martes, 10 de agosto de 2010

Diálogo I

Diálogos I

 

Tres tonos de llamada, luego alguien descuelga el auricular, luego hay un silencio perturbador.

-       ¿Sí? ¿Buenas noches?

-       Buenas noches

-       Disculpe usted, ¿a dónde llamo?

Silencio nuevamente.

-       Este es el 066, servicio de emergencias del estado. ¿No sabe usted que marcó el 066?

Silencio breve.

-       Pues sí, por supuesto que lo sé, ¿no debería usted contestar algo como “Servicio de Emergencias del Estado, ¿cuál es su emergencia?”?

-       ¿No me escuchó decirlo?

-       No.

-       Carajo. Esta chunche ya no funciona otra vez. Usted disculpe, ¿cuál es su emergencia?

-       Creo que me picó un alacrán.

-       ¿No está seguro?

-       Bueno, sí: me picó un alacrán.

Silencio, suspiro.

-       ¿Podría indicarme lo que ocurrió?.

-       Me levanté por un bocadillo pero no quise encender la luz.

-       ¿No llevaba chanclas?

-       No, no acostumbro usarlas.

-       Ya veo. Continúe.

-       Pues eso es básicamente todo, no encendí la luz, no vi el alacrán, supongo que lo pisé, sentí un pinchazo, encendí la luz, le di alcance y lo desbaraté con el primer objeto que me quedó a la mano, que por cierto fue una Biblia. Resulta que yo soy ateo, pero hoy me protegí del mal con una Biblia. ¿No le pasan a usted cosas así? A veces la vida puede ser muy discursiva.

-       Yo soy católico, y no sé que quiere decir “discursivo”.

-       Eso cree usted.

Silencio.

-       ¿Mató al alacrán?

-       Efectivamente.

-       ¿Puede decirme el tamaño aproximado del artrópodo?

Silencio breve.

-       No sé. No soy muy bueno para calcular…

-       ¿Del tamaño de una mano?

-       ¿De la palma, o de la mano con todo y dedos?

Suspiro.

-       ¿De qué tamaño era el suyo?

-       Un poco más pequeño que una palma.

-       Entiendo. No suena demasiado peligroso.

-       No, tal vez no.

-       Dígame, ¿presenta usted algún malestar?

Silencio

-       Es posible, me parece que el pie se me está hinchando.

-       ¿Le duele?

-       No mucho.

-       ¿Le dolía cuando llamó?

-       Cuando llamé me pareció que el dolor estaba por empeorar.

-       Y luego no lo hizo.

-       No, ¿no le parece una maravilla?

Silencio.

-       Entonces supongo que esto no es una emergencia.

-       Yo no lo descartaría aún, es decir, no han pasado cinco minutos desde el ataque.

Silencio.

-       ¿Le gustaría que transfiriera la llamada a servicios médicos?

-       ¿Esta no es la unidad de servicios médicos?

-       No, esta es la recepción.

Silencio.

-       Tal vez no sea necesario. Si pudiera usted esperar en la línea durante algunos minutos más, sólo para estar seguros.

-       Eso sería… poco ortodoxo.

-       A mí no me lo parece, usted está cerciorándose de que la emergencia ha concluido, suena como una maniobra rutinaria

-       Si usted lo dice.

-       Y es mejor que eso que vivir con un cargo en la conciencia, ¿no le parece?

Silencio.

-       ¿La presencia de alacranes es recurrente en su domicilio?

-       No, o yo no me he percatado. ¿Por qué lo pregunta?

-       Si lo desea podríamos solicitar un Servicio de Control de Plagas.

-       ¿Sería posible solicitar un Servicio de Verificación de Existencia de Plagas?

-       No, dudo que la corporación lo ofrezca.

-       Francamente no creo que se trate de una plaga, pero tampoco quisiera desestimar ningún riesgo…

-       Use chanclas los siguientes dos días, si no vuelve a haber incidentes entonces no era una plaga.

-       No lo sé. Ya le he dicho que no suelo usarlas, ni siquiera poseo un par.

Silencio.

-       ¿Quiere el servicio de exterminio o no?

-       No hay por qué ser hoscos. Y no, creo que no sería prudente abusar así del estado, es demasiado arbitrario, es demasiado…

-       Muy bien, no hay exterminio.

-       Pero es bueno saber que el servicio existe…

-       ¿Se siente usted mejor?

Silencio.

-       ¿Puedo llamar más tarde en caso de encontrar más alacranes?

Silencio breve, suspiro.

-       Sí, supongo que sí.

-       Pero lo más probable es que ya no me atenderá usted, ¿verdad?

-       Efectivamente. En la recepción hay veinticinco operadores.

-       Ojalá todos sean tan capaces como usted.

Silencio breve.

-       Se lo agradezco. ¿Se siente mejor?

-       Mucho.

-       ¿Cómo va la hinchazón?

-       No parece agravarse.

-       Perfecto, ¿puedo servirle en algo más?

Silencio.

-       ¿Le gusta a usted su trabajo?

-       ¿Qué clase de pregunta es esa?

-       Sólo es curiosidad.

-       A veces. A veces me gusta y a veces no.

-       Ya veo.

-       ¿Qué es lo que ve?

-       Quiero decir, que puedo imaginarlo.

Silencio.

-       ¿Puedo servirle en algo más?

-       Lamentablemente no, ha sido usted muy amable. ¿Muchas llamadas en espera?

-       No.

-       Entonces la noche va tranquila.

-       Podría decirse.

-       Qué gusto.

-       Voy a colgar.

-       Espere…

-       Diga.

-       ¿Le agradecí ya?

-       No.

-       Muchas gracias.

-       De nada.

-       Buenas noches.

Silencio. Sonido de auricular que cae sobre el teléfono, sonido de estática. Fin.

domingo, 25 de julio de 2010

Textito: No es pero es

No es pero es

Es complicado y es oscilante, es simultáneo, es el mundo pero es sólo una consecuencia del mundo, es la realidad pero sólo es lo que yo hago de la realidad. Es la vida, es el recorrido de la vida, es esto que recuerdo y digo, esto que invento, que se me sale de los dedos y no es nada, apenas un sonido constante, repiqueteo plástico, sonido que no trasciende la frontera de los pocos metros, que tan pronto suena calla, y cuando dudo se extingue, y a veces huye de mí, no es de palabras pero lo es, no lo comprendo mientras sucede sino después, cuando se convierte en luz y pequeñas ausencias de luz, mis letras, mis verbos y mis sustantivos, mi presencia en el u-topos del papel virtual, mi presencia en el no lugar. De cosas así casi no puede decirse nada, o puede decirse todo, puede que alguien inteligente incluso llegue a una que otra conclusión, luego quizá sea capaz de enunciarla, y quizá se tome el tiempo de hacerla luces negras y blancas, de hacerla dibujo de tinta, de hacerla voz y diálogo, signo, o símbolo, o metáfora, de hacerla algo más allá de la forma, y de así finalmente devolverla a la nada. La batalla contra la eternidad es irrevocablemente humana, la eternidad triunfará, la batalla es por honor, y sin embargo abundan casi furiosos los desafíos, después de todo hay poesía, hay una sensación que a veces nos invade y nos arrastra a crear para crearnos, para saciarnos, casi con vocación de fracaso arrojamos una botella al mar con un trozo de papel adentro y dos oraciones fundamentales: Yo soy, y el mundo es; a veces no puede evitarse, se susurra una palabra en medio de la oscuridad, y se anhela una respuesta, y se espera. Es complicado y es oscilante, no es pero es, ecce homo, he aquí la palabra en el no-papel. Y después, por supuesto: tú, que abriste la botella que yo arrojé, y estás ahí, frente a este rastro de mí, y casi estamos juntos, y en medio de tanto sin sentido, tal vez entiendes lo que quiero decir.


