como en un mundo diferente que yo no veía pero ellos sí. Me quedé mirando durante mucho rato a uno, estaba de pie junto a su mamá (la mamá de Claire) y tenía la vista fija en un punto de la pared de enfrente… (Valeria hacía una pausa, decidiendo como seguir)... comencé a imaginarme esa isla del caribe en la que viven los hijos de los esclavos africanos de los franceses y los españoles, en ese fenómeno inconcluso de la historia, ¿te imaginas viviendo en un mundo así de lejano, de desconocido?, ¿quién te ha hablado alguna vez de las calles de Haití?, Y entonces entendí que ellos sí que se movían en un espacio distinto, y que donde yo veía algo ellos veían otra cosa, que en su sangre debía latir otra memoria, En la sala sólo el señor Domínguez lloraba, la abuela estaba sentada en una silla, con un hijo a cada lado, Su solemnidad no parecía perturbada, estaba haciendo algo que debía hacer, eso me pareció, que su solemnidad era un deber riguroso, honroso incluso. En un momento dado Irma se acercó a ella, se acuclilló a sus pies y se puso a decirle algo en el mismo idioma que yo le había escuchado hablar con Claire, le tomó tres o cuatro minutos decir lo que quería, la abuela escuchó y finalmente negó con la cabeza, Irma insistió con un hilo de voz a punto de desbordarse pero la abuela negó de nuevo, le tomó el rostro entre las manos, la acercó a su boca y le besó la frente, le dijo algo más muy cerca del oído y volvió a apartarla. Irma se levantó, se quitó una lágrima del ojo, y se alejó tranquila hacia donde estaba Imanti, sin molestar más a la vieja. A Valeria le quedó una cosa en claro de ese diálogo del que no había entendido una palabra: había una parte en Irma que podía moverse en ese otro mundo, en el de su madre y su abuela, que a veces podía verlo al menos.

Irma y Valeria siguieron siendo amigas y terminaron juntas la preparatoria, luego Irma se fue a estudiar a Francia, Valeria se quedó en México y dejaron de verse por varios años. En ese lapso Valeria y yo nos conocimos y comenzamos a salir. Irma, por su parte, estuvo un tiempo en Europa y más tarde se fue a encontrar con su padre y su hermano, que habían vuelto a Argentina. Se quedó ahí unos meses y un buen día decidió que quería regresar a México y al DF. Valeria y ella se reencontraron y yo la conocí; ella conoció a Saúl, se gustaron y también comenzaron a salir. A mí entender Irma y Saúl se querían, no me parece que a ninguno le molestara la idea de seguir con el otro en el futuro, o en esa vaga idea de futuro con los cabos sueltos que muchas veces se usa para navegar por la vida. Lo que queda ya lo hemos dicho: a veces nos reuníamos y charlábamos, y bebíamos, las mujeres con moderación, y a Saúl le daba casi siempre por sacar lo de las motos, entonces Irma se molestaba,  etcétera.

 

II

Ocurrió muy temprano por la mañana. Yo estaba sirviéndome el café, el teléfono sonó, contesté. Bueno, dijo la voz, Hola Irma, dije yo, ¿Está Valeria?, preguntó, No, anoche durmió en su casa, ¿no contesta su celular?, No. Luego hubo silencio, yo entendí que algo andaba mal, pregunté qué sucedía y ella contestó: Saúl tuvo un accidente. No respondí ni le pregunté nada más, me quedé callado, esperando, suponiendo que estaba por escuchar algo que no quería escuchar. Se murió, Carlos, dijo Irma finalmente, se murió en una moto.

Me tomó cerca de hora y media comunicarme con Valeria, que a esa hora se había ido ya a trabajar y que, en efecto, había dejado el celular en casa. Su reacción fue muy similar a la mía, repitió un par de veces que no podía ser, le dije que lo entendía, lo habíamos visto pocos días antes, eso quizás lo hacía más inverosímil, Saúl ni siquiera tenía una moto, por un momento pensé que todo se trataba de una broma bastante atroz, a Valeria le pasaba algo parecido, aunque eso lo confesáramos tiempo después, en ese momento las cosas resultaban demasiado súbitas. Quedé en pasar por ella a las cuatro y me alisté para arreglar algunas cosas antes del servicio. Pensé en Irma y quise llamarla pero me contuve porque supe que no tendría absolutamente nada que decirle.

No supimos más hasta esa tarde. Fuimos los primeros en llegar a la funeraria, poco a poco fueron haciéndolo algunos de los familiares, y luego el hermano mayor de Saúl y sus padres. La señora Arriaga se dedicó con entereza a recibir los pésames de la concurrencia, el señor Arriaga, en cambio, estaba deshecho. Tan pronto pasamos a la sala que la familia había reservado, se sentó torpemente sobre uno de los sillones, muy cerca del féretro y se puso a fumar, pasándose los dedos por el bigote gris, incapaz de contener ataques de llanto, frotándose los ojos con furia y encendiendo otro cigarro, y luego volviendo a perder la mirada y a hundir los dedos en el bigote. Ariel Arriaga (el hermano mayor de Saúl) se sentaba a ratos junto a él, y él a veces le correspondía con una palmada sobre la pierna y una sonrisa a medias, pero no se atrevía a mirarlo.

Irma llegó alrededor de las ocho en compañía de un muchacho muy alto, muy guapo y muy raro, y una vieja menuda y negra: Imanti y la madre de Claire. Se dirigieron primero a donde estaban los señores Arriaga y los saludaron, Irma presentó a su hermano y a su abuela. Cuando le hubo contado a su padre lo que había sucedido, al señor Domínguez no se le ocurrió una mejor idea que llamar a su suegra y pedirle que viajara a México, compró los boletos y puso también a su hijo en un avión, y a ambos les encomendó que se encargaran de la hija por la que, sabía, él no podía hacer mucho más. El señor Domínguez tenía claro algo que yo, en ese momento, comenzaba a adivinar. Imanti era un muchacho de veintidós años con rasgos negros y rostro blanco, con el pelo ensortijado y oscuro, y los ojos claros, con la espalda muy ancha, una postura impecable, y una presencia que sobresalía mucho pero que no perturbaba. La abuela por otro lado no debía llegar al metro con sesenta y parecía incluso más pequeña porque estaba jorobada, tenía el pelo blanco y corto, igual de ensortijado que Imanti. Saludó a la madre de Saúl con un gesto muy moderado de la cabeza y, con sus nietos, se fue a ocupar un puesto en el perímetro de la sala. Irma se sentó en una silla y a su lado se colocaron el hermano y la abuela, tenía los ojos hinchados pero ya no lloraba, la vieja le pasó la mano por el cabello, ella respiró profundo y enderezó la espalda. Valeria me dio suavemente con el codo en el brazo, ese era el mismo cuadro que ella había visto, la otra Irma.

Irma nos saludó con un gesto que por un instante venció la distancia que había entre ella y nosotros, luego el gesto se desvaneció. Ella no se levantó de su sitio, tampoco Valeria lo hizo, ni yo. En ese momento comenzó a llegar un rumor de fuera de la sala en la que estábamos, al principio sólo voces que se habían elevado discretamente, luego la elevación fue mayor, se escucharon los pasos descontrolados de una persona que se acercaba y luego, bajo el marco de la puerta, la causa de toda la agitación se materializó: un hombre alto, moreno, gordo y calvo, de ojos pequeños y mejillas prominentes (quizás lo primero, un efecto visual de lo segundo) que, todavía sin recuperar el ritmo de su respiración, realizaba una serie de gestos afanosos, buscando desde su posición un rostro entre la concurrencia que a su vez no pudo evitar notarlo a él. Buenas tardes, le dijo en voz muy alta al primer desafortunado que le quedó a mano, resultaba claro que había estado bebiendo, Me llamo Gabriel Carrasco, busco a Irma Domínguez, ¿la ha visto?

 

III

Valeria y yo habíamos tenido noticias de él por primera vez meses atrás. Irma había conseguido un trabajo como fotógrafa en una revista de arquitectura y el arquitecto Gabriel Carrasco era el supervisor del departamento de fotografía, es decir, el jefe del jefe de Irma. A veces ella debía tratar directamente con él, casi siempre para revisar las selecciones de las imágenes que había tomado. Él le parecía una persona muy bulliciosa pero esencialmente asimilable, no había ejercido nunca como arquitecto y tampoco sabía mucho de fotografía, le gustaba charlar ampliamente acerca de pequeñas tonterías y sin meterse demasiado con el desempeño de los fotógrafos. Mensualmente entregaba un reporte a la dirección general estableciendo que el trabajo gráfico de la revista estaba bien estructurado en relación con las intenciones de los arquitectos revisados y otras cosas parecidas, a veces sugería alguna corrección minúscula para este o aquel fotógrafo y a veces, en cambio, se permitía elogiar calurosamente a otros, sin que mediaran preferencias ni enconos ni, mucho menos, criterios claros. Irma señalaba que, por otra parte, los reportes del arquitecto en realidad no le interesaban a nadie salvo al departamento legal y al archivador, y que si no se le tomaba muy en serio, Carrasco podía incluso ser agradable.

