jueves, 31 de octubre de 2013

Un perro

Conducía hacia Veracruz. Iba pensando en sexo, estaba caliente y entre la carretera y mi mente flotaba un velo con la imagen de Regina desnuda, de ella encima de mí teniendo un orgasmo, como si yo fuera el eje de su cuerpo por un instante y nada más importara, nada más me importaba, quería coger. A los lados de la autopista se alzaban los sembradíos de caña y de maíz, me imaginé haciendo el amor con Regina por ahí, de pie o echados sobre la tierra, bañados por los aspersores de agua con insecticida.

El día había empezado bien, yo me sentía bien, no demasiado cansado, era un día soleado y yo tenía un buen plan. Paré para cargar gasolina, compré una Corona y una cajetilla de Marlboro, y conduje directamente hacia la autopista. Tenía la música encendida, me dirigía al puerto para verla a ella, a Regina, hacía un par de meses que nos reuníamos casi cada fin de semana en Xalapa, o en el Puerto, o en Cholula, o en el Distrito Federal. Avancé sin mayores incidencias durante unos veinte kilómetros, terminé con la cerveza.

Al salir de una curva vi un perro a unos quinientos metros sobre la autopista, como sentado en medio del carril de baja velocidad; distinguí una herida en su cadera, la carne abierta con un hueso afuera, estaba aturdido, un auto logró evadirlo, lo vi chillar pero no pude escucharlo, se arrastró lentamente algunos metros con las patas delanteras, aullando sin parar. Un segundo auto le pasó a menos de un metro antes de que lograra alcanzar la orilla, allí volvió a sentarse. Cuando pasé junto a él mi corazón palpitaba con fuerza, el perro me miró por un instante, me sentí invadido por una sensación de miedo y de dolor, quise detenerme, tenía que detenerme, llamar a Regina y decirle que no iba a llegar, debía orillarme, volver y salvar al perro. Avancé un kilómetro buscando un retorno pero no di vuelta cuando lo encontré, ni cuando encontré el siguiente, y entonces supe que no iba a tomar ninguno, y que iba a dejar al perro a su suerte, lo acepté y continué en el camino.

Durante los ochenta kilómetros restantes pensé en lo que había sucedido. No paraba de repasar las posibilidades de su trágico destino, minuto a minuto, en medio de la nada, con un hueso de fuera y ni un alma buena a su lado. Me dije que alguien en algún momento se detendría, bajaría para salvarlo, que un policía caritativo le daría un tiro entre los ojos o una familia cristiana se orillaría y obraría como Jesús. Pero era difícil no asumir que el resto de la gente que pasara por ahí en las siguientes horas haría lo mismo que yo. Pude haber salvado a ese perro y había elegido no hacerlo. Había elegido, y continuaba eligiendo, y continuaría.

Cuando llegué a Veracruz había terminado con la mitad de la cajetilla. Apagué el aire acondicionado y abrí la ventana, pedí instrucciones a un taxista para llegar a donde quería ir y no tardé mucho en encontrar la plaza en la que había quedado de verme con Regina. Miré el reloj, ella no tardaría en marcar. No iba a mencionarle nada, era su cumpleaños y no quería echarlo a perder, no me parecía suficientemente lógico, todo era más bien deprimente y ridículo, esa era la verdad. Arriba el ánimo, me dije, A la mierda el perro, el universo es un caos, la vida es así. Entré a un restaurante y pedí una cerveza, quince minutos después el teléfono sonó, era ella.

- Ya estoy aquí. ¿Dónde estás tú?
- Ahora salgo- respondí.

Nos vimos y me dio un beso lleno de lujuria. Feliz Cumpleaños, le dije, me tomó de la entrepierna y me sonrió, Quiero mi regalo ahora, contestó y me besó de nuevo. Ya había rentado un hotel, se había bañado antes de salir hacia la plaza y se veía deliciosa en su vestido blanco, muy playero, aunque nosotros nunca íbamos a la playa. Era una chica esmerada, se encargaba siempre de elegir los hoteles y lo hacía bien. En esta ocasión era el Lois, desde el cual se tiene una bonita vista de la ciudad por la noche. Entramos, abrió las cortinas del balcón y comenzó  a sacarse el vestido, comenzando por el tirante izquierdo, con una mirada de lo más sexy, dijo Ven, fui, me encantaba que me deseara tanto, no hay mejor afrodisíaco que ser deseado así. Comenzamos a jugar, nos besamos un buen rato y luego hicimos el amor de pie junto al balcón; por momentos miraba el horizonte, sentía la brisa sobre mi rostro y me daba cuenta de que era muy feliz dentro de Regina, a la orilla del mar. Nos fuimos a la cama y terminamos con algo de violencia, Regina me dejó un buen arañazo en la espalda y yo le dejé un chupetón gigantesco en la bubi derecha. Me dijo que me quería y le respondí que yo también, se abrazó a mí y se dejó llevar por el sopor postcoital. Sin darme cuenta yo volví a pensar en el perro.

Lo tenía demasiado presente, hice una especie de balance mental en el que yo acababa de tener cuarenta y cinco minutos de excelente sexo mientras el perro los había pasado tratando de arrastrarse un par de metros más, de llegar a no sé dónde, de escapar hacia cualquier lugar y hacia ninguno. Regina se levantó y fue al baño a asearse, abrí la maleta y saqué la hierba, hice un porro y lo encendí, volvió y le ofrecí un poco, dio una fumada pequeña y me lo regresó.

- ¿Está todo bien?-, preguntó.
- Todo está más que perfecto, guapa. Sólo estoy exhausto.
- ¿Pero feliz?
- Muy feliz.

Me besó. Los dos teníamos hambre, nos bañamos juntos y Regina se cambió el vestido blanco por uno un poco más como para ir a un restaurante. Fuimos a un lugar italiano sobre la Costera, me pareció que algo en una trattoria frente al mar del golfo sencillamente no funcionaba pero Regina comenzó a hablar de cuando iba a ese sitio con su familia durante su niñez, y yo me ahorré cualquier comentario. Tomamos una mesa cerca del gran ventanal del lugar y ordenamos una deliciosa pizza de cuatro quesos, yo tomé un par de Modelos y Regina una naranjada, y fue una comida muy agradable.

No pensé demasiado en el perro pero tampoco pude evitarlo del todo, algo de casi todas las cosas me lo recordaba, como la idea del queso saliendo de una vaca muy flaca en una granja industrial y dantesca, o la piscina en el lobby del restaurante con enormes peces japoneses sentenciados a permanecer en esa prisión de agua clorada por el resto de sus vidas. Hay todo un mundo de posibilidades a partir de ahí: las focas del Canadá, las ballenas del Japón o los gorilas del Congo, tan parecidos a nosotros, estos últimos, que en su momento fueron confundidos con hombres de la montaña. Por suerte en ese momento Regina comenzó a hablar de nosotros. Gracias a dios.