 

 

martes, 8 de junio de 2010

Versuchos: Preguntas esenciales

Me pregunto si llegará el día en que el mundo tenga sentido.
Me pregunto si cabe el refugio de la esperanza.
Me pregunto desde qué rincón en los abismos murmuran sus silencios las dudas,
y de dónde viene el miedo, y de dónde los suspiros.
¿Con qué vestigios se construyen las ideas?
¿en qué espacios?, ¿con qué sustancia?
Me vienen preguntas sobre fronteras,
sobre cúspides y hondonadas, plagadas de imaginaciones bellas,
preguntas efervescentes sobre el cosmos,
como espasmos,
como espejos que se interrogan entre sí,
preguntas-sensaciones, en silencio, sin respuestas,
me vienen preguntas sobre el tiempo
sobre el indefinible ayer
sobre la noche que se desvanece
sobre el presente y los uróboros que nunca (del todo) se devoran.
Me pregunto a dónde lleva el camino,
a dónde llevan la huída y el regreso,
los pasos si es que persisten,
la vida, la experiencia-vida, el recuerdo,
¿hacia dónde va el pasado?
Me pregunto si volvería de donde estuviera,
me pregunto a dónde iría,
si un día lograra escapar.



martes, 13 de abril de 2010

Versuchos: Algunas palabras acerca de mí

Algunas palabras acerca de mí

 

Esto que tengo es un cuerpo

Esto que soy

Esa parte-enunciado de mí

El que pulsa

El que recita en un susurro

No es más que una idea

Hecho de ideas

No vengo de ningún lugar

No estoy

Esto que mi cuerpo tiene

Este cáncer hipotético

Soy yo

De química y de paradigmas

De carne, de protones, de universo

Esto que tengo…

Esto que soy…

Este que susurra pero no está.

martes, 6 de abril de 2010

Textito: Nocturno a un bicharajo

Nocturno a un bicharajo.

 

En el mundo siempre están sucediendo cosas pero sólo algunas de ellas son significativas. Ello no deja de ser curioso. Hoy maté una cucaracha y  el crujido fue espectacular, no pude evitar pensar que si un gigante aplastara mi cráneo escucharía un ruidito parecido, y no sentí ninguna lástima por el bicharajo, ni con una metáfora tan vinculante, ni con una cualidad tan en común con ella: bajo cierta presión los dos colapsamos.

            El bicharajo, me dije, soy yo, y tal vez adopté un gesto meditativo por unos instantes. Más tarde salí de casa. Cuando volví, el cadáver de la cucaracha había desaparecido. Irracionalmente comencé a temer por mi cráneo. Sigo sin atreverme a dormir.            

lunes, 15 de marzo de 2010

Cuento: Cataclismos

Cataclismos. 

A la manera de B.


Digamos que L conoce a B. Digamos que se conocen en la capital de la república mexicana, L tiene veintinueve años y B tiene veinte. Se encuentran en una fiesta en La Condesa. Ella (B) es estudiante de arte, él (L) es profesor en una preparatoria francesa, sus abuelos eran franceses, explica, hablan sobre eso durante un momento, a B le gusta el arte francés, a L (y lo sabe de inmediato) le gusta B.

Pocas noches después vuelven a encontrarse, esta vez la no-cita ocurre en una muestra de cine, francés lógicamente. L descubre a B a lo lejos, se separa de sus acompañantes y se dirige hacia ella, en el trayecto advierte que no está sola, hay un chico a su lado, más joven que él, tal vez de la edad de B, es decir de alrededor de veinte. Finalmente L decide no aproximarse más, siente una especie de recato respetuoso frente al chico, se recuerda a sí mismo diez años atrás, y sonríe. Entra en la sala de proyección y ve L’enfant. La película le parece perturbadora, que es una de sus categorías más elevadas. Sale de la sala buscando a B pero no la encuentra. Abandona el edificio, camina durante media hora y luego aborda un taxi, enciende un cigarrillo y se dedica a pensar, en algún punto imagina el rostro de B y no sin sorpresa descubre que está perdidamente enamorado.

Un año después vuelven a encontrarse, la fiesta es una vez más en La Condesa, es otra pero es la misma. L y B se saludan, L siente una felicidad casi adolescente. Procura moderarse y por ratos cree conseguirlo, hablan de la vida de ella, de lo que ambos habían visto en un par de galerías, del clima. Él le cuenta la historia de cuando la vio en el cine, ella lo recuerda, lamenta no haberlo visto, y luego dice Debiste saludarme, L no se atreve a preguntar por el chico, B no dice nada al respecto, luego la conversación se pierde por otros rumbos y L se descubre navegando entre dudas, como entre peñascos, como en medio de una tormenta. La sensación lo fascina. Se despiden en la madrugada, bebidos y amorosos, él promete llamarla, se besan con una dulzura que maravilla a los dos, y pronuncian un lindo primer Hasta mañana.

L la llama apenas pasado el medio día, se ven esa tarde, y esa noche hacen el amor por primera vez, a la luz de las velas, con Nina Simone en el estéreo, a la manera de B. Al alba se enamoran, o B se enamora de L, que siente haber estado enamorado de ella toda la vida. Pasan el día juntos y por la noche se separan. L la llama tan pronto llega a su casa, con una sensación en las entrañas que creía haber olvidado, Se va a hartar, piensa, pero está equivocado. B contesta, charlan, y poco a poco se hunden en un romance que ambos sienten sin comprender, que se desborda en ellos como una fuerza natural.

Corre un poco el tiempo y finalmente un día hablan del pasado. B, sin que L pregunte nada, habla del chico de L’enfant. Su nombre es G y es poeta o le gustaría serlo. Habían estado juntos poco más de un año y luego él la había dejado, L pregunta Por qué, B dice no saberlo, dice haber hecho conjeturas durante varios meses, dice haber sufrido e instantes después parece avergonzada de la confesión. L responde que G debe ser un completo imbécil, B intenta sonreír pero no lo logra. Esa noche, cuando hacen el amor, L se descubre en imaginaciones que nada tienen que ver con el momento, piensa en G, recuerda su rostro con dificultad, se da cuenta de que B tampoco está ahí, y sabe que también piensa en G.

Luego ocurre algo, aunque en realidad lo justo es decir que quizás ocurre. L sueña pero nunca recordará qué exactamente, sueña con espacios abiertos que se transforman en cajones, o en mazmorras, sueña con sombras que transitan, sueña que abre un baúl y en el fondo de este descubre un pedazo de papel en blanco que representa la nada. En el sueño L escucha la voz de B, cree escucharla o la escucha, el efecto es el mismo, la voz dice Voy a morirme contigo y L siente una ternura inexplicable que ya no se irá de él, intenta abrir los ojos y tal vez lo logra, tal vez descubre la silueta de B recortada contra la luz de la luna, tal vez se besan. Es posible que haya ocurrido. Al día siguiente L prefiere la duda.