Irma pasaba la mayor parte del tiempo en las distintas locaciones a las que la asignaban, y a la oficina sólo iba un par de horas por la mañana para ver lo que había que hacer, y otra hora hacia las cinco para tomarse un café con los otros fotógrafos y recoger sus cosas. Una tarde apareció en su escritorio un sobre blanco y sin marca, Irma lo abrió y encontró adentro las dos hojas fotocopiadas del reporte que ese mes Carrasco le había entregado a la dirección. Leyó el informe y hacia el final dio con tres párrafos medianos que el arquitecto le dedicaba a la excelente colaboración de la fotógrafa Irma Domínguez, que en meses consecutivos había recibido asignaturas de alta complejidad y que consistentemente había respondido con resultados elevados. Irma se sintió instantáneamente incómoda, en primer lugar no le parecía que recibir ella una copia del reporte fuera lo acostumbrado en la oficina, pero aún más le parecía excesiva la forma de encumbrar las imágenes. Casi todas las fotos que había sacado para la revista estaban, de hecho, basadas en las recomendaciones del manual que la propia revista le había entregado en el momento de contratarla, que a su vez había sido diseñado para que todos los fotógrafos entregaran portafolios muy parecidos unos a otros. Tres días más tarde tuvo una junta con Carrasco para la revisión del proyecto en el que estaba trabajando; supuso que él le diría algo del reporte pero no fue así, por lo que ella prefirió mantenerse también al margen del tema. Las siguientes tres reuniones que sostuvieron ese mes fueron exactamente iguales, Carrasco incluso se comportó con mayor mesura que en las de los meses anteriores, al mes siguiente, sin embargo, Irma volvió a encontrarse una copia del reporte en su escritorio y decidió no permitir que el asunto se desarrollara más. Llevó el sobre a la oficina de Carrasco y lo colocó sobre el escritorio, y luego dijo con la voz tranquila y firme ¿De qué se trata Gabriel?, ¿de qué privilegios gozo?, No se trata de nada Irma, por dios, contestó atropelladamente Gabriel, Quería que supieras que se aprecia tu trabajo, eso es todo, De mi trabajo aquí dices puras mentiras, No son mentiras Irma, escribí eso con la mejor intención de ayudarte. Irma se quedó callada, no le creía pero le pareció que Gabriel mismo no sabía muy bien lo que hacía y al mismo tiempo le enternecía que tuviera en tanto el poder de su puesto. No me ayudes así, le dijo finalmente e igual de serena se dio media vuelta y caminó en dirección a la puerta. Carrasco se apresuró a detenerla, Irma, espérate, le dijo, yendo ya tras ella, ella se detuvo y se volvió a encararlo, él quedó a pocos pasos de ella, Por favor no te ofendas, No me ofendes, respondió ella, me molestas, Discúlpame, por favor, pidió él, ella miró el rostro redondo la cabeza calva y rapada, Olvídalo, le dijo, Carrasco sonrió, Qué bueno que quedó todo aclarado y que somos amigos otra vez, concluyó, e Irma se dio cuenta de que para él todo había quedado efectivamente arreglado. A ese cabrón le gustas, decía Saúl cuando Irma nos contaba estas cosas, pero eso ella lo sabía, y también sabía que Gabriel era un pobre idiota del que no podía esperarse mucho más. Aquel por su parte no volvió a dejarle ningún reporte en el escritorio y trató de que las cosas fueran de nuevo como al principio, a veces la invitó a salir (ella se negó), y casi siempre intentaba hacerla sentir como si estuviera en compañía de un buen camarada, pero en términos generales aceptó las normas de distancia que Irma le impuso.

Carrasco se borró por un tiempo de las conversaciones hasta la posada que organizaba la revista, a la cuál Irma decidió llevar a Saúl. Gabriel se contuvo de acercarse a Irma durante casi toda la noche, pero hacia el final, envalentonado por media botella de brandy, la abordó mientras ella volvía de la barra. Comenzó a decirle que lamentaba lo que había pasado, que ella significaba mucho para él, que la quería y la respetaba, que lo había entendido todo esa noche, que lo perdonara, necesitaba decirlo, decía, y seguía hablando sin parar, extraviado en un laberinto de cosas que pronto comenzaron a sonar inconexas, comenzó a hablar de Saúl, en medio de su acaloramiento, y comenzó también a elevar la voz, intentó tomar la mano de Irma pero ella la retiró, él lo intentó de nuevo y lo consiguió por un segundo, ella tuvo que soltarse por la fuerza, No me toques, Gabriel, dijo, asustada pese a sí, ante la insistencia aquel. En ese momento Saúl se acercó y con un empujón como lo hubiera dado un gorila quitó a Carrasco que se tambaleó hasta media habitación más allá. Rodeó el rostro de Irma con su manos y le preguntó ¿Estás bien?, y ella asintió con la cabeza. Carrasco gritó: Yo estaba hablando con ella pendejo, pero Saúl hizo como si no lo hubiera escuchado y comenzó a caminar con Irma, el otro también avanzó, Saúl se detuvo y dio media vuelta pero la mitad de los fotógrafos se había cruzado ya en el camino de Gabriel y se esforzaba por hacerlo entrar en razón, Saúl tomó de la mano a Irma y con un gesto le preguntó ¿nos vamos?, ella volvió a asentir, y se fueron.

El lunes siguiente Irma se presentó en la dirección general y, luego de explicarles lo sucedido, pidió que o se hiciera algo con Carrasco o le aceptaran la renuncia en ese momento. A Carrasco lo transfirieron de área y ese fue el final de la historia. A veces todavía se lo topaba en la oficina, él se acercaba a saludarla y era todo lo amable que podía, como si nada hubiera sucedido, como si alguna vez hubieran sido grandes amigos y siguieran siéndolo, definitivamente era un tipo del que no podía esperarse más, se repetía ella.

 

IV

Carrasco no recibió una respuesta satisfactoria de ninguno de los cuatro dolientes a los que interrogó buscando a Irma, que no formaba parte de la familia Arriaga y a la que casi nadie tenía por qué conocer. Poco a poco fue más gente la que notó la figura pesada con la cabeza brillosa, bullicioso como Irma lo había descrito. Cuando le quedó claro a quién buscaba, Valeria se levantó, fue hacia él y trató de calmarlo, y sobre todo de callarlo, tras convencerlo de que conocía a Irma y de que sabía en dónde estaba él comenzó a serenarse. A estas alturas Irma se había percatado también de su presencia, se levantó y fue hacia donde estaban él y Valeria, evidentemente inttranquila, tenía el rostro tenso, incluso la abuela Hyppolite había perdido un poco de su serenidad, sólo Imanti permaneció impávido, se prendió un cigarro y se puso a mirar sin interés el humo que salía de la punta y de su boca. No sabes cuánto lo siento, le dijo Gabriel a Irma, Vine en cuanto me enteré, No sé qué crees tú que estás haciendo, contestó ella, pero está totalmente fuera de lugar, No te molestes, Irma, ¿A qué viniste?, Vine a estar contigo, Estás borracho, No, no estoy borracho. Sí lo estaba, le costaba hilar las palabras sin arrastrarlas, se tambaleaba un poco, Irma hacía un esfuerzo por mantener su voz en el volumen más bajo pero Gabriel vociferaba con la mayor desfachatez si así lo sentía necesario, la señora Arriaga, charlando con una de sus hermanas, observaba discretamente al forastero, el señor Arriaga seguía fumando y revolviéndose el bigote pero había advertido también al hombre que hablaba a los gritos con la novia del hijo al cual velaba, Voy a ver de qué se trata, le dijo Ariel, y el señor Arriaga asintió, aún  sin mirarlo.