- No me gusta que tengamos que escondernos-, dijo.
- A mí tampoco-, le contesté.
- Yo entiendo tu situación, ¿sabes? Pero necesito que entiendas la mía, yo no tengo nada que esconder de nadie, tengo ganas de salir a pasear en Xalapa y tomarte de la mano, y no tener miedo de entrar en un café, y quiero besarte en medio del parque si se me da la gana.
- Yo también quiero todas esas cosas, nena, pero…

Pero no era sencillo empezar una relación con la ex de un camarada. Me golpeó: yo era la clase de persona que no se detenía a salvar a un perro porque iba a la playa para cogerse a la ex de su mejor amigo. Ni hablar.

- Te prometo que voy a hablar con él. Pronto.- Concluí.
- No quiero que te sientas presionado.
- No siento ninguna presión.

Como en la punta de una montaña, nena, pensé, ni presión, ni oxígeno, ni una digestión adecuada. Regina sonrió, llamó al mesero y pidió un chardonay, y yo pedí una Modelo. Salimos a la terraza para que yo fumara, el viento corría con fuerza, el humo, el olor de Regina y las tres cervezas se arremolinaron en mi cabeza. Ella terminó con el vino y dijo:

- Creo que estoy caliente otra vez.
- Creo que yo también.- Contesté.

Volvimos al hotel y fuimos directamente a la cama. Hicimos el amor más o menos durante una hora, charlamos un rato y luego nos quedamos dormidos. Cuando desperté había anochecido, Regina seguía fuera de combate, afuera el viento soplaba con una fuerza inusual. Me levanté para cerrar la ventana y me quedé mirando el mar picado algunos minutos, una tormenta llegaría durante la noche, las olas habían comenzado a devorar la playa y pronto romperían directamente sobre la avenida, la espuma brillaba y la luna poco a poco se iba escondiendo bajo un velo de nubes hipnóticas. Al perro la tormenta lo alcanzaría durante la madrugada, pensé; deseé que hubiera muerto o que muriera pronto. Regina despertó.

- ¿Qué pasa?- me preguntó desde la cama, cubriéndose el cuerpo con las sábanas, pálida, un fantasma hermoso bajo la luz de la luna.
- No pasa nada. Vamos a bailar.

Se bañó y se cambió el atuendo por tercera vez en el día, yo me cambié la camisa por una limpia y me lavé la cara. Aún tuve que esperarla durante quince minutos mientras ella terminaba de maquillarse, encendí un cigarro.

Volví a asomarme a la ventana. Desde el tocador Regina me hablaba de una película de vampiros que había visto, una trilogía de vampiros adolescentes mutantes sobre la que yo había escuchado ya muchas malas opiniones. Algo estaba claro, a Regina le gustaban los vampiros. También yo había querido ser vampiro cuando era adolescente, no me extrañaba que la película funcionara, los vampiros son ajenos a la desgracia humana, aunque lo mismo se las arreglan para no carecer de una desgracia propia. Si yo fuera un vampiro, me dije, habría salvado al perro, lo habría convertido en un perro vampiro, convertiría también a Regina y nos largaríamos los tres a chuparle la sangre a gente mala como George Bush.

El mundo era un desastre, todo estaba ocurriendo en ese mismo momento, todas las catástrofes del mundo, el perro muriendo al lado del camino. Me cruzó por la cabeza la idea de que el universo estaba molesto conmigo, me dieron ganas de meterme al mar y ver si conseguía salir con vida, probar la voluntad de la noche marina como una posibilidad expiación, una forma muy rara de culpa, tal vez, interesante e incómoda. De algún modo, sin embargo, eludible.

Cuando Regina volvió del tocador se veía como una diosa en tacones altos. A la mierda el mar, me dije y me fui encima de ella. No me dejó llegar muy lejos, tenía cara de berrinche, una chica a veces quisquillosa, Regina.

- Quiero una tacha.- Dijo, y me dio un beso coqueto entre la mejilla y la boca.
- Me encantas.- contesté.
- ¿Por yonki?
- En parte.

Sonreí. Nos besamos todo el camino hasta la planta baja, buscamos un bar y acabamos en otro lugar enfrente del mar. Playa y alcohol, y poca cosa más hay en el Puerto. Regina pidió un Cosmopolitan y yo un Jack Daniel’s con Coca. Hablé con el mesero y me vendió dos pastillas rojas por cuatrocientos pesos.

- Más vale que estén buenas- le dije.
- ¿Y si no qué, wey?- me contestó con desdén y se largó.

Pero estaban buenas. Nos las comimos y nos besamos como en Amarte Duele porque Regina es fanática del deporte de visitar clichés de películas malas. Explotamos una hora más tarde, bailamos, nos besuqueamos, hicimos todo un numerito en el bar y luego nos fuimos de ahí. Estuvimos paseando un rato en el auto, el viento hacía que el chevy se meciera como un barco en el mar, algo había de surreal en toda la experiencia, nos orillamos en un mirador y estuvimos besándonos no sé cuánto tiempo más, las olas y la lluvia azotaban el auto, el ruido era ensordecedor, como nuestra euforia, como la vida. Volvimos al hotel e hicimos el amor bajo el efecto de las pastillas, afuera la tormenta se cernía sobre todo y sobre todos.

En algún punto nos quedamos dormidos, no lo recuerdo. Cuando desperté ya había amanecido, miré el celular, eran las ocho y media, yo tenía resaca pero sabía que no iba a poder dormir más, tenía las manos entumecidas, estaba terminando de bajar de la tacha, tenía calor y frío, me asomé al balcón y me encontré con una mañana radiante, aún corría el viento pero el cielo estaba limpio, el sol brillaba. Ordené una cerveza al room service y encendí lo que quedaba de un porro de la noche anterior. Fumé en el balcón, la cerveza llegó y me senté a mirar la mañana hasta que Regina despertó.

No se sentía bien, su resaca siempre era peor que la mía, había comenzado a acostumbrarme. Bajamos a desayunar y estuvimos hablando de dónde y cuándo nos veríamos la siguiente vez aunque  en ese momento yo en realidad no tenía muchas ganas de volver a verla, o al menos no de planearlo. Había traicionado a un amigo y había abandonado a un perro, y al final todo terminaba como siempre, en una mañana de resaca después de una noche de fiesta. La vida era una broma. Regina me preguntó si estaba enojado. Le contesté que no, que también me sentía un poco mal. Terminamos de desayunar, entregamos la habitación y nos fuimos de ahí.