Los meses avanzan. B pasa el tiempo pintando, tiene una beca del gobierno, L la visita por las tardes, casi todos los días. A veces B le permite mirarla mientras trabaja, a veces no. En algún momento L también ha intentado involucrarse con el arte, aunque decir Intentar tal vez sea excesivo, ha escrito, ha hecho música, nunca con demasiado compromiso, con pocas esperanzas, casi sin deseo en realidad. Los resultados le fueron dudosos en el pasado, ahora le son irrelevantes.

A veces hablan de arte, a L le gusta el arte de B, a B le gustan (puede decirse que la entusiasman) las pocas páginas que L le permite leer. Hay cosas, sin embargo, en las que no logran ponerse de acuerdo, cosas raras de las que sólo espíritus artísticos son capaces de exhumar el tema (el alma… el cadáver) de una discusión. Las habilidades dialécticas de L son por mucho superiores a las de B y por lo general es ella la que al final se queda sin argumentos. Con el tiempo L descubrirá que esta ventaja se debe casi exclusivamente a que en ese momento él se acerca a los treinta y B acaba de cumplir veintiuno. A veces ella lo mira con una especie de vaga frustración, a veces le dice Por eso te quiero, a veces se levanta y sin mediar palabra se va.

En cierta ocasión L la escucha decir algo que su mente registra sin notarlo. El comentario de B ocurre durante una reunión que L organiza en su departamento. Hay amigos de él, amigos de ella y amigos mutuos. Cenan, beben, y sostienen una conversación ininterrumpida cuyo hilo conductor es la dispersión y el capricho. La charla poco a poco se desvía hacia el arte. Una chica rubia y muy fea, amiga de B y cineasta al parecer, dice que el vitalismo convierte al arte en basura, el arte debe buscar la aniquilación, defiende la idea durante un par de minutos y luego parece perderse en los laberintos de su propia cabeza. Un amigo antropólogo de L intenta una extraña disertación filosófica y concluye que el arte es la exacerbación del instinto cultural del hombre, y que la cultura es creacionista y vitalista en la misma medida en la que es absolutamente tanatológica. El discurso carece de encanto y de belleza, pero no de inteligencia. Las opiniones se suceden, vuelan algunas chispas cuando la cineasta y el antropólogo intentan hacer una definición común de estética, ella enrojece, él no sabe si de rabia o de vergüenza, pero enrojece también. Instantes después B toma la palabra.

Su exposición está tan plagada de vicios como siempre, de dudas, L se dice Son espasmos de terror, ante una idea incontrolable, ante una respuesta sin pregunta. B no tiene nada contra el vitalismo, en realidad no piensa mucho en él, tampoco es fanática de la aniquilación, aunque la encuentra seductora. Apenas menciona el asunto de la estética, le interesan otras cosas, le gustan los cataclismos, y le gusta pensar acerca de la poética. Hace una pausa, L intuye un acto de memoria, B continúa, Un cataclismo (dice) es querer ver las cosas de manera cataclísmica, la vida es un cataclismo, la aniquilación también, y también una gota de agua, y una guerra florida, y una biblioteca, y un montaña que despierta y echa a andar en cuatro patas… o en dos. Habla de su poética y de su obra, y dice que su obra casi no es cataclísmica, pero que a veces, en los días buenos, su poética sí. L la escucha y le parece que las palabras de B llegan de otro mundo, de otra dimensión. En realidad, pero él no lo sabe, vienen del pasado.

Un día a B se le termina la beca, no ha guardado un centavo y no tiene un plan, tampoco parece preocupada, al menos a L no le parece que lo esté, todo lo contrario en realidad, como si hubiera estado esperando ese momento de completa incertidumbre y ahora tímidamente se regodeara en él. Se dedica a estudiar pero no es feliz. Una tarde hablan del asunto, hablan de la posibilidad de otra beca, él pregunta ¿Qué quieres?, refiriéndose a la vida, es decir Toda una Pregunta, B lo piensa y finalmente responde Quiero irme de aquí. Por supuesto no sabe a dónde, no sabe a qué, y ni siquiera se atreve a pensar en cómo. A L se le ocurre una idea que no revela, pasan el resto de la tarde mirando películas, piden una pizza, y él se va cerca de las once.

La idea germina en su cabeza durante la noche. A la mañana siguiente despierta, prepara un termo de café y le dedica el día a una maratón frenética de llamadas telefónicas que no concluirá hasta bien entrada la tarde. Habla con algunos amigos de sus padres en México y en Francia, habla a la embajada francesa, y con directores de academias, y con una incalculable cantidad de secretarias. Por la noche vuelve a casa de B y le cuenta lo que ha pasado, le dice que algunas ciudades francesas tienen programas de residencias artísticas para extranjeros, le habla de Lyon, de Reims y de Toulouse, París está saturada. B lo mira con desasosiego, después poco a poco con ternura, y luego con un amor irreversible. También hablan de ellos, hablan de la distancia, que es una sensación que ninguno de los dos conoce, se hacen preguntas que resulta más fácil responder con miradas y con caricias, él hace todo un comentario desabotonándole la blusa, ella contesta con una beso fulminante, un sí definitivo. Se duermen trenzados en un abrazo que no perciben, casi involuntario o casi inconsciente, que se parece a la tranquilidad, y a la felicidad.

B se marcha pocos meses después a Lyon. L promete visitarla tan pronto tenga vacaciones en la preparatoria. Se escriben poco durante los meses que pasan separados, B viaja por Francia, Bélgica y Holanda, y luego por España. A veces se llaman por teléfono y a veces hablan por Internet. En cierta ocasión intentan tener sexo cibernético y fracasan, con cierta gracia, la frustración en algún sentido es feliz. B no tiene amantes en Francia, L se acuesta un par de veces con amigas que le interesan poco, un día le cuenta a B y ella parece no darle importancia. A la mañana siguiente, sin embargo, L descubre un largo correo electrónico que B le ha escrito en el proceso de beberse sola dos botellas de vino. El punto central es que lo odia, o que teme perderlo, no queda bien claro, odia a las amigas de L, de eso no cabe duda, odia la vida, odia Francia, odia el océano Atlántico. Al final le pide con ira y con algo de vergüenza que no lo vuelva a hacer. L termina de leer el correo y no puede evitar sonreír, contesta en modo telegráfico que Entendido, y que la ama. Y no vuelve a acostarse con nadie más.