Yo me acerqué pero tan pronto llegué al núcleo del sistema turbulento entendí que mi presencia, lejos de ayudar, sólo servía para enriquecer el panorama del desastre. Ariel había quedado a pocos pasos de mí, en un principio pensé que  intervendría pero sólo se quedó parado, tratando de tomarle el hilo a las cosas, menos capaz de actuar de lo que él mismo había supuesto, imagino. Gabriel no paraba de hablar aunque, por otro lado, hablar era todo lo que hacía, y probablemente eso fuera lo más complicado entre todas las cosas: qué hacer con alguien que sólo sigue hablando sin parar. A Irma el rostro se le había puesto rojo, por todos los frentes había miradas acechantes, Valeria dijo ¿Por qué no salimos al pasillo y ustedes hablan con más calma?, pero Gabriel replicó que no quería ir al pasillo, Irma estaba furiosa, volteó para ver a su abuela, pero la vieja ya venía en camino. Se acercó a Carrasco, lo tomó del brazo con suavidad y dijo algo en francés, Irma, con la mirada clavada en el piso, tradujo: Dice mi abuela que hagas el favor de serenarte y de tomar asiento, y que muestres un poco de respeto por el dolor de esta familia. Gabriel se quedó callado mirando a Irma como en un trance, luego volteó hacia la vieja y le dijo Disculpe, y obediente como un niño se fue a sentar en donde le habían indicado. La vieja volvió a su lugar, Irma fue a sentarse con Gabriel, y Valeria y yo nos sentamos junto a ellos. Gabriel, con mucha más mesura, decía, Lo siento mucho Irma, no sé qué estaba pensando, Yo tampoco, no hagas peores las cosas y vete por favor, Sí Irma, ya me voy, Irma se levantó y volvió al lugar que la esperaba entre su hermano y la vieja, en el otro extremo de la sala, pero Gabriel no se fue, me pidió un cigarro y se puso a fumarlo muy despacio, con las piernas extendidas y rascándose constantemente la barba del cuello, volteó hacia Valeria y le dijo, Es que en realidad ya no sé ni en qué estaba pensando, ella le sonrió pero no le contestó, la verdad era que estaba mucho más borracho de lo que parecía, su capacidad de juicio estaba completamente desactivada, Yo sólo quería verla, dijo, y decirle que lo sentía, ese Saúl era todo un caballero, Valeria se sintió obligada a contestarle, Tenías que preguntarle si venir o no antes de aparecerte, Es que no tengo su teléfono, apagó el cigarro y me pidió otro, Ni su celular ni nada, Valeria no dijo más, Gabriel se enderezó un poco y comentó Chale, creo que sí la cagué, dejó el cigarro sobre le cenicero y volvió a reclinarse, cerró los ojos y por unos instantes pareció dormitar, los abrió y dijo Mejor me voy, tomó lo que quedaba de cigarro y dio tres caladas profundas, mató la colilla y se puso de pie. Irma, desde su posición, debió ver su silueta erguida y quizás se dio el lujo de creer que todo había terminado, pero Gabriel, en lugar de caminar hacia la salida, comenzó a avanzar hacia donde estaba ella, su cuerpo gordo y vacilante cruzó la sala y enganchó casi todas las miradas arrastrándolas consigo. Irma y la vieja susurraron algo, el gordo se plantó frente a ellas, se hincó frente a Irma y quiso tomarla de la mano pero ella no lo permitió. Dime qué puedo hacer para que me perdones, le pidió, Vete Gabriel, No Irma, no me puedo ir así, necesito que me perdones, pídeme lo que quieras, Sólo vete por favor, mira como estás poniendo a la gente. Se levantó e intentó llevárselo, sacarlo del lugar o al menos lograr que volviera a sentarse, él dócilmente la siguió pero sin parar de farfullar insensateces, Yo haría lo que fuera por ti Irma, mataría a quien fuera justo ahora para hacerte feliz, me pondría en ese ataúd … si fuera posible, Irma se detuvo, se quedó de pie en medio de la habitación y en silencio, Gabriel se le acercó y le preguntó ¿Qué pasa?, ella respondió Eso que acabas de decir es la cosa más baja y más ruin que pudiste haber dicho, su voz estaba otra vez serena, Repítelo, dijo y Gabriel se encontró incapaz de decir nada, ella insistió, Repítelo, pero él sólo alcanzó a balbucir No frágilmente, sin entender por qué de pronto tenía tanto miedo, la palabra pesadilla pasó por su mente, Repítelo, repítelo, dijo ella una y otra vez, dejándolo totalmente desconcertado, Anda, repítelo, No puedo, ¿Cómo que no puedes?, No puedo Irma, ya basta, Repítelo, Ya Irma, por favor. Irma se dio media vuelta y fue hasta donde estaba su abuela que, fatigada, lo miraba todo desde su asiento. Irma se quitó una lágrima del ojo y le dijo algo a la vieja en ese idioma misterioso que ahora yo también conocía. La abuela escuchó y cuando Irma terminó de hablar negó con la cabeza, diciendo algo a su vez, Valeria estaba desquiciada con tanta simetría, era la misma escena, decía, Irma insistió, Carrasco seguía de pie en medio de la sala, Irma volteó para señalarlo a su abuela, ese rostro que vi no era su rostro, su voz ya tampoco parecía suya, siguió hablándole a la vieja y luego finalmente terminó, la vieja dudó, dijo algo más, y se levantó, Irma y ella caminaron juntas hacia Gabriel. A estas alturas todos en la sala estaban pendientes de lo que sucedía, la madre de Saúl se aventuró a levantar la voz, dirigiéndose a Irma y a su invitado, pidiéndoles que se portaran como era debido, Irma se giró gentilmente y con un gesto del dedo índice le pidió un momento, Dile a mi abuela lo que me dijiste a mí, ordenó, ¿Que te diga qué?, yo no dije nada, la vieja miró a Irma, Irma respiró profundo, y dijo: No seas poco hombre, repite lo que dijiste, Carrasco, miró a Irma, a su abuela, a la madre de Saúl, al padre, al hermano, a Imanti, a Valeria, y a mí, y comenzó a sudar, y se puso pálido. Esta vez fue él quien habló en voz tan baja como le fue posible, Dije que yo me pondría en el ataúd para que tú fueras feliz… si fuera posible. Irma se giró y le dijo algo a la vieja que luego de pensarlo unos segundos hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Imanti reaccionó con el final de la conversación y dejó su lugar, se acercó a Gabriel y lo tomó del brazo, ¿Qué te pasa a ti?, le preguntó aquel, pero Imanti no contestó. Irma se acercó a la señora Arriaga y trató de tranquilizarla diciéndole que todo estaba por terminar y que debía tener miedo, Imanti le dio un puntapié a Gabriel en la parte posterior de la pierna, haciéndolo caer sobre las rodillas, ¿Pero qué es lo que están haciendo?, preguntó muy asustada la madre de Saúl, Ariel y el señor Arriaga se pusieron de pie, lo mismo algunos de los tíos y de los amigos de la familia, Irma no dijo más, la abuela Hyppolite se paró frente a Gabriel y le puso la mano izquierda en el rostro, Gabriel intentó liberarse pero Imanti lo tenía bien sujeto, la vieja cerró los ojos y llevó la mano derecha a la cabeza calva, la sostuvo con fuerza durante unos segundos y luego la soltó, Gabriel se desplomó, las señoras gritaron, un par de concurrentes se aproximaron al cadáver, lo exploraron, Está muerto, dijeron, ¿Qué es lo que está pasando?, gritó el señor Arriaga, todos empezaron a arremolinarse en torno a la vieja, al muchacho y al cuerpo tendido de Carrasco. Nadie se fijó en Irma, de pie junto al féretro.

 

V

Saúl no sabía en dónde estaba ni lo que había sucedido pero Irma se anticipó a todo y  le dijo No tengas miedo, estás bien, estás conmigo, lo demás no importa, y lo besó, Saúl sintió el calor de Irma recorriéndolo, llenándolo, o vaciándolo, y sin darse cuenta decidió que le creería todo, se sonrieron, él le pidió que lo perdonara, le aseguró que no volvería a acercarse nunca a una moto, ella le dijo que lo olvidara, que todo había terminado, se reía entre sollozos, le acariciaba el rostro y el cuello, volvió a besarlo. La señora Arriaga comenzó a gritar, Saúl, mijito, mijito lindo, y corrió de junto al cuerpo de Carrasco hasta el ataúd con la poca agilidad que el vestido negro le permitía. Se hizo un nudo con el hijo. El señor Arriaga, y luego Ariel, y luego algunos más fueron acercándose también y todos juntos ayudaron a Saúl a salir de la caja entre risas, y palabras de sorpresa y de agradecimiento, y del más puro azoro. Imanti y la abuela Hyppolite se fueron en medio de la algarabía. Sólo Irma los vio salir, se apartó unos metros del grupo y les dijo adiós en francés, en voz muy baja, Au revoir; Imanti le mandó un beso con la mano, y la vieja se despidió con una mirada, y un gesto de quietud.

No sé qué hayan pensado los otros en esos momentos, pero yo recuerdo haberme sentido en un mundo que no conocía, en el que todas las cosas eran otra cosa, miré a Valeria, y luego miré a Irma, y a toda la gente que estaba conmigo, y todos ellos me parecieron distintos también, supongo que todos experimentaron algo similar, que todos nos sentimos íntimamente vinculados por la sinrazón original del mundo. Sentí miedo, y al mismo tiempo me sentí más fascinado que nunca.


lunes, 4 de enero de 2010

Primer cuento del año: Coffin, Parra y yo.

Coffin, Parra, y yo.

 

Esta tumba esconde el polvo de Esquilo, 

hijo de Euforio y orgullo de la fértil Gela. 

De su valor Maratón fue testigo, y los Medos de larga cabellera, 

que tuvieron demasiado de él.

 

Una vez conocí a alguien llamado Coffin, una vez me hice editor de video, en alguna otra ocasión me volví amigo de un cineasta loco. Un día el cineasta me envió el link de un blog en un correo. La anécdota es casi un rompecabezas.

De Coffin en realidad no puedo decir tanto. Nos conocimos cuando ambos estudiábamos el bachillerato, asistíamos a escuelas distintas, pero tuve una novia, artista y un poco demente, que lo conoció en un curso con un pintor canadiense más o menos famoso, y que una tarde me lo presentó. No nos hicimos amigos, pero no me parece que nos cayéramos mal, a veces, cuando yo pasaba por Ximena a la Facultad de Artes, él caminaba con nosotros durante algunas cuadras, hablábamos de lo poco que teníamos en común (en realidad era muy poco), y él y Ximena hablaban de la clase, del canadiense, y de cosas poco interesantes como los precios de los frascos de pintura. Era un jipi agradable, un jipi bastante burgués, sus padres eran profesores en la UV, su hermana mayor era una fotógrafa importante, él no pintaba mal.