Regina se durmió todo el trayecto de vuelta a Xalapa, yo nunca podía dormir así el día después de una tacha, sentí cierta envidia, encendí un cigarro. Viajé en silencio y por primera vez desde el día anterior conseguí no pensar en nada. Regina despertó cuando entrábamos a la ciudad, sintiéndose mejor. La dejé en su casa y nos despedimos con un beso, nos dijimos que nos queríamos. Me fui. Aún tenía que conducir a Córdoba para ver un rato a los viejos antes de volver al DF. Pasé a cargar gasolina y compré un par de snacks en la tienda de la gasolinería. Tomé la ruta larga para salir de la ciudad porque quería ver algo de los viejos rumbos, pasé por el centro, me hice un porro para el viaje, estacionado en un callejón cerca de donde hice la prepa, y me puse en camino. A unos cinco minutos de llegar a la autopista el celular sonó.

- ¿Qué pedo, carnal? Te acabo de ver pasar.- Era Roberto.
- ¿Ah sí?- me reí, no sabía qué contestar.
- No me dijiste que te quedabas un día más.
- Me quedé para ver a una nena, ya sabes cómo soy.
- ¿Qué tranza? ¿Te lanzas?
- Me lanzo, ganso. Voy a Córdoba, a ver a los jefes.
- Venga, mándales mis saludos.
- Con gusto.
- Un abrazo. Llama cuando vuelvas a venir. Buen viaje.
- Un abrazo para ti, hermano. Estamos en contacto.

Me pregunté de dónde me había sacado la palabra Hermano, ¿de qué irremediablemente católico lugar de mi subconsciente? Soy un ser humano echado a perder, me dije. Quizás todos lo sean en el fondo. A mí no me bautizaron, tal vez sea eso.

Tomé la autopista y volví al ruido de mi cabeza, y al montón de imágenes que no sabía cómo controlar. Pronto iba a pasar nuevamente por el lugar donde había visto al perro, la autopista a Córdoba pasa por Veracruz, porque la vida está hecha de círculos, me imagino. Reconocí la curva del día anterior a lo lejos, entré en ella pero al salir no vi nada sobre la carretera ni a la orilla del camino; prendí las intermitentes, aminoré la velocidad, me orillé y me detuve más o menos a la altura a la que recordaba haber visto al perro la primera vez. Fumé un cigarro en el auto y bajé a buscarlo.

No di con él, no encontré manchas de sangre por ningún lugar. Pensé en aventurarme en el campo de maíz que empezaba a pocos metros de la autopista, llegué a la orilla, eché un vistazo pero no vi ni un rastro y desistí. Un tráiler pasó por la autopista, una ráfaga de viento me golpeó con suavidad, y luego por un instante todo estuvo en silencio.

Me había manchado el zapato con lodo, me lo quité, luego me quité el otro y volví al automóvil, encendí el motor y un cigarro, y me puse en marcha. Seguía viendo la imagen del perro mientras se arrastraba fuera del camino. A veces, en la imagen, me detenía, me bajaba del auto, esquivaba un par de vehículos y lo rescataba, lo llevaba al veterinario, lo adoptaba, y aunque el perro no volvía a caminar del todo bien, vivía algunos años feliz junto a mí, y viajaba conmigo pendiente de la carretera desde el asiento del copiloto.

Tal vez en la siguiente vida, me dije. Traté de borrar la imagen, todas las imágenes, encendí la música y encendí el porro. En Córdoba me esperaba un plato de comida caliente, este inhóspito lugar llamado Vida es inexplicablemente bueno con algunos.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

el destino

Creo que tendemos a ver la vida de un modo antropocentrista, y creo que eso nos impide ver el plano más grande del asunto. Estaba pensando, por ejemplo, en el destino, en como básicamente nadie le da crédito al destino en estos tiempos. Según ellos es porque la noción de destino no es compatible con la razón científica, lo cual me parece que es no tener idea ni de una cosa ni de la otra. El destino es una de las cosas que más fácil  resulta discernir por medio del racionalismo científico, siempre que uno consiga superar la barrera del ego antropológico.

La ciencia moderna señala, palabras más, palabras menos, que el universo comenzó con el estallido de una partícula pequeñita que contenía todo lo  que hay en el cosmos. La partícula, que era energía pura, explotó, lanzando un montón de material incandescente en todas direcciones, que desde entonces ha venido enfriándose y expandiéndose, formando así las galaxias, las estrellas y los planetas, como el nuestro, y todo lo que hay en esos planetas, incluidos nosotros.

Las  ideas de la voluntad y de la individualidad, sobre las que erigimos nuestro amor propio, resultan interesantes como ejercicio narrativo para explicarnos nuestras vidas y la historia de nuestras civilizaciones. Pero también nos hacen perder la perspectiva de una realidad cósmica bastante contundente: el universo ya explotó. Cada átomo que compone nuestros cuerpos ha viajado durante millones de años a través del espacio para convertirse en nosotros, si bien el viaje no termina ahí, y no depende de nosotros.

En el fondo nadie sabe realmente lo  que hace en este mundo, o por qué lo hace. La gente va y camina porque algo la lleva a caminar, se dice Voy a la escuela  porque su energía está en un viaje que empezó hace una eternidad y no puede variar su recorrido, como la tierra no  puede dejar de girar alrededor del  sol, ni el sol  puede evitar brillar. Así que camino y me digo Voy caminado, y estoy  completamente equivocado. Lo  que pasa es que mi energía está  viajando, yo,  que  no soy más que la conciencia de ese viaje, digamos: el viajero, soy lo que menos importa en esa caminata, ni yo  ni  lo que yo vaya pensando mientras voy por ahí. Es mi destino ir por ahí, es el viaje que debe ser, el único viaje posible, porque el universo ya explotó. Y yo voy por ahí explotando.

martes, 3 de septiembre de 2013

Federico

Al principio no estaba segura de que fuera él, lo vi un par de filas de asientos más allá, tan pequeño que era inconfundible: era Federico. Dejé mi lugar y fui hacia donde estaba, su mirada perdida me encontró justo antes de que yo lo llamara, nos sonreímos.

- ¡Federico!
- ¡Isabel! ¿Cómo has estado?

Nos abrazamos. Siempre es divertido abrazar a un chico más pequeño que tú.

- ¡Bien!, ¿y tú?, ¿qué ha sido… de ti?

Debía haberlo pensado dos veces antes de acercarme a él pero ya era tarde. No podía ser tan grave, Federico era un buen tipo, un buen tipo que había desaparecido misteriosamente, sin dejar rastro. Sonrió una vez más, con una especie de resignación en el gesto.