A finales del otoño toma un avión y se encuentra con B en París. Durante tres días se dedican a pasear, a emborracharse, y a hacer el amor. El último día L decide llevar a B a conocer las catacumbas de la ciudad, bajan por túneles hasta una serie de cámaras subterráneas en donde de vez en cuando (cada siglo o algo así) los parisienses depositan los restos de los parisienses del pasado, el laberinto de huesos los conduce a una cueva, las paredes de la cueva están llenas de arte, L explica que durante los últimos ciento cincuenta años los bohemios, y los jipis, y los rebeldes, y sus subespecies han bajado hasta ahí para dejar en una caverna un desafío a la eternidad, el desafío es por honor, la eternidad triunfará. B recorre la gran gruta con calma, se detiene frente a un par de dibujos sobre la piedra, y luego frente a unos versos que hablan del fuego y la muerte, los versos la paralizan, están en español, Estos son versos de G, dice, L los lee, no son buenos, le pregunta si está segura, y B contesta que no. Se van de ahí en silencio y no vuelven a hablar hasta llegar al hotel, L, por supuesto, se arrepiente de la idea de las catacumbas, pero elige no decir nada más al respecto.

El cuarto día viajan a Lyon. L ve el trabajo que B ha hecho en los últimos meses, no es mucho pero es bueno, Es ligeramente más cataclísmico, comenta; B no responde, mira fijamente uno de los cuadros y finalmente dice Quizá, y comienza a hablar de algo más. Visitan un museo y la universidad donde B toma algunos cursos, y cenan con vino en un bistró a orillas del Ródano. Lyon, por alguna razón, no es tan estimulante como París.

Pasan la navidad y el año nuevo recluidos en el calor del departamento de B, en el calor del vino, en el calor del cuerpo del otro. Hablan hasta que amanece, duermen repetidas siestas durante el día, van al cine y toman fotografías como maniáticos. Una tarde él le cuenta de cómo es tener treinta y de lo aburrido que llega a ser tener veinte, igual que se vuelve aburrido tener diecitantos. Ella habla de no tener ideas para los siguientes diez años, “Pero…” del destino que es un manto negro sobre un muestrario de posibles oscuridades, “Pero…” (como sin lograr evitarlo) de haber pensado en un día vivir con él. L prefigura dos o tres respuestas, y en un ejercicio de visceralidad contesta Y ¿qué tal cuando regreses?, y B responde que sí con una sonrisa, L también sonríe, y los dos siguen caminando en silencio, con la mirada clavada apenas medio metro más allá de donde los pies van dejando olvidados los pasos. No más fotos durante un rato.

El último día que L está en Lyon B sucumbe a un resfriado de lo más inoportuno. Pasan la noche charlando, L estornuda cada pocos minutos, unas quince veces por episodio, y luego le dedica la mitad del tiempo que pasa sin estornudar a disculparse, algo parecido a Sísifo, al menos igual de heroico. Al final el esfuerzo la agota y se queda dormida. L intenta leer un libro que B tiene en el buró pero no logra concentrarse, cierra el libro y se pone a mirarla, le pasa por la mente la idea de  decir Y yo quiero morirme contigo, pero no lo hace, primero lo detiene la posibilidad de que B despierte súbitamente o de que no esté totalmente dormida, después pierde la inercia, se pone a pensar en el amor, se pone a pensar en la vida, y en tener treinta años. Quién sabe, tal vez lo dice, en voz muy baja.

L vuelve a México. Pasa una semana entre la televisión y la lectura, no sale con nadie, ve media docena de películas que ha visto antes con B, y una noche enciende la computadora y comienza a escribir, como por curiosidad. Lo hace de nuevo durante los siguientes días, no escribe sobre él ni sobre ella, escribe sobre otras cosas, escribe buscando cataclismos, a la manera de B.

Pocos días más tarde regresa a la preparatoria y regresa a la normalidad. Sigue escribiendo, una noche escribe poesía, un poema acerca de G en el que habla de él como de un poeta al estilo Poe, como de un fantasma cruzando un puente y desapareciendo en la bruma. El poema le gusta, tiene una fuerza, una fiereza que le cuesta entender, que no viene de él pero está ahí, en las palabras. Escribe más durante los siguientes meses, los resultados son similares, o cada vez mejores, son increíbles, son imposibles, ¿de dónde vienen?, ¿dónde habita esta bestia que no es él?, no hay respuesta. Un día decide que escribir sencillamente no le interesa, imprime todos los archivos, los guarda en una cajón y se olvida del asunto.

Casi no sabe de B durante los últimos meses que pasan separados. Se acuesta cinco o seis veces con una chica que conoce a la salida de una obra de teatro. Su nombre es G, lo que no deja de ser paradójico, es fotógrafa y es mala, es pésima de hecho. L decide no contárselo a B, no cree que tenga sentido, días después deja de verla, el proceso es indoloro e insaboro, dejan de llamarse, y punto. L piensa en la vuelta de B con una mezcla de alegría y miedo, a veces le parece que la ha olvidado, que no puede recordar los detalles de su rostro, aunque puede, mira una fotografía y la sensación de normalidad vuelve, pero la duda persiste, porque eso es lo que hacen las dudas. Y un día B regresa.

L no va por ella al aeropuerto, ella lo prefiere así. Se ven la tarde siguiente en un café, a L la idea le parece demasiado impersonal pero no discute. De algún modo (no sabe bien cuál) las cosas se han complicado, ella enciende un cigarro, antes no fumaba, él se prepara para la catástrofe pero la catástrofe tampoco ocurre, no sucede nada más, los dos se quedan en silencio, la luz geométrica de las seis entra por las ventanas, L dice Carajo, B suspira, intenta hablar, calla. Él le pide que se vayan del café, ella acepta a regañadientes.

Viajan en el auto de L, B lo dirige hasta un edificio de departamentos cerca de ahí, el lugar se lo ha conseguido un amigo, explica, aunque en realidad no explica nada, a L se le ocurren varias preguntas pero todas le resultan demasiado dolorosas. Entran en uno de los departamentos, la sala está llena de cajas, de lienzos y de cuadros terminados que L no conoce, Ahí están los cataclismos, se dice, se detiene frente a ellos, descubre que B definitivamente es otra, no le queda duda y la noción lo envuelve en una dimensión de la melancolía que hasta ese momento no conocía. No hay muebles y aparentemente tampoco hay luz, L dice Puedes pasar unos días en mi casa si quieres, B no responde, lo mira y le sonríe, pero no responde. L pregunta ¿Qué sucede?, B enciende otro cigarro, y comienza a hablar.

La respuesta es cataclísmica, si uno elige verla así. La historia comienza un par de meses después de que L se va, una tarde cuando B sale de la universidad. En el camino se encuentra con G, instantes antes lo intuye, luego lo divisa y casi no puede creerlo, se acercan y se dicen hola, se miran en silencio, y se van juntos por ahí. Hablan del pasado y hablan del presente, vuelven al departamento de B y hacen el amor, se duermen, despiertan pero no se separan ni ese día ni el siguiente, ni durante muchos días más. Poco después G desaparece, B no sabe a donde ha ido ni a qué, pero sabe que no volverá. En ese punto interrumpe la historia, Después ya no sucedió nada, dice, L se da cuenta de que la voz de B está llena de tristeza y comprende que su chica eligió al otro, que eligió quedarse con G, que no puede ocultarlo y tampoco quiere hacerlo. Te dejó, le dice con brutalidad, B guarda silencio un instante y luego contesta Sí, me dejó.