Cuando terminó el curso básicamente dejamos de vernos, coincidimos en un par de fiestas, nos saludábamos, Ximena y él charlaban durante algunos minutos, y luego cada quién volvía a su subsistema. Más tarde, cuando Ximena y yo nos separamos, lo olvidé. Me cambié de ciudad y estudié cine durante un par de años, luego semestre y medio de periodismo, y finalmente elegí empezar a trabajar. Edité películas malas y muy malas, videohomes, anuncios para la tele, de juguetes y pastillas contra las hemorroides, cortometrajes de IMCINE, a veces editaba bodas, a veces hacía muestrarios para pintores, grababa escenas para actores, conciertos para músicos, un día un ingeniero me pidió que editara un simulacro de emergencias de una planta petroquímica, el ejercicio les había salido muy mal y yo tenía que encargarme de que pareciera que había salido bien, aunque no muy bien, porque eso no se lo hubiera creído nadie. A veces también editaba la pornografía casera de algunos de mis amigos, fue uno de ellos el que le dio mi número al cineasta loco. Su nombre era Alfredo pero me pidió que lo llamara por su apellido: Parra. Era gordo y rojizo, su cabello era naturalmente castaño pero a él le gustaba pintarlo de negro, era homosexual, y mentía como por deporte, fumaba Benson mentolados, y cargaba consigo una mochila, siempre, y en la mochila invariablemente había un par de películas, un par de libros, un par de cajetillas, y un termo con café. No consumía otras drogas, no le gustaba el alcohol.

Parra siempre tenía trabajo para mí, lo cual se debía sobre todo a que siempre estaba trabajando. Dirigía el arte de al menos una novela de Televisa al año, y daba clases en el Cuec. El cine que hacía, sin embargo, no tenía nada que ver con eso, era algo totalmente diferente a cualquier cosa que yo hubiera visto. Parra era un fetichista, le gustaba hacer tomas muy largas de pedazos de lo que estuviera grabando, no le gustaban los cortes en la edición, prefería los movimientos en una sola toma, un montón de zooms, un esquema tan viejo que parecía novedoso, tan simple que era complicado. A Parra le gustaban los videos perdidos, los llamaba Fantasmas. Coleccionaba material poco convencional, tenía celuloides de ocho milímetros con pornografía en blanco y negro, viejos anuncios de productos que ya no existían, tenía fragmentos de películas particulares que había robado, piratería casera, programas grabados, encontró varios episodios de Llamada 911, entrevistas raras, vacaciones en la playa, películas de acción mexicanas (¿por qué grabar de la tele una película de Mario Almada?, ¿para volver a verla?), encontró peleas de gallos en palenques, niños en la bañera, bodas, bautismos y quince años’s, fiestas sacras y paganas, ¿Sabes (decía Parra) que la gente tiene una tendencia natural a grabarse cuando está borracha? El dato no era científico en ningún sentido, pero para mí tenía sentido. Parra poseía una gran cantidad de televisores, todo un muestrario evolutivo, y proyectores de todas las medidas, y cañones digitales, Porque todos los formatos tienen una plástica, decía. En su cine, los personajes soñaban, y los sueños eran fragmentos de su colección privada. Parra a veces acertaba, y a veces sólo no sabía controlarse. En cierta ocasión hizo que un conquistador español soñara con las últimas secuencias de una película gore japonesa de los años setenta, en un cortometraje un vagabundo mexicano soñaba con el noticiario de la noche en que murió Lennon, en un guión sin terminar un niño de alta definición soñaba que era un niño de Hi8, y su alma no sobrevivía a la impresión. Las películas eran algo así como post-surrealistas, los personajes despertaban sin entender nada, con una palabra imposible atrapada en la garganta, la súbita intuición de la locura, los sueños eran una insinuación del caos, de su presencia ambulante, e irreversible. A mí, en particular, me gustaban los fetiches de Parra, eran de lo más entretenido de aquellos días.

Una tarde llegó a mi casa con ocho casets de video digital, dos horas de una misma entrevista repetidas en cuatro tomas, Haz algo bonito, me dijo, y se fue. A veces hacía cosas así, yo editaba como mejor se me ocurría y le entregaba el resultado, casi nunca me pedía modificaciones, y casi nunca me daba su opinión, tampoco me decía para que tenía pensado usarlos, y en ocasiones jamás lo supe. Cargué las ocho horas en la computadora (lo cual me tomó, sí, ocho horas) y comencé a revisar la toma principal, había un hombre joven, de mi edad probablemente, en una silla con el asiento y el respaldo forrados en rojo, detrás de él había un pasillo de arcos adoquinados, que se oscurecía conforme se alejaba, hasta no dejar ver nada. Tenía el pelo corto y un par de rastas en la nuca, debía llevar algunos días sin afeitarse, usaba una sudadera gris y pantalones de mezclilla. Me tomó poco más de diez minutos descubrir que se trataba de Coffin.

La historia era un poco de Esquilo y un poco de Camus. Coffin, físicamente al menos, no era muy diferente de cómo yo lo recordaba, se veía más viejo, eso era lógico, pero no más viejo que yo. Había terminado la preparatoria y había decidido no estudiar, Sentí (decía) que ya había pasado demasiado tiempo en ese camino, y que el sendero me iba a devorar sin que me diera cuenta. A mí todas esas palabras me sonaban lógicas, en el video Coffin miraba el piso por un momento, como si ahí hubiera un cuadro del pasado, una película donde él aparecía boca arriba sobre la cama desarreglada, mirando a las alturas, pensando en senderos, En realidad no lo sé, no sé bien qué pensaba. Sonreía. Se fue a España, a Madrid, rentó una habitación en un barrio de inmigrantes y se dedicó a asistir a tantos cursos de arte como su condición le permitía. Hacia el final del tercer mes no había hecho los trámites necesarios para permanecer más tiempo en el país, Pero yo no quería volver a México, decía. Le daba miedo, lo aterrorizaba la continuidad.

La solución llegó de un sudamericano al que había conocido pocos días antes y que vivía a pocas casas del edificio donde Coffin rentaba. Horacio (así se llamaba) le sugirió: Vete a Marruecos. No le pedían visa y podía pasar ahí los noventa días que necesitaba estar fuera de España antes de poder ingresar otra vez como turista. Horacio le dio el número telefónico de unos amigos suyos, franceses que habían vivido en México y que gustaban de hospedar aventureros empobrecidos. Los franceses vivían en Rabat, eran documentalistas y periodistas independientes siguiendo el caso de los saharauis, fumaban hashis y casi todo el tiempo estaban medio desnudos. Coffin se interrumpía para decir Ella era muy guapa, y sonreía a medias. Se llamaban Nicolas y Julie y hablaban en un español afrancesado pero lleno de modismos mexicanos que a Coffin le gustaba escuchar. Habían vivido cuatro años en Chiapas, se establecieron en San Cristóbal de las Casas, y ejercieron el activismo. Los indios y las montañas los afectaron profundamente, se involucraron con el EZLN y vivieron un tiempo en uno de los campamentos, Tenían miles de fotografías y cientos de horas de video, Todo impublicable, decía Coffin, lo tenían sólo porque sí. Una de las cintas registraba un ataque de las fuerzas federales. Habían llegado de noche, sin que nadie los escuchara, Nicolas tomó la cámara y le dijo a Julie que no se moviera de donde estaba, se asomó a una de las ventanas del jacal y vio a los indios y las indias formados en la explanada del campamento, los soldados los mandaron tirarse sobre el fango, uno de ellos arrojó una granada, ninguno de los indios intentó levantarse, y la noche se iluminó por un instante. Nicolas guardó la cámara, se la dio a Julie y la mandó escabullirse por la parte de atrás, y luego por la selva, hacia cualquier lugar, Julie dijo No, pero Nicolas básicamente la echó a empujones por la ventana trasera. Ella se fue, él salió cuando los soldados comenzaban a formar un segundo grupo de indios, casi todos hombres esta vez. Los confrontó con lo poco que tenía para confrontarlos, les dijo que era un visitante extranjero, y que no podían hacer lo que estaban haciendo. Los soldados lo golpearon hasta darlo por muerto, pero no mataron a nadie más. Julie volvió al campamento cuando amanecía. Nicolas estaba vivo, por muy poco. Le tomó más o menos un año recuperarse del todo, y luego no quiso quedarse más. Estuvieron algunos meses en Francia, visitaron Canadá, y reemprendieron la vida en África del Norte, Nicolas hacía todo lo posible por no pensar en Chiapas, pero Julie quería volver. Coffin: Los dos sonreían y callaban, porque sabían que Nicolas no volvería, y que Julie sí lo haría, a veces las cosas sucedían así entre los seres humanos, ¿Para qué hablar más de eso?

Coffin pasó los tres meses en Marruecos como asistente de Julie. Ella era camarógrafa y también era editora, Nicolas era camarógrafo y cronista, Coffin aprendió mucho del estilo del periodismo independiente, aprendió un poco de francés y un poco de cinefotografía. Se enamoró de Julie. Cuando se acercaba el final de su estancia en Marruecos ella decidió que regresaba a México y Coffin decidió que volvía con ella. No pudo evitar sentirse un poco un traidor frente a Nicolas. Cenaron juntos la última noche que Julie y Coffin que pasaron en Rabat, el francés hizo pasta, el mexicano compró botellas de vino, Julie y Nicolas se fueron a la cama a la media noche, y Coffin se quedó solo. No durmió, escuchó a Nicolas irse al alba, y ya no lo escuchó volver. Partió con Julie por la mañana, tomaron un ferry a España, un par de trenes hasta llegar a Madrid, un avión a Frankfurt, y luego otro a México DF. Allí pasaron un par de días en un hostal, y luego ella rentó un auto y manejó durante diez horas hasta llegar a San Cristóbal de las Casas. Coffin no conocía Chiapas, Y la verdad es que no tenía idea de lo que estaba haciendo, confesaba. La vida se manifestaba a su alrededor, la vida sucedía, le sucedía a él, una apreciación común entre los adolescentes románticos. Tenía diecinueve años, Juventud y Barbarie, repetía un par de veces frente a la cámara, y otra vez buscaba el cuadro en el aire, buscaba al chico y puede ser que lo encontrara, ya no pensaba en senderos, pensaba en seguir andando. Sonreía de nuevo.