- No  te preocupes-, dijo para tranquilizarme.

Es decir, si uno se esfuma está bien, pero si uno se esfuma y luego vuelve a  aparecer, la gente hará preguntas, el saludo más elemental las  presupone, y ¿por qué no habrían de hacerse? ¿Debe uno sólo ignorar a la gente que un día desaparece y  al  día siguiente nos topa de bruces, o casi, en el aeropuerto? Por otro lado, los aeropuertos son, probablemente, un punto de paso usual para la gente que se esconde. Entonces tal vez lo correcto hubiera sido no saludarlo, incluso hacerme la desentendida. Daba igual, daba completamente igual.

- Es una historia larga-, dijo. Me miró con suspicacia durante un momento y siguió. - Tú… ¿No sabes nada? ¿Nadie dijo nada en la oficina?
- No  avisaste en la oficina.
- Ya.
- No tenemos que hablar de eso, ¿sabes?, yo…
- No fue nada, una especie de crisis nerviosa, esa clase de cosas.

No supe qué decir. Federico sonrió una vez más, como excusándose. Jamás lo hubiera pensado de él. Probablemente él tampoco lo había pensado de sí mismo.

- El doctor dice que se debió a un desbalance químico, una insuficiencia de serotonina y dopamina. Como estar drogado, pero al  revés. No puedo negar que eso tiene sentido…
- Federico…-, dije, con un tono maternal que me recordó al  de mi madre y me apartó de golpe de la ternura que comenzaba a sentir. Una crisis nerviosa, en alguien  como  él… no había esperanza para el mundo.
- Es extraño. El doctor dice… ¿te puedo contar algo?
- Me puedes contar lo que quieras-, contesté.

Federico comenzó a hablar con la mirada hundida en la enorme plancha de cemento en el centro de los andenes, por un instante me pareció incluso más pequeño, casi del tamaño de un niño. Luego, guiada por sus palabras, yo también me perdí  en el reflejo cegador de toda aquella luz.

- El doctor dice que todo está en mi cabeza. Es cierto que todo es un poco nebuloso, También dice que debo tener en cuenta la posibilidad de haber alucinado algunas cosas, puede ser que parte de la información que guardo en mi memoria sea falsa… No estoy seguro. Tiene sentido, pero no lo sé.
- ¿A qué te refieres?
- Es una de esas cosas que, si las piensas, y estás equivocado, dejan muy desdibujados tus mapas de la realidad y la cordura.
- Cuéntame.

Federico tardó un instante en continuar, fingió mirarme sombríamente, sonrió.

- Todo comenzó un par de meses antes de que dejara de ir a la oficina. Había comprado una computadora nueva, al fin había terminado de arreglar mi departamento. Yo era una de esas personas que encuentran dicha en ese tipo de cosas, ¿sabes?, y este parecía el inicio de una buena etapa. Luego, una mañana, sin razón aparente, el ordenador comenzó a fallar, el teclado se había desconfigurado y no podía encontrar la combinación correcta para poner acentos. Es la clase de cosas que te desbalancea. Compras una máquina nueva, una máquina buena, y  a las dos semanas falla. Estuve irritable por aquellos días, probablemente te conté algo.
- Creo que sí.
- Supongo que sí, me quejé mucho al respecto. En fin. Lo superé, llevé la computadora a arreglar y todo se resolvió. Pocos días después el refrigerador comenzó a hacer un ruido extraño. No se descompuso en ese momento, pero tan pronto escuché el ruido supe que quería decir algo malo. Por lo demás, era un aparato usado, la situación era comprensible, podía haberse dañado en la mudanza, y no había nada que me llevara a pensar que ambas fallas estuvieran relacionadas, de hecho era absurdo imaginar siquiera que lo estuvieran. Pero yo lo imaginé. No me preguntes por qué, Isabel, pero yo supe en ese momento que por alguna razón el universo había comenzado a colapsar a mi alrededor de un modo sutil, pero implacable.

Sonrió nuevamente. Experimenté un gusto repentino por esas sonrisas fáciles que se sucedían en su rostro, luego pensé que tal vez eran una muletilla, luego le di algo de crédito al contexto y se me ocurrió  que bien podían ser las sonrisas compulsivas de un maniático.

- Durante los siguientes días y semanas mi  vida se fue llenando gradualmente de fallas. Un  martes por la mañana, mientras conducía a la oficina, el automóvil se detuvo inexplicablemente en medio de la avenida. Así, sin más. Días más tarde, el calentador de agua dejó de funcionar. Poco después un ligero sismo descuadró la puerta de entrada y en un brusco intento por reacomodarla terminé rompiéndole el vidrio. A veces, cuando caminaba por la casa, encontraba tirada una tuerca, un cable, una pieza de un aparato imposible de identificar. Uno  o dos días después algo más se rompía, la silla perdía una rueda, a la sartén se le caía el mango, el estéreo no encendía. El refrigerador también falló, tal y como lo había predicho, y eso me llenó de una certeza inasible y aterradora. Arreglé el calentador y no pasó más de una semana antes de que comenzara a dar síntomas de extrema antigüedad toda la instalación del gas. La computadora falló por segunda, tercera y cuarta ocasión. El drenaje del departamento se obstruyó de un modo que el fontanero no pudo explicar. Comencé a perder el control poco a poco. Debe parecerte una tontería.

La verdad era que sí, me lo parecía, pero no iba a decírselo porque al mismo tiempo sabía perfectamente que la mayor parte del equipaje que los humanos arrastramos por el mundo está hecho de tonterías. La aflicción se esconde tras esquinas cotidianas y aburridas.