A partir de ese punto la conversación se hace más sencilla, a L lo vence el dolor y a B algo parecido a la vergüenza y a la compasión, a los dos les queda claro que lo que fueron ha dejado de existir, y que no vale la pena pelear. Pocos días después vuelven a verse, es complicado. No pueden y tal vez no deben, pero no saben evitarlo. La sesión es ciclónica y redundante, y termina con L yéndose violentamente del departamento de B. Pocos días después se vuelven a ver, como en un deja vu incesante.

Cualquier noche durante ese periodo L sufre introspecciones convulsivas, algunas de ellas tienen que ver con estar a semanas de cumplir treinta y uno, algunas son acerca de la memoria y la historia, y otras simplemente son acerca de B. Al final lo único que logra concluir es que tal vez aún quiere morirse con ella.

No deja de visitarla, las cosas se normalizan, aprenden a estar juntos otra vez. B es diferente en muchos sentidos y L no tarda en darse cuenta de que él también lo es, un día vuelven a hacer el amor, no está mal para una segunda primera vez, piensa, se lo repite un par de veces y termina por creérselo. Más tarde platican, él le cuenta de la chica del teatro, B trata de no darle importancia pero L sabe que en el fondo se la da, de algún modo se lo agradece, y por primera vez en semanas encuentra razones para suponer que las cosas van a salir bien.

Ya casi nunca hablan de arte, ven una cantidad desmesurada de películas, tampoco hablan mucho de literatura pero hablan de música y de músicos franceses. Un día, en cambio, hablan de G, es decir, abren la carne, y se ponen a chupar el veneno, y a sacar las balas, y a remover los tumores. B hace casi toda la conversación, habla de sus poemas, que son malos, que siempre han sido malos y que sólo parecen condenados a empeorar con los años, Cuando era más joven era un poco mejor, dice, podía avizorarse en lo profundo de ellos un principio poético que recorría los malos versos como un alma penando en un laberinto. Luego había aprendido más palabras y leído más poesía, y sus versos habían sucumbido a sus intentos desmedidos. En cualquier caso G no le gusta por poeta, tampoco sabe bien por qué le gusta, no es inteligente, es valiente en un sentido triste y desesperado, es valiente porque se va a morir poeta, y probablemente se va a morir de poesía, y porque mientras viva lo hará asediado por el fracaso, en la más poética de las pobrezas y en la más poética (frenética) de las soledades. En el mundo no hay otra ser con más ganas de descubrir cataclismos que G, esa es su perdición, ese es el único valor de su existencia. B cree que por eso le gusta, porque algo en ella reacciona a esa desesperación. Y L lo entiende, para su propia sorpresa. Algunas noches después reflexiona sobre coexistir en un triángulo amoroso con un mal poeta y la idea le parece casi cursi. Pasa varias noches pensando en sus poemas guardados para siempre en un cajón, y soñando con los poemas de G, flotantes y dispersos sobre el Ródano, alejándose hacia el mar.

Un día deja su departamento y se va a vivir con B. Las cosas son sencillas y complicadas, dependiendo de la estación, dependiendo de los ciclos hormonales o de la marea, o de los signos del zodiaco. Digamos que les va como a cualquiera, se mutilan un poco mutuamente, se cosen por la cadera, se sienten felices. Pasa un año y un poco más. Eso no es lo relevante de esta parte de la historia. La parte importante es lo que ocurre inmediatamente después: Un día B se va.

La escena es poco dramática en realidad. L vuelve de la preparatoria y se encuentra una nota sobre la barra de la cocina, es de B anunciándole lo que está por hacer, no hay explicaciones, dice que lo ama, y que un día va a volver y espera que ese día L todavía esté ahí. L arruga la nota y la avienta al cesto de la basura. No intenta buscar a B porque sabe que no la va a encontrar, y porque en el fondo sospecha (y más en el fondo lo sabe) que se ha ido con G. Pocas noches después (noches terribles) ella lo llama, primero L le revienta los tímpanos a insultos, luego se disculpa, luego le pregunta cómo está, no se molesta en preguntarle dónde; ella contesta que está bien, él pregunta ¿Estás con él?, y ella responde Él está en otra habitación, luego reconsidera la pregunta y corrige, Sí, estoy con él. Ambos se quedan callados, e instantes después uno de los dos cuelga. L creerá recordar que fue él.

Los meses que siguen L se enferma de una profunda crisis existencial y de colitis nerviosa, el macabro destino no muestra signos de saciedad, en los peores días L va nueve o diez veces al sanitario, inhibe la realidad con diazepam durante algunas semanas, visita Cuba, se apunta en un gimnasio, compra una guitarra y una computadora nueva y pasa noches haciendo música que viene de lugares de sí mismo que no conoce, que no parecen suyos, y que casi no le provocan curiosidad. Poco a poco la vida se reconstruye, y el dolor se diluye, y L cumple treinta y tres años.

A veces B lo llama y hablan durante algunos minutos, se dicen hola, qué tal, cómo ha estado la vida. Las llamadas no valen gran cosa, lo que importa es que el teléfono suena, B le deja guijarros para que los busque a la luz de la luna. L posterga indefinidamente el final, supone que un día sencillamente ya no le va a contestar, que va a cambiar su número, o se va a ir a Francia, mientras tanto asume la realidad: la espera, y contesta para que ella sepa que sí, que guijarro aceptado.

Una noche el teléfono vuelve a sonar, L contesta y escucha la voz de B, sólo que no es B, sino K, su hermana. L casi sabe lo que está por escuchar un instante antes de que K lo diga, cuando lo escucha todo es excesivamente claro: B está muerta. L sucumbe a la parálisis, intenta contestar pero no lo consigue, pregunta cómo pasó, K no está segura, ocurrió en una playa del pacífico, se ahogó, L imagina un mar gris, y el alma de B vagando en las profundidades, imagina un rostro violáceo que se deshace como papel mojado hasta dejar de ser el rostro de B, hasta volverse granos de arena que desaparecen en el lecho oscuro del océano, la voz de B (la de K) le pregunta si sigue en la línea y él contesta que Sí, sigo aquí, y la palabras son como ácido muriático recorriendo su garganta. Alcanza un pedazo de papel, apunta una dirección, una hora, y cuelga; se sienta frente a la mesa del comedor, piensa en la palabra cataclismo, piensa en el silencio, y en que la muerte debe estar hecha de silencio. El sol despunta en algún momento, L prepara café.

Llega al a funeraria al mismo tiempo que el cuerpo de B, pero eso no lo sabe, y no lo sabrá. Se encuentra a K, se encuentra a un par de viejos amigos, amigos de B en realidad. La experiencia es tan canalla como suelen serlo las de su especie, alguien le ofrece un cigarro y L fuma por primera vez desde la preparatoria, se marea, visita el baño y vomita, se mira al espejo, se lava la cara, pero nada cambia. Cuando vuelve a la sala divisa a G, el rostro se reconstruye en su memoria, y todo el pasado se reconstruye detrás de él, L se dice Mierda, lo piensa un instante y comienza a andar hacia él, lo alcanza, lo enfrenta, ¿Eres G?, pregunta, y el otro contesta Sí, soy G, Yo soy L, dice L, y G responde Lo sé, L cierra el puño y le asesta un golpe potente y certero en medio del rostro, G se tambalea y cae, durante algunos segundos L se dedica a darle la paliza de su vida, G no se defiende, no puede o no quiere, es imposible decirlo. Alguien contiene a L, alguien más ayuda a G a levantarse, y ambos son expulsados del lugar bajo la mirada de desaprobación (y de temor) del resto de los asistentes. Cuando llegan afuera L está más allá de la ira, en una especie de letargo límbico donde las cosas han perdido el sentido, la calle está como entre bruma, el riguroso sol de mayo nebuliza el mundo, lo quema, lo imposiblita. Por un momento los dos se quedan ahí, de pie, sin hacer nada más, luego G echa a andar, cojea, quizá se acomoda la nariz en su lugar, L lo mira irse y dar la vuelta en la esquina sin mirar atrás. Minutos después sube a su auto y se va.