Se instalaron en el departamento que en otro tiempo Julie compartió con Nicolás y ella se puso en contacto con algunos de los viejos camaradas. Coffin descubrió que a lo largo del mundo hay que gente que pelea una especie de batalla por la Historia, por el Registro de la Historia, que es lo mismo que una batalla por la inmortalidad, o por la memoria. El grupo al que se integró se dedicaba a documentar todo cuanto era posible documentar de lo que hacían los indios y los activistas, y de lo que hacían la policía y el ejército. Lo publicaban, cuando había dónde, lo editaban para que explicara lo que tuviera que explicar, y lo guardaban para cualquiera que quisiera encontrarlo. ¿Qué grababan?, le preguntaba un Parra invisible en la pantalla, Coffin lo pensaba, miraba a la cámara, torcía la boca en una mueca, Pues las cosas que nadie más grababa, contestaba. Recordaba. En una ocasión había llegado con Julie y un par de argentinos a una comunidad en la selva, la mañana después de un ataque del gobierno; aún había cuerpos tendidos sobre el suelo, dos mujeres lloraban a un muchacho de unos veinte años, un hombre sentado junto a ellas fumaba. Grabaron a los sobrevivientes mientras recogían a los muertos, grabaron los cuerpos en las camas de una barraca, los rostros desechos por los orificios de las balas y los culatazos, Coffin recordaba un sentimiento de enorme soledad. Las patrullas de soldados y los grupos paramilitares los cazaban como a bestias, como a salvajes, entraban en las comunidades y los campamentos dos o tres veces por mes y se llevaban a alguien, violaban a alguien, o mataban alguien.

Por la tarde se presentó en el lugar un enviado de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, llegó escoltado por una patrulla de la policía, en un automóvil negro. Los habitantes del lugar se congregaron alrededor de los recién llegados, poco a poco, en silencio, el de CNDH llevaba un traje negro, feo, dos policías lo seguían, uno de ellos había puesto la mano sobre el arma, el otro lo haría en cualquier momento. Avanzaban titubeantes, era evidente que no sabían a quién dirigirse, finalmente, un hombre se acercó a ellos, llevaba la cara cubierta por un pasamontañas, como muchos ahí, y les preguntó quiénes eran. El funcionario intentó explicarse pero ni el hombre, ni la mayor parte de los indígenas de esa comunidad hablaban o entendían bien el español. Lo que el hombre entendió del burócrata era que venía de México, tal vez la palabra Comisión le sonó demasiado estatal, o quizás la palabra Derecho, o Nacional, algo había en todas ellas de sospechoso, de temible. Comenzó a gritar en una lengua que Coffin no entendía, el resto de ellos le siguió, el aire se llenó con un clamor ininterrumpido, cada tantas palabras el encapuchado dirigía maldiciones en español al funcionario, los policías sacaron las armas pero no se atrevieron a apuntarle a nadie, Julie se acercó, intentó mediar, intentó explicarle al hombre que el funcionario venía en paz, pero el hombre no paró de gritar, la gente cerró filas alrededor de los llegados, comenzaron a empujarlos y a empellones los llevaron hasta las barracas donde guardaban los cuerpos, les quitaron las sábanas de encima e hicieron recorrer al funcionario el trayecto de todas las camas, de todos los rostros muertos, el burócrata se quedó de pie frente al último, sin hablar, sin atreverse a mirarlos a ellos, los vivos, el encapuchado se acercó a él y le dijo algo en voz baja, casi al oído, el funcionario comenzó a llorar. Eran cosas así, decía Coffin, cosas que nadie más estaba registrando.

Se hizo amante de Julie, aunque ella tenía varios amantes además de él. Se hicieron también buenos amigos, Coffin descubrió que algunas cosas eran un poco una locura, y que a veces la mejor decisión era quedarse callado, y optar por el no-nombre de las cosas. Pasaron un año así y luego Julie volvió a Marruecos, a Nicolas, a estar juntos otra vez antes de volver a separarse. Coffin regresó a Ítaca, bueno, a Xalapa. Según yo, por aquel entonces volvimos a encontrarnos, traté de recordar en dónde y creo que fue en la calle de Enríquez, creo que nos saludamos, pero no lo tengo claro. Más o menos ahí terminaba el clip de la primera cinta. Doble clic a la segunda. Play. Parra ajustaba la cámara, hacía dos o tres pruebas con el zoom, Coffin miraba a Parra, sonreía, la toma por fin se estabilizaba, Parra preguntaba, como si no hubiera pasado nada, ¿Y entonces?, Coffin lo miraba desconcertado, y decía finalmente: Ah, sí, entonces…

Había perdido peso, eso fue lo primero que le dijo su madre, Antes de abrazarme, antes de cualquier cosa, Coffin reía. Y al principio todo estuvo bien. No tenía mucho en qué ocuparse, consiguió un trabajo como mesero en el bar de un amigo suyo y ahorró durante algunos meses para comprarse una cámara de video, fue una decisión instintiva, o una regresión, o una sublimación de la nostalgia y el horror que casi sin darse cuenta sentía en todos lo momentos. En retrospectiva, comentaba en el video, todo tiene cierta lógica, en ese momento no, en ese momento no tenía ninguna. A veces despertaba agitado, sudando, a veces no podía despertar, no tenía la fuerza para abrir los ojos. Pensaba en Julie y la extrañaba como no se había imaginado que pudiera extrañarse a alguien, pasaba las noches pensando en su cuerpo, pensando en Nicolás, pensando en Marruecos, en España, en la sierra de Chiapas. Comenzó a fumar marihuana como un maniaco. Sus padres, en un principio, lo aceptaron, su madre fue la primera en decirle que estaba abusando, y luego, un poco después, su padre también lo hizo. Los conflictos empezaron, a la larga Coffin terminaría por irse de casa una vez más, a casas de amigos en un principio, y luego a cualquier casa donde le permitieran pasar la noche. En algún punto dejó de dormir. Sucede, comentaba, que hay personas a las que la hierba les produce brotes sicóticos, lo pensaba un momento más, continuaba, En realidad, yo creo que cualquiera que fumara como yo lo hacía se hubiera vuelto un poco loco, al menos por un tiempo. En la cinta, Coffin encendía un cigarro, el primero, pedía un cenicero, Parra le pasaba una lata vacía de coca cola. Miradas extraviadas, humo, pude imaginar el rostro de Parra, embebido. Coffin describía la madeja de nudos de su cabeza, decía Visibilidad, decía Alucinación, era difícil seguirlo, yo nunca he estado loco.

Por fin, un día todo terminó, lo que para efectos prácticos significó que todo había vuelto a empezar. Los padres lo habían buscado durante varias semanas y una noche dieron con él, le pidieron que volviera a casa, y él aceptó, Principalmente porque tenía hambre y el hambre entristece, decía, lo llevaron en auto, lo hicieron darse un baño, y lo dejaron descansar. Al día siguiente, cuando despertó, los viejos se habían ido, en su lugar Coffin se encontró con dos hombres grandes, enormes en realidad, que le pidieron que estuviera listo en media hora, que su padre los había llamado, y que estaban ahí para llevarlo al psiquiátrico. Coffin decidió no resistirse, si lo hubiera hecho probablemente le habrían roto la cara y lo hubieran llevado de cualquier forma, Además, decía, en el fondo yo quería ir. Abordaron una camioneta blanca, una especie de ambulancia destartalada, y cruzaron la ciudad. Pidió permiso para fumar y se lo negaron, le dijeron Antes de entrar puedes fumar un cigarro, se lo obsequiaron, fumaron con él. Eran las once de la mañana cuando cruzó el portón del edificio gris, con un poco de sabor a humo en el paladar, con un poco de ansiedad, de tensión en la boca del estómago, algo le esperaba adelante, Estaba… (lo piensa, sonríe porque no sabe qué palabra usar) ¿Conteno?, Bueno, nadie está contento de que lo lleven a un psiquiátrico. Coffin aventura lo siguiente: Me gustaba que una vez más podía permitirme pensar en El Futuro, aunque fuera ese, aunque fuera ahí. ¿Cuánto tiempo estuviste en el hospital?, preguntaba el invisible Parra, Coffin contestaba Dos meses y cuatro días. Yo recuerdo haber pensado que Dos meses no son casi nada, y luego (a estas alturas ya había prendido un porro): Pero hay animales que viven menos, hay seres humanos que viven menos, pensé en las supernovas y los agujeros negros, y en un cerillo que se encendía en la noche. Abrí itunes y puse Pink Floyd, porque me hacía recordar a la novia pintora, y me hacía recordarme a mí.