- No son tonterías para nada-, respondí.
- Sí lo son. Y hasta ese punto yo también lo pensaba. Estaba en mis cabales, o eso creo. En ese momento lo creía tanto que no vi venir lo que estaba por suceder. Todo lo anterior había ocurrido a lo largo de, más o menos, un mes, en el que paulatinamente me fui quedando sin dinero por todos los gastos implicados. Las fallas, que primero se suscitaban aisladas, dándome la oportunidad de pagar las reparaciones con cierta organización, comenzaron a yuxtaponerse en el tiempo y el espacio. En el baño, comenzaron a fallar simultáneamente el lavamanos y la regadera. El vidrio de la sala sufrió el violento impacto de una paloma desorientada que murió en el incidente y dejó un reguero de vidrios, plumas y sangre por toda la habitación. Tuve que pagar por la limpieza y por el cambio del vidrio. Luego se fueron el internet y el teléfono, llamé a la compañía y tardaron cinco días en ir a mi casa para arreglarlo, el arreglo duró dos días, y luego volví a quedarme incomunicado. La  compostura del auto era lo más duro de pagar, pero en vista de la creciente lista de dificultades que la vida ponía ante mí, era también lo más impostergable. Visité al  mecánico, acordamos un precio y me fui del taller tratando de convencerme a mí mismo de que ese era el inicio de la solución de todos mis problemas. Al día siguiente salí de mi casa y me dirigí al banco para retirar el dinero que necesitaba, entré al cajero metí la tarjeta y solicité el dinero. El aparato se comió el plástico sin darme el efectivo. Me quedé ahí, mirando la pantalla que me informaba del fallo y me sugería comunicarme inmediatamente a un número del banco.
- Podías hacer un retiro en caja.
- Lo intenté, pero cuando me mudé a la ciudad no actualicé mis datos de cuenta, y mi identificación no era vigente. Tenía que ir a la sucursal de origen, firmar papeles. No iba a poder resolverlo así.
- Mierda.
- Sí. Fui al taller y el mecánico me dijo que no se sentía cómodo dándome el coche si no le pagaba. Me pareció de lo más razonable, creo que yo tampoco me hubiera sentido cómodo en su lugar.  Además, dentro de mí  quería creer que este era un problema que podía resolver. No le dije nada a nadie, ¿decir qué? En la vida a veces las cosas se descomponen. Punto. ¿No?
- ¿No?
- Yo sabía que no.

No supe qué cara poner ante semejante historia. Intenté poner una de mucho interés, pero ni con todo mi esfuerzo me lo creí. Me reí, Federico también se rió. Esa no era la risa de un maniático. Me pregunté quién habría sido el maniático más pequeño de la historia.

- ¡No estoy loco,  Isabel!
- ¡Ya lo sé!
- Dime que crees que no  estoy loco. O dime que sí. Dime la verdad.
- No creo que estés loco.

Lo pensé, él me miraba con los ojos llenos de interrogación. Iba a decirle: Realmente no creo que estés loco, pero decidí no hacerlo.

- Cuéntame más, anda.
- No estoy loco, y si yo estuviera loco eso no haría del mundo un lugar cuerdo.
- Cuéntame ya.
- Pues eso. Sin darme cuenta había llegado a una situación en la que no tenía automóvil, y nada de lo que poseía funcionaba bien, y la vida se me caía a pedazos, y ahora, además, no tenía dinero. Tenía amigos, claro, pero mis amigos eran tan pobres como yo, o más pobres incluso. Dios  los bendiga. Uno de ellos, Amaury, un baterista, me prestó un poco de dinero para comer y beber durante una semana, y luego, esa misma noche, publicó en Facebook que el parche de uno de sus tambores se había reventado. Subió una foto, la forma de la rotura era como una calavera.
- ¡Eso no es cierto!
- No, lo de la calavera es un adorno. Pero la sensación fue parecida, y al mismo tiempo todo era absuro, ¿me entiendes? Es muy complicado estar seguro de algo que casi no tiene sentido.
- Me lo puedo imaginar.
- Y te podrás imaginar que también hay una cuota anímica. Todo el asunto comenzó a calarme, como una lluvia constante que puedes tolerar en un principio, pero que poco a poco te merma, y si se lo permites te puede arrastrar a estados paroxísticos de ansiedad. Comencé a sentirme agotado, en parte lo estaba, todo era demasiado, estaba deprimido, cuerpo y alma, mi barco se hundía. Es una sensación fuerte.
- ¿Y luego?
- Cuando ya mi único medio de comunicación era el celular, e incluso este comenzó a fallar, decidí que era necesario hablarle de esto a alguien con el poder y la voluntad de ayudarme si la situación empeoraba. Llamé a mi mamá, le conté parte de la historia, la parte cuerda, le dije que todo me estaba saliendo mal, ella me dijo que la vida es así, que debía tener paciencia, todo iba a mejorar. Quise creerle pero no pude. Todo esto fue un lunes, el mismo  lunes que dejé de ir a trabajar. Mamá depositó algo de dinero  en la cuenta de un tío que vive en la ciudad y el tío se ofreció a llevarme el dinero a casa esa noche. Tocó el timbre alrededor de las nueve, bajé y lo invité a pasar pero él declinó, iba con algo de prisa. Me dio el dinero, le agradecí, nos abrazamos y nos despedimos. Volví al departamento, conté el dinero y volví a la cama. Diez minutos más tarde el timbre sonó nuevamente, era mi tío, cuyo auto no encendía. Pasé esa noche considerando muy seriamente todo lo que estaba ocurriéndome. La noción de que si  lo decidía podía dejar el trabajo, y terminar el mes, pagar la renta, y tener un cascarón donde sentarme a esperar la llegada de la inevitabilidad, me producía un efecto de tal paz que decidí tampoco ir a la oficina al día siguiente. Pasé toda esa semana decidiendo no ir a la oficina una noche a la vez, hasta que llegado el sábado di el asunto por concluido.
- Pepe te llamó, yo también te llamé.
- Lo sé. A veces no podía contestar, el celular…
- Ya…
- La verdad es que no contestaba porque no quería hablar con nadie, porque de ¿qué diablos va a hablar alguien que no sabe mantener su barco a flote?
- Eso es duro.
- Todo el asunto comenzó a sepultarme. El domingo salí a dar un largo paseo, me sentí  muy libre caminando así, casi sin dinero, muy libre y muy triste, y muy lejos todo, demasiado cerca de mí mismo. Lunes, martes y miércoles me quedé en casa, mirando el techo de mi habitación durante varias horas, leyendo, escuchando el departamento caerse a pedazos, clavo por clavo. El jueves volví a salir, fui al mercado y compré algunos víveres, cuando volví a casa ya no había luz. Bajé, revisé el medidor sin saber qué buscaba exactamente, y luego dejé el asunto en paz. Los días se sucedían con una continuidad que me tenía perplejo. Yo me sentía, por el contrario, cada vez más paralizado. Una mañana desperté con un dolor de lo más incómodo en la pierna izquierda, uno de esos dolores que hacen complicadas las cosas más sencillas ¿sabes? Decidí dejar pasar unos días, suponiendo que tarde o temprano se iría. Incluso en los peores momentos la mente tiende a asumir que algo va a salvarnos. Pero lo que ocurrió fue exactamente lo contrario. No sé si el dolor cambió, pero yo cada día estaba más consciente de él. Luego, una tarde, comenzó a reptar de una pierna a la otra, te lo digo, podía sentirlo arrastrarse. Se movió despacio por mis ingles e invadió mi pierna derecha de arriba a abajo. Todo el asunto debe haber tomado tres o cuatro minutos. Lo que me estaba pasando estaba llegando al final, y yo no tenía cómo enfrentarlo, y ¿qué me estaba pasando, después de todo?
- ¿Una crisis nerviosa?
- Sí, eso.
- Chale.
- Ya no volví a salir de mi casa.  El celular murió y supe más del mundo exterior durante algunos días. Ahí estaba yo, con mi dolor en las piernas y mi  inhabilidad para hacerme cargo de mí mismo, picándome los ojos en medio de una penumbra apocalíptica, sin gas, sin luz y sin  dinero, sin ninguna posibilidad visible de escape, completamente a la merced de la providencia.
- ¿Y tu mamá?
- Dios la bendiga. Una tarde se abrió paso a  través de la puerta y del caos que imperaba en todo mi departamento. Ella es más pequeña que yo ¿sabes?, menudita como como una hormiga, escarbó su camino hacia mí. Cuando la vi por primera vez entendí de qué hablaa la gente cuando habla de salvación, de la intuición de que han sido tocados por un ángel.
- La sensación de supervivencia…
- ¡Y de divina intervención! Durante algunos días toda la vida se ve de un color distinto, son días de reflexión, de gratitud. Mamá me llevó a casa, donde ella y mi padre se hicieron cargo de mí durante algunas semanas. El dolor de las piernas se fue poco a poco, el doctor dijo que no había ninguna razón física para él, un truco mental de mí hacia mí, paranoia, como la idea de que el universo se me venía encima. Pasaron seis meses antes de que volviera a acercarme a una computadora, unos cuantos más antes de que decidiera volver a conducir. Creo que sí, creo que lo peor ha pasado.
- Y tal vez ahora tu vida sea a prueba de descomposturas, al menos por un tiempo.