Conduce durante horas por la ciudad, conduce hasta que la noche cae, pasa por la funeraria decidido a aparcar, decidido a volver a la capilla a robarse el cuerpo de B, a morirse con ella estrellando el auto contra un poste de luz, pero no aparca, sigue sobre la avenida con el corazón revuelto, vira a la derecha y continúa en línea recta durante un par de kilómetros más, un semáforo en rojo lo detiene frente a un parque. A lo lejos descubre a G, sentado en una banca bajo un árbol, estaciona el automóvil media cuadra adelante y vuelve, lo busca, lo encuentra y se sienta en otra banca desde la que puede verlo y G puede verlo a él, o podría si quisiera, si bajara la mirada del punto inexacto del firmamento en el que (L lo sabe) está buscando a B. Lo observa durante muchos minutos, finalmente se levanta, avanza, y se sienta junto a él, ninguno de los dos habla, G enciende un cigarro y le ofrece uno, L lo acepta, fuman, y no vomita.

¿Qué quieres?, pregunta G, L contesta Quiero saber cómo pasó. G cuenta una historia vaga, no estaba con ella cuando ocurrió, la encontraron flotando junto a un montón de basura, atorada en un árbol muerto, desnuda. La ropa apareció algunos kilómetros al sur de la ciudad, en una playa vacía, L pregunta si se suicidó, y G responde que no, al menos él no lo cree, guarda silencio por un momento y dice B quería volver a ti, arroja el cigarro entre los arbustos y se queda callado, L mira la línea menguante de humo durante algunos instantes, luego se levanta para irse pero algo lo detiene, lo piensa un momento y pregunta si G alguna vez estuvo en las catacumbas de París, él lo mira sin entender, No, nunca estuve en París, responde, ¿B nunca te lo preguntó?, No, L intenta hacer una relación entre las respuestas y la realidad pero no lo consigue, se va, G se queda bajo el árbol mirando a las estrellas. No vuelven a verse.

Y la vida sigue.

Un día L cumple treinta y siete años. Poco después asiste a una feria de libros en el sureste del país. Ahí, en un estante pequeño y pobre, se encuentra un libro de poemas de G, lo compra, y dos años más tarde lo lee. Los poemas son malos, aunque no son tan malos como B se los había descrito. Casi todos son acerca de ella, pero hay uno que, L sospecha, habla de él, o del parque en el que se encontró con él, del mismo parque doscientos años después, del sonido de unos pasos que se alejan, y de la luna, y de la muerte. El título del libro es (obviamente) Cataclismos. Un día L cumple cuarenta y se da cuenta de que su vida es lo que es, B sigue muerta y él sigue vivo, y lo que recuerda en realidad sucedió. Un día sabe del suicidio de G. Un día visita París, y visita las catacumbas, y se pone a buscar los versos que B descubrió años atrás, y no los encuentra, y ya no los recuerda, y el cuento termina.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Textito: Antropología Filosófica 101

Antropología Filosófica 101

 

Hay una tradición, hecha de partes de otras tradiciones, que considera que la característica del hombre es la generación de cultura. En realidad es complicado no asimilar esta respuesta como válida. Cultura es estructura autodeterminada, hasta cierto punto, un hacer que hacemos no por ser lo que somos sino por ser capaces de observarnos siéndolo, y de modificarnos.

La pregunta por la cultura es una pregunta por el Qué. La cultura es el hacer de los hombres, y los sistemas que se tejen entre ellos a través de ese hacer. Es una pregunta válida cuando uno tiene en cuenta que la sociedad es un fenómeno en el que grupos grandes de primates coexisten en un mismo espacio, haciendo cosas. ¿Qué cosas hacen?,  ¿Qué de lo que hacen los lleva a hacer algo más?, un hombre despierta por la mañana, en un lecho blando y tibio, las cortinas están cerradas, hay una cajita que habla (¿habla?), un tubo escupe agua a través de agujeros diminutos, alguien lo puso y los puso ahí, el hombre se unge con babas que exprime de relucientes pomos plásticos, pomos similares, cientos de ellos, viajan en contenedores a través de surcos que recorren la topografía mundial, a las afueras de las urbes las chimeneas diluyen un rastro de humanidad en el aire, primates que arrancan piedras a la tierra, que arrancan hojas y árboles y bosques, que transforman, que simplifican, que reinventan el espacio, y viven en cuevas amontonadas, infinitamente absurdas, y se llaman a sí mismos hombres que saben. Y aunque casi sin sentido, siempre están haciendo algo. He ahí la cultura, y he ahí una vaga y bella pregunta esencial, la pregunta antropológica.

Si la primera pregunta es el qué, creo que la segunda, aunque puede que sea simultanea, es el ¿por qué?. La pregunta requiere enunciarse con amplitud, me parece, y debe considerar en su estructura la posibilidad de por qués infinitos de cuyo conjunto se desprende el gran Por qué Antropológico, ¿qué hace, qué implica que el hombre haga? Esta es tierra de nadie, esta es la dudosa frontera entre la antropología y la sociología, y la psicología, y la historia, y por supuesto la filosofía.

¿Por qué las cajas hablan en las cuevas apiladas?, ¿por qué los hombres despiertan con el ruido de algunas palabras?, ¿por qué se duermen con otras, o con el silencio?, ¿por qué arrancan piedras a las piedras?, ¿por qué los rastros, las señales de humo?, ¿el arte? el ars, la poiesis, ¿por qué?, un por qué muy parecido al cómo, un por qué muy amplio, insisto, acerca de lo invisible, la pregunta es sobre lo que en realidad no está pero parece estar, la coherencia general entre los actos de los hombres, lo cultural profundo, lo ideológico en su proceso de volverse pragmático, justo antes de ser cultura estructurada en acción, justo antes de ser Hacer. La pregunta puede también ser algo más íntima, de una antropología introspectiva, el qué del hacer de la psiqué, que yo entiendo como eje y periferia a la vez. No se pierda de vista que la psicología tiene una connotación mística en lo profundo de su significado y de su tradición, equivale a categorías tan abrumadoras que preferimos el latinismo, psicología es alma-logía, es solpodelavida-logía, es otredadinterna-logía. Es el yo, más lo invisible que hay detrás del yo, ¿el espíritu?, el lugar donde ocurre la cualidad emergente en cualquier caso, el u-topos.