Coffin hablaba de las generalidades del lugar, de cuántas alas, de cuántos cuartos, de cuántas camas en cada celda, el hospital de Xalapa sólo albergaba pacientes agudos, es decir, pacientes de dos o tres meses, muchos deprimidos, muchos adictos a los narcóticos, y algunos viejos también. Había enfermeros y había cuerpo auxiliar, compuesto por los dos hombretones que habían ido por él, y otros tres de las mismas características. Y había doctores, psiquiatras para algunos y psicólogos para otros. Por las tardes los dejaban mirar la tele durante un par de horas, ocasionalmente los doctores hacían proyecciones de películas, Casi siempre Disney, o cosas parecidas, Era mejor no ir. A veces, los pacientes hacían piñatas, Coffin pidió permiso de pintar en cambio, pero se lo negaron, Así que hice piñatas, decía, reía, y encendía otro cigarro.

El primer compañero de habitación que tuvo se llamaba Carlos, era un señor de cuarenta y cinco años que se había divorciado hacía dos, y que no mucho después se hizo dependiente de los antidepresivos. Lloraba casi todas las noches, y a Coffin su llanto le parecía incómodo. La primera noche intentó hablar con él pero el tal Carlos fue incapaz de contenerse lo suficiente como para decir una palabra, en adelante Coffin se abstuvo de intervenir, se hacía el dormido, y trataba de pensar en algo más. Carlos, por fortuna, se fue luego de una semana. Entonces llegó Efraín, y de él se hizo amigo inmediatamente. Era tres años mayor y tenía problemas serios con la cocaína. Se había pasado los últimos cinco entrando y saliendo de centros de rehabilitación, lo contaba entre risas, como si riera para no soltarse a llorar. En cualquier caso, con él podía charlar, Coffin le contó algunas de las cosas que no le había contado a nadie, y que no le contaría a nadie más, y en el proceso se las contó a sí mismo por primera vez. Afuera no nos habríamos tomado demasiado en serio, decía, pero adentro era difícil no hacerlo. Efraín también le contó algunos de los episodios de su historia, le habló de la golpiza que le había dado al novio de su hermana, de cómo casi le deshizo el rostro contra la defensa de un auto, de cómo tuvieron que contarle lo que había sucedido, porque no lo recordaba, para que accediera a ingresar en un Oceánica, tres años atrás. Luego, un año después había robado una camioneta, había conducido por la ciudad durante hora y media, y finalmente había estrellado el vehículo contra la casa de sus padres, se rompió una pierna y un brazo, inhaló un gramo más, y le prendió fuego a todo. En algún punto perdió el conocimiento, al día siguiente lo había olvidado, despertó atado por el pecho a la cama del hospital, con el brazo derecho y la pierna izquierda envueltos en yeso, aquella fue la quinta o sexta ocasión que lo internaron. ¿Y la sobriedad? Bueno, era complicado. Efraín padecía un síndrome de abstinencia de lo más violento. Su mente se partía en dos pedazos, uno de ellos lo veía todo, lo reprobaba y lo aborrecía, pero había otro, que era incontrolable, era su cuerpo sin él, o con él encerrado en una jaula, en lo profundo del abismo de su cabeza. Comenzaba a gritar, los enfermeros y auxiliares lo rodeaban, y alguno le pedía por cortesía que se tranquilizara, cosa imposible, Efraín se abalanzaba sobre ellos, ellos lo repelían, lo contenían, y luego lo llevaban a un cuarto especial, con una cama rodeada de tubos, y lo ataban con vendas. A veces, sin embargo, Efraín continuaba luchando y las vendas le cortaban la piel, cuando eso sucedía, los enfermeros lo sedaban. Despertaba solo, a oscuras, vuelto un imbécil, la lobotomía duraba dos o tres días, y luego volvía a la normalidad. Reía, otra vez, hablaba, contaba historias de lo más peregrinas.

Cuando ambos salieron del hospital, Efraín lo invitó a media docena de reuniones con grupos de apoyo, uno distinto cada vez. Pasaba casi todo su tiempo buscándolos, escogía los mejores (es decir: los infames) y llamaba a Coffin, asistían, participaban, y luego se iban por ahí a reírse de ellos mismos y de todos los demás. Dos meses después de la última vez que se vieron Coffin recibió una llamada de un primo de Efraín, lo habían internado nuevamente. Las palabras del primo llevaban impresa la vehemencia y la resignación de las molestias recurrentes de la vida. Lo visitó, y lo encontró mal, Efraín aparentemente había descubierto que la vida era una gran patraña, Coffin daba una calada más, y dejaba que el humo escurriera lentamente por su labios. A las pocas noches el primo volvió a llamarlo, Efraín se había colgado con una sábana, la había atado a la cabecera de la cama y a su cuello, había dado un pequeño salto, y se había dejado caer de nalgas para separarse las vértebras. Coffin asistió al funeral, no conocía a nadie, y no tenía ganas de estar ahí en realidad. Se quedó durante una hora pensando un poco en todo, pensando en Efraín, en un misterio atrapado en esa caja reluciente de aluminio frente a él, en ese misterio sepultado. Había una chica muy triste, Coffin se dijo ¿La hermana?, adivinó junto a ella a la madre, adivinó al padre unos pasos más allá, el resto era más difícil. El timeline del video indicaba que todo estaba por terminar. Sí, decía Coffin, esa fue una experiencia fuerte. Los últimos años, aparentemente, habían estado plagados de experiencias así. Parra suspiraba, quizás estuviera exhausto. Le preguntaba (pero ya con poco interés) ¿Y qué pasó después?, Coffin sonreía, Bueno, ahora pinto, ahora estoy bien, hablaba de la lucidez, decía Equilibrio, decía Paz. Llevaba casi ocho meses lejos de la hierba, casi no bebía, y sólo fumaba a veces, miraba el cigarro que tenía en la mano, y lo hundía en la lata de refresco. Parra y él desaparecían, la pantalla quedaba en azul. Apagué la computadora, y me puse a ver la televisión hasta que amaneció. Quise llamar a Ximena y de hecho cerca de las cinco de la mañana lo hice, pero colgué antes del segundo tono, porque pensándolo bien no tenía nada que decirle.

Edité el material durante los siguientes días, con mucho más cuidado del que me hubiera tomado para cualquier otra entrevista, y con más cuidado y más tiempo que el resto de las cosas que había editado para Parra, me sentía obligado, no por Coffin, y no por Parra, sino por la historia misma, por haber conocido el principio, y reconocerme, o reconocer la sombra de mí, ahí en el pasado, diluida en el tiempo, como se había diluido Coffin en mi memoria también. Recuerdo haber pensado en los fantasmas de Parra, recuerdo haberme dicho: Parra tiene razón.

Me llamó (él: Parra) un domingo por la noche y le dije que tenía todo listo, vino a mi casa, vio el video en mi computadora, y lo aprobó. Hice café y charlamos un rato, me preguntó qué pensaba de la entrevista y le contesté que me había gustado, sonrió, dudé entre decirle y no decirle que había conocido a Coffin durante la prepa, y al final se lo dije, él me miró con el rostro helado, me dijo ¿De veras?, y se hundió durante algunos minutos en reflexiones que no compartió conmigo. Luego me habló de otras cosas, se bebió dos tazas de café, y se fue cerca de la una de la mañana. Por lo que supe, siguió viéndose con Coffin durante algún tiempo. A mí siguió llevándome trabajo pero nada más de él, si lo entrevistó nuevamente no lo supe. Una tarde, quizás un año después, habló tangencialmente de la nueva partida de Coffin, que se había ido a Europa, a estudiar en academias de las que no registré ni el nombre. Corrieron más meses, corrió un par de años, Parra ganó algunos premios importantes, uno de ellos por un cortometraje experimental, y algunos más por su participación en telenovelas. Para mí la vida siguió más o menos igual, a veces fácil, a veces indescifrable. Mentiría si dijera que volví a olvidarme de Coffin, pero sí volví a no pensar mucho en él, porque así sucede con el pasado cuando poco a poco se convierte en esos enunciados sin pies ni cabeza que llamamos recuerdos. Parra también emigró, y yo en 2005 volví a Xalapa y me dediqué a la producción de un programa en la tele local. No supimos del otro durante varios meses a no ser por los rastros mutuos que a veces encontrábamos en Internet, Parra se hizo aficionado a cierto tipo de cadenas (esos masivos forwards, para ser más claros) de orden seudo-social, cartas a los diputados, por ejemplo, para las que se pedía adjuntar una firma virtual en favor de causas estúpidas la mayor parte de las veces. Yo no firmaba. A veces nos saludábamos cuando nos cruzábamos en Messenger, a veces no, no parecía que nuestra relación fuera meritoria de nada más, supongo.

Un día, sin embargo, recibí un correo que Parra había enviado sólo a mi dirección y que además venía de una cuenta distinta a la que yo le conocía, asumo que una cuenta privada, como la que muchos tenemos para los asuntos engorrosos, o importantes, o secretos. De texto había muy poco, Te interesa., decía, luego un renglón vacío, y una P (de Parra) seguida por el punto final. Dos renglones más abajo había una liga a un blog. Di clic en él y la pantalla cambió a un fondo negro, con un encabezado que decía Capítulo Uno, y un cuadro de video en el centro. Quizás tuve una sensación premonitoria, en mi recuerdo es como si la hubiera tenido, pero es difícil decirlo con certeza. Esperé a que el video terminara de cargarse y le di play. La imagen mostraba un campamento zapatista, o una comunidad, o un pedazo de selva cualquiera, con chozas y barracas, y gente cubierta con pasamontañas. Las tomas eran sobre nada en particular, de las mujeres y los hombres que surgían en el medio día gris de la montaña, en el fondo había una mujer muy delgada y muy bella, de piel blanca y pelo castaño, el video cortaba a un plano de cerca de ella, era Julie, no podía ser nadie más, me dije, con la piel erizándoseme, con la cabeza a punto de estallar, y un montón de preguntas, para las que no había respuesta, multiplicándose en la punta de mi lengua. Ella miraba a la cámara, le decía algo en francés al camarógrafo, él contestaba, reía, podía verse su mano pasando durante un instante frente a la lente, y luego el video terminaba.