Pobre Federico, quería aparentar un control de sí mismo que no tenía, de verdad quería creer que todo había sido un episodio de locura temporal, pero yo podía darme cuenta de que una parte de él estaba convencida de que la historia había ocurrido como él la recordaba, y quién sabe, quizás había sido así.

- No es fácil volver al mundo luego de un viaje así-, dijo.- La realidad, este… mundo que vemos… no es lo que parece…  y si lo es no es porque algo lo obligue, nada lo contiene, puede cambiar en cualquier momento, sin razón alguna. Puede cambiar dentro de ti o fuera de ti, pero una vez que lo hace nada vuelve a ser igual, nada vuelve a tener sentido, como si todo estuviera al borde del abismo en todo momento.
- Como ponerle atención a la respiración…
- O como tratar de volver a soñar el mismo sueño del que acabas de despertar.

Nos despedimos cuando el sonido local anunció que para él había llegado el momento de abordar, nos abrazamos, nos sonreímos por última vez. No quise preguntarle a dónde iba, ni nada más. Él tampoco dijo nada, dio media vuelta y caminó hacia el pasillo. Vi su pequeña figura doblar por una esquina, seguido por los otros pasajeros, y me quedé parada ahí mismo, pensando en algo más que decir, no a él, sino a  mí, acerca de lo que sentía, o pensaba, o intuía, no sabía definirlo, ni ubicarlo dentro de mí, pensé en la locura, pensé en la  clase de cosas que tendrían que pasarme para volverme loca pero pronto me di cuenta de que pertenecen a la clase de cosas difíciles de imaginar. Notaba mi respiración y no podía parar de notarla. Me  cercioré de que mi celular y mi tableta funcionaran bien, miré el televisor, miré al gran tablero de arribos y salidas. Todo parecía estar bien. Volví a sentarme, cerré los ojos. Tenía que aprender a ser más prudente, no saludar a cualquier rostro familiar sólo porque sí. La gente que desaparece debería quedarse fuera del mundo. Mi respiración seguía ahí, y seguiría ahí durante varios minutos más. Federico, ¿qué me hiciste?, me pregunté.

viernes, 16 de agosto de 2013

El Premio

- Entonces… me gané un premio.
- ¿En serio? ¿Con un cuento o algo?
- Nope.
- ¿Un ensayo?, ¿un poema?
- Nope.
- …
- Con un diseño. Bueno, una página web.
- ¡Oh!, pues eso también está bien, ¿no?
- Sí, supongo.
- ¿Qué página? ¿Aquella con los jipis y la comuna? ¡Esa página era muy creativa!
- No…, ¿recuerdas que te conté de ese instituto de salud?
- ¿Cuál instituto de salud?
- Uno en Tlaxcala, del gobierno del estado, me conectó una amiga de Daniel, ella canta pop, también le estoy haciendo una página.
- Ya… ¡Wow!
- ¿Wow?
- Debe ser algo importante ¿no?
- No mucho… no.
- No te creo ¿No es... como una competencia entre los mejores?
- No… generalmente es algo arreglado. Los premios no los da una asociación de diseño, los da el mismo gobierno, hay premios para todo, los premios ayudan con la opinión pública.
- ¿La opinión pública?
- Exacto. No tiene sentido. Te dan un premio porque es necesario darle un premio a alguien, para poder decir 30 horas de trabajo valen 200 mil pesos. Al final es una mentira que a nadie le interesa siquiera escuchar.
- ¿Te pagaron 200?
- Me pagaron quince.
- Auch. Lo siento.
- Me siento parte de un circo.
- Bueno, todo es un circo, haz como que no, como el resto del mundo.
- Pasa el vino.
- Lo digo en serio. El mundo está hecho de esta clase de cosas, sólo la gente llena de soberbia cree merecer los premios que recibe, la gente normal sabe que de un modo u otro los premios son síntoma de un mundo enfermo. Pero los reciben, porque si no ¿qué? Más soberbio es rechazarlos, ¿sabes?, más soberbio es decir que no necesitas una palmadita en el hombro de vez en cuando. No tengo dudas de que hiciste un buen trabajo, disfrútalo.
- Tal vez… El dinero extra no está mal.
- Exacto. Y sin importar qué, un premio es un premio, alguien va a verlo y va a opinar algo bueno de ti por él.
- Sí…, oye, ¿has visto ese meme que dice?: “¿Qué pensaría el niño que fuiste del adulto en que te has convertido?"
- … Creo que a veces pierdes la perspectiva de lo que en realidad importa. Cañón.
- Oye, al menos habrá más trabajo ¿verdad?, más dinero, más…
- Para… para, no lo estás haciendo mejor.
- Vale. Habla tú. El vino, por favor.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Prenderse por las razones adecuadas

I

Estaba pensando en lo clichés que resultan algunas de las razones por las que a veces queremos acostarnos con alguien más. Durante la tarde estuve platicando con un amigo y la charla en algún punto llegó a ello, casi siempre lo hace, siempre alrededor de los mismos lugares comunes, y esta vez el lugar común era un espectacular de Ninel Conde.