La característica del hombre es lo que existe antes de la cultura, la capacidad de autopercepción en términos de una metáfora dual, a la vez simple y compleja, la del Yo-LoOtro, una metáfora imperceptible, una metáfora tan dada y tan asimilada, que parece ser parte de la naturalidad del mundo. Más que un actor cultural el Yo-LoOtro genera una posibilidad de autopoiesis de segundo orden, de autopoiesis operativa, de autopoiesis perceptiva. La cultura es un nombre vago para el infinito número de consecuencias de lo anterior, y al mismo tiempo un nombre justo. Al menos las preguntas son justas.

"Qué" es bastante menos inescrutable que "Por qué". "Qué" es un acto de voluntad inicial, la pregunta es por cuáles son los límites de la realidad de la que hablamos. Contestar el qué es hacer una línea alrededor de un pedazo del mundo, la respuesta prototípica puede enunciarse fácilmente: Esto, este trozo del cosmos, este fenómeno, y la palabra Fenómeno es importante: No el mundo, sino lo que vemos en él, el segmento al que le estamos haciendo caso, hay un énfasis en la presencia de un observador, hay un lector, una entidad capaz de cierto tipo de percepción, la cosa en sí misma no, el énfasis es sobre el carácter interpretativo del conocimiento.

¿Hasta qué punto es posible contestar "Por qué" en el universo humano? Hay opiniones que dicen que muy poco: el Por qué no es directa ni totalmente observable, es un Meta-Qué, un acto de voluntad semiótica y epistemológica posterior a la voluntad inicial de caracterización limítrofe de LoOtro (la hace Yo en su génesis). El objeto de observación del Por qué ya no es el mundo, sino la interpretación que se ha hecho de él, no los Primates: la Cultura. El Qué metaforiza el mundo, el Por qué se hunde en la metáfora, y la metaforiza. La respuesta no es muy posible que digamos, pero la pregunta es indispensable.

Mientras tanto, las cajas siguen hablando, el sapiens sucede, se disemina, se diluye.

sábado, 6 de febrero de 2010

Textito: Señal de humo

Señal de humo

 

Este texto es una señal de humo, un rastro de humanidad, pero me interesa involucrar el humo en la metáfora. Este texto es el humo de un cigarro, o mejor de un porro, en el aire de la noche, en una montaña, de un hombre solo. En la montaña hay una ruta, que lleva a una ciudad, lo que podría llamarse un oasis de humanidad, y en el oasis hay un rincón gris, oscuro, y húmedo, y tiene forma de departamento, y yo vivo ahí.

            Las líneas del humo dicen, pero no se lo dicen a nadie, que hoy comí carne de un cerdo que no maté, y harina de trigo que no segué, que no molí, cosas así, que no importan por sí mismas, que acaso importan por la idea devastadoramente cursi de los cerdos muertos, de la civilización, la hecatombe, la narración extraordinaria. Mejor el humo y no estas palabras, y que al humo se lo lleve la noche. Ahí va, ya se fue. Este texto también.

domingo, 24 de enero de 2010

Ensayo: ¿Dónde está la economía?

¿Dónde está la economía?

 

Hay cosas en el mundo sobre las que casi nunca pensamos y sobre las que deberíamos pensar más, hay al menos ciertas preguntas que deberíamos hacernos, preguntas que de hecho hicimos en algún punto y que luego por alguna razón (por alguna respuesta o por falta de ella) dejamos de hacer. Una de esas preguntas fundamentales es: ¿qué es la economía? Esta es una relectura, a medias semiológica, a medias histórica, y a medias filosófica.

La economía, por principio de cuentas, es un Fenómeno, y en realidad un conjunto de ellos a partir de los que se establece la gran categoría general de Economía. Lo anterior, por otro lado, significa que la Economía, o para ser más precisos El Fenómeno Económico, es un segmento de la realidad constituido por distintas partes entre las cuales un observador es capaz de encontrar una relación. Hacer esta aclaración es vital dado que esencialmente ninguna de las categorías con las que clasificamos el mundo está en él factualmente, todas ellas son consecuencia de la voluntad semiótica (epistemológica incluso) del hombre. El fenómeno económico es, así, una forma de nombrar a un conjunto de cosas que suceden en el mundo. ¿A quienes suceden? Bueno, la respuesta más simple y más tonta para esa pregunta sería decir que la Economía le sucede al Hombre (y a la Mujer, claro). No, la Economía le sucede a la Vida, y de hecho, para una primera definición no necesitamos ir mucho más lejos: La economía es el conjunto de relaciones que un organismo sostiene con un entorno, así como la administración que el organismo hace de esas relaciones.

La etimología (esa mala costumbre que algunos tenemos) dice algo digno de consideración. Economía es el resultado de dos palabras griegas, la primera de ellas es Oikos, que significa Casa, y la segunda es Némo, definida por algunos como Ley, pero cuyo significado en realidad es más próximo a Dominio. Traducido al castellano, Economía significa Dominio de la Casa, el domino del espacio habitacional por parte de un organismo, lo cual me parece que es ser ya suficientemente claros. La casa, sí, el lugar en el cual se está y los asuntos que tienen que ver con él. La forma más básica de economía es la que ocurre en el nivel celular, la célula existe en un balance de emisión y absorción de sustancias del ambiente, a veces un poco de oxígeno, a veces proteínas, a veces excrescencias, bióxidos, monóxidos, alcoholes, lípidos, y etcéteras diversos. El caso celular nos permite establecer un par de cosas más: Primero, la economía no persigue un fin, ocurre simultáneamente al acto de la vida, el Fenómeno Económico es de hecho uno de los elementos que caracterizan a los seres vivos, la Economía es pues una función vital. A mi me parece que el Fenómeno Económico admite muy pocos atributos más en su caracterización operativa. Es justo decir que no hay una naturaleza económica, las relaciones económicas que los organismos establecen con el entorno (que bien puede estar compuesto por otros organismos) dependen de las características de ambos, aquí la palabra clave es Adaptación, lo que nos lleva a conjeturar un poco más: La Economía pertenece al conjunto de acciones que el organismo lleva a cabo para adaptarse a su entorno, agrego A lo largo de un proceso vital, y agrego Ininterrumpidamente.

El tejido, un montón de células apiñadas en un espacio breve, es una forma de economía celular, pero también lo es la amiba solitaria y valiente que vive en la tubería, un espermatozoide, un óvulo, y una mórula, establecen relaciones económicas bien distintas con ambientes también de lo más disímiles. Economía es fumar, comer y hablar, y en realidad todo hacer conlleva un componente económico básico: Se hace en un entorno, en un espacio, que para generalizar llamamos Oikos, El Mundo pues.

Frente a lo anterior, sin embargo, nos encontramos la noción más generalizada que existe de economía. Me interesa por ejemplo la expuesta por RAE. Las primeras tres acepciones (de siete) que la Academia reconoce son las siguientes:

 

Economía:

1. f. Administración eficaz y razonable de los bienes.

2. f. Conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo.