Le escribí a Parra, le pregunté, aunque conocía la respuesta, si el video y el blog eran de Coffin, le pregunté quién era ella, y quien estaba detrás de la cámara, y si el fragmento era parte de la colección perdida que Coffin conoció en Marruecos. Por supuesto que lo era, pero ¿cómo asegurarlo?, y ¿cómo creerlo? Parra contestó un par de noches más tarde, No sé nada, decía, Pero estoy seguro de que habrá más. Yo también lo estaba.

El siguiente link me llegó tres semanas después, Capítulo Dos, decían las dos únicas palabras. El video había sido tomado durante una asamblea, presumiblemente en la misma comunidad del video anterior, o alguna parecida. En un recinto que tenía lo mismo de amplio que de precario y mal iluminado había reunidas algo así como quinientas personas, hombres y mujeres, algunos con pasamontañas o paliacates alrededor del rostro, otros sin ellos. En el fondo, tras una mesa larga, había tres hombres y dos mujeres, todos ellos eran viejos. Hablaban en tzeltal, lo que en ningún momento impedía seguir el curso de la acción. Uno de los hombres del presidium tenía la palabra, a veces decía Peso, a veces San Cristóbal, o Tuxtla Gutiérrez, o México, o Vicente Fox. Cuando terminó de hablar una de las mujeres de la asamblea levantó la mano y comenzó su propio discurso, algunas cabezas negaban en silencio, un hombre cerca de ella pidió el turno, buena parte del recinto lo abucheó a las pocas palabras, otro hombre, probablemente más sensato, habló durante algunos instantes, algunos aplaudieron, la primera mujer dijo algo con voz elevada y poca paciencia, el hombre abucheado habló nuevamente, y por un momento todos quedaron en paz. Una de las mujeres en la mesa rompió el silencio, su gesto no variaba, su voz parecía la correspondencia acústica de la luz mortecina, la cámara hizo un zoom a su rostro, las palabras, reverberando desde la cálida penumbra, continuaban durante algunos segundos, y luego la toma se cortaba abruptamente.

El Tercer Capítulo, un mes después, era largo y devastador. Una toma fija: Una sala de espera y una indígena joven sentada en una butaca azul. Junto a ella, en una butaca igual, estaba Julie con las piernas extendidas y los brazos cruzados, las dos miraban hacia el mismo punto del vacío, hacia la izquierda de la toma. El video cortaba varias veces y ellas continuaban ahí, la luz cambiaba, era el tiempo pasando, finalmente un doctor entraba en la sala, se acercaba a la joven y le decía algo que el micrófono de la cámara no registraba. Ella comenzaba a llorar y junto a ella, Julie lloraba también. El video cortaba una vez más. Julie no aparecía en la siguiente toma: sobre la cama de una clínica yacía un cuerpo pequeño, cubierto por una manta hasta el cuello, no dormido, sino muerto, la joven lloraba, hincada junto a él, tomándole la mano. El cuadro continuaba durante un minuto y luego se hundía lentamente en la oscuridad de un fade out, como en agua oscura. El sonido, un sollozo constante, persistía algunos segundos más, y luego un silencio cercenante que ya no venía del video se apoderaba de la realidad. La realidad, me dije, ¿Dónde está la realidad?

El blog no tardó en volverse algo así como un sitio de culto. La sección de comentarios estaba llena preguntas, de peticiones desarticuladas. Durante el siguiente año supe de tres documentales independientes que tenían videos de Coffin, dos de ellos se distribuyeron por Internet, pero el tercero fue una producción con algo más de notoriedad. Y fue como si se corriera un rumor, las visitas al blog se multiplicaron, y el tema, entre algunos, se hizo tema: Ese blog de nadie, ese blog sin explicación. Pocos meses después Coffin publicó el clip del ataque que había grabado Nicolas, y el video fue un cataclismo. Duraba un minuto con cuarenta y nueve y no tenía un solo corte, comenzaba con un movimiento abrupto, la cámara se asentaba contra el marco de una ventana, Julie susurraba algo, eran gritos no vocales, gritos de aire que se parecían a un susurro, el militar arrojaba la granada y un momento después ocurría la explosión, la cámara saltaba, retrocedía, Nicolás ahogaba un gemido con su propia mano, las piernas de Julie aparecían por un instante, y el video terminaba. El resto de la historia flotaba alrededor de mí.

El siguiente link que Parra me envió era de una dirección distinta, di clic y me encontré en un blog exactamente igual al que conocía, con un cuadro de video, y dos palabras, Capítulo Doce, y ninguna explicación. Visité la dirección anterior y un mensaje en la pantalla me informó que el blog había sido bloqueado debido a incumplimiento de condiciones, Blogger, aparentemente, tiene una restricción contra los videos donde el ejército mexicano aparece lanzando granadas a los indios. El video en el Capítulo Doce, sin embargo, no era más conservador que el anterior. Esta vez Julie estaba detrás de la cámara, Nicolas conducía un auto por un camino estrecho y sinuoso, en el asiento del copiloto viajaba un hombre pequeño y moreno envuelto en una chaqueta de mezclilla negra. En el auto la radio amplificaba una frecuencia clandestina, una voz de mujer contaba en español la historia de una marcha a lo largo del país. Corte en el video. Nicolas y el hombre bajaban del auto, a unos cinco metros fuera del camino un grupo hacía guardia alrededor de tres cuerpos bajo sábanas, Nicolas y el hombre avanzaban hacia ellos, Julie los seguía en silencio, el grupo abría paso a los recién llegados, alguien retiraba las sábanas, el hombre se hincaba junto a uno de los cuerpos, le acariciaba el pelo lleno de lodo y sangre, los otros hablaban, el hombre no, se ponía de pie, sacaba de la chamarra un paquete de Faros y una cajita de fósforos, y encendía un cigarro. El sonido de un motor rompió el silencio, primero lejano y luego vertiginoso, Julie viró, por la carretera venía una camioneta blanca a toda velocidad, dos hombres sacaron armas por las ventanas y comenzaron a disparar, la cámara cayó. La toma siguiente mostraba al hombre de la chaqueta negra, tendido junto a los otros cuerpos, Nicolas se había sentado junto a él y fumaba con el rostro embarrado de sangre seca, con el alma vacía. El video terminaba pocos segundos después. Los cambios de dirección se hicieron constantes.

Pero Parra no se soltó del rastro de Coffin. Pocas semanas después me escribió un correo, el subjet decía Esto es lo que sé. El texto era un relato de sus aventuras detectivescas cibernéticas, de cómo había tomado un curso exprés para rastrear direcciones de IP y cosas parecidas, y cómo había pasado tres noches identificando los puntos del globo donde que Coffin había subido los distintos fragmentos de la colección. Sus averiguaciones: Los primeros tres capítulos habían subido en Guatemala, desde algún lugar al oeste de la capital, los dos siguientes subieron del norte de Honduras. Luego había un par de conexiones con un servidor muy pequeño en el sur de Belice, la pista volvía a Guatemala, Parra casi la pierde en Costa Rica, y luego reaparecía en Colombia. Los últimos tres videos, finalmente, habían subido desde la zona cero, San Cristóbal de las Casas.

Hacia principios de dos mil siete Coffin había subido quince capítulos de una crónica insólita. El video dieciséis, sin embargo, no era un capítulo. El encabezado decía Interludio, y el video lo mostraba a él, sentado en un sillón, a unos cinco metros de la cámara, en un departamento casi vacío, en la penumbra. El teléfono sonaba, Coffin no hacía nada para interrumpirlo, el timbre se detenía durante algunos segundos y volvía a comenzar, Coffin sostenía un cigarro en la mano, lo llevaba hasta su boca con calma, fumaba lentamente, retenía el humo, y luego lo dejaba escapar. En los últimos segundos se levantaba, caminaba hacia la cámara y miraba fijamente a la lente, el teléfono volvía a sonar, la mano con el cigarro se acercaba y se perdía en un punto ciego detrás de la lente, Coffin decía Este soy yo, y cortaba. Repetí el video unas quince veces, me serví algunos vasos de bourbon con agua mineral y prendí varios cigarros. Tenía trabajo pero me fui a la calle. Llamé a un amigo de la preparatoria, fuimos a beber y terminamos a eso de las cinco de la mañana en un club para caballeros, tal vez el peor de los eufemismos habidos. Cuando volví a casa amanecía, mi padre solía decir que uno puede considerarse parasitario si vuelve de la borrachera cuando el resto de la gente sale para irse a trabajar, ya había vendedores en los cruceros, ya había barrenderos, y estanquillos, y puestos de periódicos, Soy, me dije, un maldito parásito. Con eso en mente me acosté, encendí el televisor y me quedé dormido, sólo unos segundos, tal vez un par de minutos antes de que el despertador sonara, sentí un impulso de aniquilación universal y arranqué violentamente el cable del aparato, pero ya no pude volver a dormir, me levanté, vomité, encendí un cigarro y puse café en la cafetera, volví con la taza caliente a mi habitación y me senté en la cama a mirar, digamos, las noticias. Pensaba en Coffin, cada tantos minutos pensaba en él por unos segundos, en su apuesta de pocos instantes por la visibilidad, le imputé razones que quizás sólo hubieran podido ser mías pero que fueron las únicas que me vinieron a la mente. Me pregunté quién llamaba en el teléfono, encendí la computadora y volví a visitar la página del video, no puedo explicar por qué, no había dormido, no estaba del todo en mis cabales. ¿Qué había pasado luego de las academias en Europa?, ¿Qué había sucedido después? Vi el video siete veces más, tratando de suponer una historia, la que fuera, a toda costa, pero fracasé.