El amigo del que hablo es incluso más propenso a los estereotipos que yo. Las chicas le gustan más o menos como salen en la tele, versiones mundanizadas (porque el tipo tampoco es un galán) de los modelos mediáticos de la mujer atractiva. Aunque no se lo diría en su cara, me parece que hay mucho de reprochable en ello, lo más grave siendo la completa falta de imaginación para desarrollar un erotismo más personal.

Esta extraña sociedad de producción en masa ha conseguido estandarizar algo tan íntimo como el proceso de excitación sexual en modos que ya ni siquiera es novedoso criticar. Somos una especie de manada de Pavlov que responde a estímulos calculados y predecibles, disfrazados de una normalidad biológica que no se sustenta en otra cosa que en la repetición hasta el cansancio de que el cliché sexual es la evolución lógica del instinto animal.

Por supuesto, si bien repetir una cosa mil veces puede hacer que todo el mundo crea que es verdad, no la hace verdad en última instancia. Pero sí obliga a vivir perpetuamente como si fuera verdad, porque aunque no lo creamos del todo, casi lo creemos, y el resto del mundo casi lo cree, y a falta de una mejor alternativa, el cliché se vuelve una realidad discursiva. Y todos nos sentimos inadecuados, y todos aprendemos a desear objetos de laboratorio y plástico en lugar de relaciones humanas.

Convertimos el erotismo en un perpetuo acto de autoconvencimiento de que somos reales y nuestros deseos son reales. Nuestra sociedad se repite a si misma, a gritos y todo el tiempo, que queremos cinturas pequeñas, senos grandes, bíceps prominentes, pectorales abultados, juventud, fuegos artificiales y una montaña rusa. Lo repetimos en las pláticas con los amigos, en las películas, en la música, en los espectaculares, en las revistas, siempre.

Mentimos. Mentimos a los demás y a nosotros mismos. No importa cuantas veces nos acoplemos discursivamente a las formas establecidas del deseo, al final nos gusta lo que nos gusta, y nos gusta tanto que al final puede más ello, el deseo espontáneo, que todo el peso de la repetición social.


II

A lo largo de las últimas generaciones hemos presenciado una serie de rupturas y reformas que han desafiado lo que previamente se consideraba legal, socialmente funcional y moralmente aceptable. Comportamientos tipificados como desviaciones de unos cuantos degenerados se convirtieron poco a poco en nuevos modelos de individualidad sexual cuyo último objetivo era ser considerado como parte de Lo Normal, pero cuya existencia podía divisarse en la historia atravesando muchos periodos y muchas ideas de normalidad.

Nuestra sociedad con todo y sus avances no está más cerca de ser una que sepa prescindir de Lo Normal y asuma la multiplicidad de identidades como última convención. Acaso ahora “permitimos” que los homosexuales se casen, que las mujeres trabajen y que los adolescentes experimenten. Lo permitimos porque hemos reconsiderado nuestra posición y ahora ya no nos parece que haya que apedrearlos públicamente. Quizás incluso les vendamos un par de cosas.

Así que ante todo, hay una normalidad discursiva que esconde una multiplicidad de identidades sexuales invisibles, no formuladas y espontáneas. Un maquillaje general de la sexualidad espontánea con calculados y estrechos hábitos culturales alrededor deseo.


III

Estaba pensando en esas cosas y en otras parecidas cuando me dio hambre y decidí bajar a la tienda de la esquina por un bocadillo. En el camino me puse a mirar a las mujeres que iban apareciendo, tratando de comprender exactamente qué era lo que me hacía pensar en ellas de un modo sexual o no. Mi primera impresión fue que me parecían más sexuales las que más se apegaban a lo estereotípico, y menos las que no se apegaban tanto. Pero casi de inmediato me di cuenta de que la sensación que me producían las “chicas lindas” en realidad era más parecida a la codicia que al deseo, o a un deseo del ego, un deseo cultural y no ese antojo genuino que despierta sólo, a veces pese a nosotros mismos, cuando el ego se adormece, la mente se quita del camino y desea el cuerpo con toda la honestidad con la que suele hacerlo. Pensamientos grandes, ciertamente, para tan pocos pasos.

Hice mi compra, me aproximé al mostrador y saludé a la chica que estaba atendiendo, y que en términos generales me ha parecido siempre linda.

Mientras esperaba el cambio me hice la sencilla pregunta de sí me acostaría con ella o no, y por qué. Al menos parecía sencilla, porque inmediatamente me vino a la cabeza una serie de consideraciones de todos tipos: ¿me parecía de verdad linda o era sólo que tenía algunos atributos a los que estoy acostumbrado a responder con disposición sexual, digamos el busto grande y una fuerte tendencia a sonreír?, ¿sería fácil tener una conversación fluida alrededor de un hipotético encuentro sexual con ella, o sería uno del tipo vacío y lleno de silencios incómodos?,  ¿sería la clase de chica que busca pasarla bien con pocas ataduras o la clase que prefiere echarlo todo a perder con muchas?, ¿sería apasionada?, ¿pensaría que soy un pervertido?, ¿lo sería ella?

Mi mente era como un trineo en una pendiente, una metralleta de preguntas, cada una con un grado mayor de complejidad que la anterior, hasta un punto en el que toda la situación, que por lo demás no había durando más que un par de minutos, resultó abrumadora y ridícula.  “Qué montón de inútiles criterios”, me dije, “qué monstruosamente mental soy”. Y qué mental me resultó por un instante toda la historia de mi sexualidad, y qué igual a mi amigo (el de los clichés) me sentí.

Con el gesto de un hombre abatido recibí el cambio cuando la señorita terminó de contarlo. Busqué en su mirada una respuesta, una declaración de amor, un gesto de lascivia, pero lo único que encontré fue esa misma sonrisa de niña coqueta de momentos atrás. Entonces, mientras me entregaba lentamente los billetes y las monedas, las puntas de sus dedos tocaron muy suavemente la palma de mi mano, dos veces para ser precisos, y la suavidad de esos apéndices regordetes me produjo una excitación de lo más deliciosa y animal, una excitación infantil. Por un momento pude imaginar esa misma suavidad recorriéndome el cuerpo, las puntas delicadas de aquellos dos rollitos de carne, su índice y su dedo medio, poniéndome en un trance de sumisión y deseo por toda la eternidad.


Así de sencillo es todo en el fondo, así de sin reglas ni cuadraturas, sin mapas, ni rutas, ni clichés. Así de claro lo tuve todo en el camino de vuelta a casa, y me sentí contento porque me había quedado claro que algo dentro de mí todavía se prende por las razones adecuadas, algo en mí aún era puro y espontáneo, había esperanza. Me dieron ganas de predicar: El deseo es una cosa que surge cuando quiere y porque quiere, a veces fluye con la costumbre y a veces no. Qué grato es ser capaces de desear a cualquiera, en cualquier momento, sólo porque sí. El deseo no tiene nada que ver con Ninel Conde.

martes, 11 de diciembre de 2012

Salvajes, de Oliver Stone



(Incluye Spoliers)

A mediados de año Universal lanzó el nuevo filme de Oliver Stone. A estas alturas ya no se trata de un estreno pero dado que tampoco fue un blockbuster cabe la posibilidad de que usted la haya dejado pasar. En cualquier caso, es una película que acabo de ver y que induce al comentario, una película, digamos, controversial.

En lo personal me gusta el tipo de controversia que genera Olvier Stone. Me gusta porque es tan consistente que no me cabe la menor duda de que lo que refleja es pura honestidad, es difícil encontrar una opinión hegemónica con la que Stone esté de acuerdo, su trayectoria como cineasta incluye réplicas a la legitimidad de la guerra de Vietnam y las versiones oficiales del asesinato de JFK, versiones subversivas sobre gobiernos opositores a EEUU, investigaciones underground de líderes de estado americanos, así como una profunda admiración por las expresiones contra-culturales de su sociedad. En esa consistencia, me parece, se hace evidente un aspecto clave en la personalidad y el cine del director: Stone es rebeldón.

No extraña entonces que en su más reciente producción aborde los temas que aborda. Hay dos que son cruciales: El tráfico de la marihuana y La poliandria. Se trata de temas tabú, del tipo que habita en el limbo que divide la definición social entre el bien y el mal. Los temas se vuelven tabú por su ambigüedad, su tonalidad gris, ese es el primero de dos factores. El segundo es su proximidad, su cualidad casi doméstica. En una sociedad como la nuestra, que condena con severidad y alarma las prácticas extramaritales y las de recreación narcótica, pero que constantemente duda de sus certezas ante la visible omnipresencia del pecado, hay pocos temas que puedan provocar esta clase de picor en la conciencia moral de los consumidores de cultura de masas, incluso si es esa parte snob de las masas que consume películas de Oliver Stone.

La película es tan provocadora que hasta Jorge Fernández Menéndez decidió dedicarle una columna, muy típica de él, en la que el filme termina por ser una apología de sus propias opiniones acerca del tema de las drogas. Es curioso: el de las drogas es el más abordado por la crítica en la prensa, pero en los comentarios de la gente en los diversos espacios de internet el tema que más pasiones despierta es el de la poliandria.

Se dibuja el espejismo de dos películas, en una de ellas la historia es la de dos chicos californianos, exitosos y opuestos que tienen un negocio de marihuana y una misma y guapa novia. El opulento tren de vida del mènage á trois se ve súbitamente interrumpido por la intrusión en el mercado americano de un cartel mexicano, las negociaciones se truncan con un secuestro y el hilo de la acción nos precipita al primero, el más dramático de dos finales. Todos mueren.

La reiterada animosidad de tantos comentaristas cibernéticos alrededor del hecho de que estos dos chicos tuvieran una misma novia obliga, sin embargo, a una segunda lectura de la película. En esta el eje es Ofelia, aka “O”, la chica en cuestión. La historia es parecida pero diferente, hay una semiosis paralela en la que es ella la que tiene dos novios y no viceversa, y en la que la hierba representa un camino a la autenticidad y a la libertad. Definir la autenticidad, por supuesto, es todo otro asunto, y asociarle específicamente con fumar una hierba sería totalmente un despropósito. Puede ser que Stone aborde esto desde un ángulo ligeramente esterotípico, lo cual, lejos de afectar negativamente el desarrollo de la historia, le da matices de fábula y de parábola. Lo relevante es que el motor de los sucesos en la historia, al menos en esta otra película implícita, es la conexión, tan profunda como poco convencional, entre estos seres humanos. No el mercado de las drogas, no el número de personas involucradas en una relación. En ese gran acto de rebeldía que es la obra de Stone, Salvajes es un genuino momento de introspección respecto a las fronteras internas, los límites que habitan en cada uno de nosotros, límites tatuados en nuestras almas por la historia y por la civilidad de nuestra civilización.

Esta otra película tiene también su propio final, bastante menos sórdido y contradictoriamente feliz. El propio director ha hecho comentarios al respecto. La película está basada en la novela homónima del escritor Don Wilson, con cuyo final coincide la primera de las alternativas del filme. Stone lo describe como una salida romántica del asunto, el final correcto para la novela que Wilson escribió pero no para la película que él quería realizar. Así que el director opta por una maniobra narrativa que le permitiera establecer tanto el final original como su desacuerdo con él. El segundo final, el verdadero, redime a los personajes de su heroísmo y les permite perseguir el bien propio: los convierte en anti-héroes. Su triunfo no es el resultado de sus cualidades morales sino de un acierto en su cálculo de las circunstancias. En palabras del director esto le parece más realista. En palabras de un servidor, Stone elige, además, no sacrificar el amor de los protagonistas.

Todo el final, toda esta osadía, tanto formal como discursiva, no viene sin riesgos. A mucha gente no le gustó, es comprensible, no es un final estándar, no está narrado de manera estándar y no dice exactamente lo que le gusta escuchar a todo el mundo. Termina de manera un tanto caótica, esa es la cuestión, si bien no me parece que eso sea un error, porque desafiar un poco a la audiencia nunca lo es.

Por lo demás "Salvajes" ofrece toda la calidad característica de este realizador, algo de ella recuerda a “Asesinos por Naturaleza”, dinámica visualmente y con grandes escenas de acción sazonadas con esa violencia explícita que caracteriza al cine americano y de la que Stone produce una subversión que ya es clásica.

Protagonizan: Blake Lively, Taylor Kitsch, Aaron Taylor-Johnson, Benicio del Toro, Salma Hayek, John Travolta, con la participación (destacada) de Damian Bichir y Joaquín Cosio.

Seas cuales sean sus ideas acerca de la vida, la película garantiza una opinión y deja unas ganas bárbaras de darse un toque. Procuren verla, si son pobres como yo mírenla en Cuevana, si son un poco más afortunados hagan el favor de rentarla o comprarla original para contruibuir al enriquecimiento de una industria opulenta y hostil, no sean un papá pirata.

Abrazos y bendiciones para todos.