No visité el siguiente link que Parra envió a mi correo, ni los que vinieron después. Sentí que había tenido bastante por un tiempo, o para siempre. Me dediqué a trabajar, terminé con mi contrato en Xalapa y me quedé ahí cinco meses más por una chica con la que lamentablemente todo terminó muy mal. Me di, como siempre, a la bebida, experimenté con pastillas psicotrópicas, y básicamente comencé una caída existencial en barrena, como una pausa en la vida, como un castigo por haber traicionado a Coffin. Por un tiempo dejé de pensar en él, y dejé de pensar en casi todo, a decir verdad. Estos periodos semi-suicidas (que me dan cada tantos años) se parecen mucho a la hibernación, en ocasiones a la catalepsia, y muy poco de ellos es digno de mención. Parra me escribió un par de veces más pero borré los correos de mi cuenta sin haberlos leído. Retiré del banco el dinero que tenía guardado, renté un departamento pequeño y húmedo, y me recluí definitivamente a la espera de que llegaran el hartazgo, o la pobreza, o la tuberculosis. Durante algunos días asumí que había dado con la solución a todos mis problemas, dejando en claro que pese a todo aún podía portarme como todo un optimista.

Llegó el otoño. Yo ya había decidido permanecer en ese plácido curso hacia la nada al menos hasta que llegara la primavera, me sentía bastante satisfecho, y hasta me parecía distinguir algunos vestigios de alegría en esa satisfacción. Por supuesto: No fue así como sucedieron las cosas. Mi celular sonó una madrugada, yo leía, creo que Moby Dick, contesté y distinguí la voz de Parra preguntándome si era yo, fingí estar dormido pero a él no le importó, me dijo que tenía que verme, que volvía al DF y que yo debía volver también, tenía algo que mostrarme, teníamos cosas que hacer. No dijo qué, y yo no se le pregunté, intenté tratarlo como si estuviera loco pero no pude, le dije que lo llamaría por la mañana, Parra accedió, me dijo No lo olvides, y colgamos. Sobra decir que aquella noche no dormí, lo llamé a las siete y media, un poco en venganza, esperando que estuviera dormido, pero no lo estaba. Acordamos vernos dos semanas después en el Sanborns de Perisur. Me preguntó cuándo pensaba mudarme y yo contesté, un poco molesto, que aún no sabía si lo haría. Parra guardó silencio un momento, Claro que lo harás, dijo, se despidió, y volvimos a colgar.

Llegué al Sanborns quince minutos antes de la hora a la que había quedado con él. Compré cigarros y una revista de cine, y me metí en el restaurante. Vi a Parra inmediatamente, con el pelo más negro que nunca, sentado en uno de los gabinetes que daban al ventanal. Me acerqué, nos saludamos, pedí café y coca cola, y Parra pidió un postre de chocolate. Hablamos, me contó que había recibido un paquete de Coffin, una caja llena con los videos de la colección de Julie y de Nicolas, y otros, muchos más. Me preguntó si había seguido el blog y le dije la verdad, encendió un cigarro y dijo Bueno, de cualquier forma… Nos fuimos de ahí tan pronto acabamos con lo que habíamos pedido, lo seguí al estacionamiento de la plaza y abordamos un Volvo azul, viajamos hasta su departamento, que no estaba lejos, y que no era tanto un departamento como una casa enorme montada en un edificio de casas presumiblemente igual de grandes. Sirvió café para los dos y me condujo por el lugar hasta llegar a una especie de estudio, una sala amplia con todos los televisores y proyectores que yo había conocido, y varios más. La parte impresionante, sin embargo, eran las paredes, convertidas en libreros empotrados desde lo alto del techo hasta tocar el piso, y en ellos, apiladas infinitamente, las grabaciones de la colección de Parra. Mi anfitrión había trascendido el fanatismo y se había convertido en algo así como un bibliotecario, un improbable Jorge de Burgos, bueno, Parra algo tenía, en efecto, de borgiano, ¿o no es borgiana una biblioteca llena de fantasmas?

En el centro de la habitación había una gran mesa de madera y en el centro de la mesa había una gran caja de huevos, volcada sobre una de sus caras laterales, amontonados junto a ella había una buena cantidad de cintas, discos, y dispositivos de memoria, eran los videos de Coffin. Parra se sentó en el lado derecho de la mesa y me invitó a sentarme frente a él, sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y me lo extendió, lo tomé pero no me atreví a abrirlo. Léelo, me ordenó, con discreta exasperación. Abrí la carta, estaba escrita a mano, con tinta azul y letra cursiva. Era un texto amargo y seco, de alguien con pocas ganas de hablar, Coffin estaba muerto, no decía cómo había pasado, no había detalles. La carta era del albacea, ¿de quién?, me pregunté, pero tampoco había firma y no había manera de saberlo. Coffin quería que Parra tuviera los videos, pero la carta no decía por qué. Me quedé mirando el papel muchos segundos, levanté el rostro y vi a Parra, había sacado un cigarro y comenzaba a fumarlo, yo también encendí uno. Le entregué el sobre y él volvió a guardarlo en su bolsillo, nos quedamos callados durante unos minutos, y luego él dijo Encima de todas las cintas venía una, con la carta adentro. Se levantó, tomó uno de los proyectores y lo colocó sobre la mesa, movió algunas cosas y despejó un pequeño reproductor de dv’s, con un control remoto activó una pantalla bastante grande que descendió de la pared que teníamos enfrente, fue a la puerta y apagó las luces, volvió, se sentó y le dio play.

La toma era idéntica a la del último video que yo había visto de Coffin, el mismo cuadro con un sillón en el centro, y en el sillón, ese jipi simpático que conocí en la preparatoria, la barba le había crecido y le cubría casi todo el rostro, se veía flaco, se veía ¿viejo?. El teléfono comenzaba a sonar pero Coffin una vez más no lo interrumpía, luego de algunos minutos el timbre se callaba. Había una serie de cortes, alguien había editado el video antes de enviárselo a Parra, Coffin se había levantado y ahora se sentaba una vez más, pocos segundos después alguien comenzó a golpear la puerta, una voz gritó exigiéndole que abriera, Coffin permaneció en su puesto, mirando fijamente hacia la cámara, los golpes sonaron una vez más, y luego hubo uno más fuerte que el resto, habían entrado, cuatro hombres aparecieron en la sala, uno de ellos preguntó ¿Por qué no contestabas pendejito?, otro se acercó a golpearlo, Coffin se lanzó sobre él, como un loco, y fue como tal fue sometido. Deshicieron el lugar, y se lo llevaron. La toma permanecía en el cuarto vacío como un fantasma que lo vería todo durante muchos minutos más, hasta que la cinta terminara y la cámara entrara en modo de stand by, el editor involucraba un fade out, y la toma terminaba. Ahora era de día, en un camino, en un autobús, la cámara miraba el pasillo del vehículo, las piernas que se salían de los asientos, que saltaban con cada bache, que esperaban a llegar para desdoblarse, y volver a andar. Un corte más, la cámara caminaba por el monte, cuesta arriba por un sendero apenas señalado entre la hierba. Se detenía, algunos metros adelante había un par de hombres junto a un bulto sobre el suelo, del bulto salía un brazo extendido, una mano abierta, la cámara se acercaba, grababa el cuerpo, grababa el rostro lleno de tierra y de sangre, que era el rostro de Coffin, con un agujero en la frente, con los ojos abiertos. El micrófono registraba un sollozo de mujer, muy breve, y el video terminaba.

Parra había encendido un cigarro más, en la penumbra del estudio el punto rojo flotaba sin patrón, se avivaba y luego parecía apagarse, se oscurecía por un instante, la ceniza caía, el cigarro terminaba por consumirse, Parra lo apagó, se levantó y encendió la luz, me quité de los ojos dos lágrimas para las que no tengo una explicación, Parra dijo Vámonos de aquí, y nos fuimos. Había anochecido, subimos a su Volvo azul y Parra comenzó a conducir sin decirme a dónde íbamos, en realidad no íbamos a ningún lado, mi amigo, el cineasta loco, manejaba por las calles del Distrito Federal en un vagabundeo motorizado que se sentía bueno para el corazón, el aire frío y seco de la noche entraba por su ventana y por la mía, fumábamos como chimeneas, Parra encendió la música, tenía puesto un disco de Bach, a Ximena le gustaba Bach, Fuga en Sol menor, me dije, me permití irme por un momento, mirando las luces de la ciudad, sintiendo que el universo se movía, invisible, imperceptible, a mi alrededor.