3. f. Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.[1]

No es difícil encontrar una relación clara entre la definición básica que hemos establecido de Economía y la que el diccionario nos ofrece. En ambos casos está contemplado el factor administrativo, y en ambos casos ese ejercicio administrativo está orientado al objeto-mundo. Los nombres del mundo en ambas definiciones son, sin embargo, muy distintos y semánticamente lejanos. Nosotros hemos entendido al mundo como entorno, como el lugar habitacional, RAE en cambio propone, acepción por acepción, una Economía con características quisquillosas. La primera, por ejemplo, califica a la administración como Eficaz y Razonable, que son términos tan vagos como innecesarios en el enunciado que tenemos enfrente, términos allegados en tal medida a un paradigma que casi son términos moralizantes; el mundo (el objeto administrado) aparece bajo el nombre de Bienes; Razón, Eficacia y Bienes son los tres ejes aparentes de la Economía. La segunda acepción claramente establece que el Mundo, aquí llamado Riqueza, es susceptible de posesión, y que esa posesión constituye el rasgo fundamental en la normalidad de las relaciones económicas. La tercera acepción, finalmente, hace dos cosas importantes, primero supone a la economía como a una Ciencia y luego la hace la Ciencia de la Satisfacción de las Necesidades, y si eso no fuera suficiente se da además el lujo de hacer de los Bienes (¡Del Mundo!) algo Escaso. Puestos los elementos como están, la tercera acepción no es más que un mal disfraz para la Ley de la Oferta y la Demanda, una mala broma tal vez.

El diccionario es un buen punto de partida para entender por qué casi nadie sabe un ápice de Economía. El libro de la Academia, junto a una serie de otros actores ideológicos (instituciones y sistemas educativos, estructuras mediáticas, aparejos burocráticos, por nombrar algunos) nos han convencido de algo: La Economía es difícil de entender, algo así como cuando en algún rito de tortura medieval un pagano se convencía de que los caminos del Señor son misteriosos. El proceso es complejo y está tan lleno de aristas que casi es circular. Lo primero que quiero observar es la falsa relación de inherencia que el Sistema Publicitario Occidental ha querido establecer entre Capital y Economía.

Nuestra sociedad (y casi todas las sociedades del mundo contemporáneo) rige su Coexistencia Económica (la serie de adaptaciones hechas por los organismos para administrar sus relaciones con el entorno) mediante un sistema abstracto de ideas llamado Capitalismo. El mecanismo operativo capitalista es más o menos el siguiente: El Fenómeno Económico se transforma radicalmente por la participación de un nuevo agente, el símbolo del dinero. En oposición, por ejemplo, a los sistemas de trueque, o semi-monetarizados, en los que el mundo ya está representado como un bien de cambio, y en contradicción con los sistemas de autoconsumo (por razones obvias), el sistema capitalista generó el Símbolo Riqueza, y su expresión material, la Divisa Económica: Dólares, Euros, Pesos, etc. Divisa por cierto no significa otra cosa que emblema: el dinero es un Emblema de nuestras relaciones con el Entorno, el símbolo único de cambio, o en otras palabras el símbolo único de acceso al Mundo.

El capitalismo, en todos los casos, se instaló (y se instala aún) mediante la violencia. Sus mecanismos de reproducción social son, en cambio, mucho más creativos: una enorme batería de instituciones que en general se dedica a divulgar ideas razonables (pero sólo razonables), parciales, y plagadas de omisiones acerca de la realidad, y de los parámetros con los que la realidad es medida en todos los órdenes: moral, político, intelectual y económico. Hay, pues, una moral capitalista que fomenta (o impone) principios básicos como El Trabajo, El Patrimonio, El Matrimonio (desde luego), La Familia Nuclear, Los principios del Consumismo, entre otros. La Política Capitalista en general se autoproclama Democracia, un oxímoron redondo. La generación de conocimiento es también regida por principios que parecen lógicos, principios de lucro y de incremento del acervo de capital, pero que sólo abordan lo que una Intelectualidad Capitalista permite abordar, el Intelecto no cabe aquí sino como Fuerza de Trabajo, redituable, repetible, y estandarizable, La Ciencia (en oposición a la Filosofía, la Filosofía Científica, o a una especulada Ciencia Filosófica) resulta un perfecto ejemplo. Una Economía Capitalista, finalmente, es una Economía en la que las relaciones con el mundo se reducen a las relaciones con el dinero. La interacción sufre la intervención previa del Símbolo Riqueza, este símbolo, bajo este sistema, es universal: el dinero compra el mundo, el mundo se convierte en pedazos acumulables e intercambiables (Bienes), y el dinero se regulariza como la forma final (dicen ellos) de Administración, algo así como un Absolutismo Adaptativo.

Este modelo de cosmovisión capitalista (el conjunto de paradigmas sobre los cuales se organiza) logró exacerbar la Economía Simbólica a través de Perspectivas Epistemológicas cada vez más lejanas de la Economía Real. En realidad lo que hizo fue generar un sub-universo capitalista de la Economía: El Mundo de las Finanzas, el mundo conceptual de los pagos y las obligaciones que los pagos generan, la serie de pactos que se requiere de la sociedad para el establecimiento de una organización así, y la enorme cantidad de Poder Financiero que estos pactos permiten a algunos sectores hegemónicos.

A continuación quiero caracterizar al dominio de lo Financiero como una cortina de humo de doble función. La primera de ellas consiste en una de-secularización del pensamiento económico formal, es decir, aquel mediante el cual es posible participar en el debate económico público. Lo anterior, sin embargo, tiene un peso muy significativo cuando se le contextualiza. El no acceso al debate económico en un sistema social cuyos paradigmas se desprenden totalmente de una doctrina económica (el Capitalismo) equivale al no acceso a la discusión mediante la cuál se deciden los mecanismos por los que es posible acceder al Mundo, ni los parámetros de su valuación (el Valor del Mundo), ni las reglas de su intercambio.

La segunda función que quiero señalar es la de la Despersonalización de las Operaciones de la Macro-Economía. El Universo Simbólico Financiero libera un lenguaje y un conjunto de ejes cognoscitivos por medio de los cuales los grupos hegemónicos establecen una justificación teórica para un conjunto de Operaciones Financieras, es decir Operaciones Meta-Simbólicas del Capital, bajo reglas, usos y métricas casi monásticos, por lo herméticos, pero también por lo que ambos tienen de mítico. El precio del petróleo por ejemplo, depende en términos generales tanto de la cantidad de petróleo aportada al mercado por los diversos productores, como de la demanda global del hidrocarburo, y hasta este punto todo tiene un sentido más o menos lógico. Esa lógica, sin embargo, esconde mucho más de lo que aclara, un enunciado en esos términos intenta reducir el complicado proceso de la cotización del petróleo a algo como un fenómeno natural, el precio del petróleo se convierte en una Fuerza Mayor, aleatoria e impredecible. La valuación del petróleo, sobra decirlo, no es un acto de magia y no hay nada místico en él. Por lo demás, la oferta del petróleo no depende tanto de factores Económicos como de determinaciones humanas que pueden atribuirse a personas de carne y hueso. Las Organizaciones Petroleras del Mundo, pese a la madeja de tratados y acuerdos internacionales, están regidas por una poco concurrida parroquia de grandes magnates y un conjunto de gobiernos relativamente pequeño a lo ancho del globo, que operan, contra toda apariencia, por pura arbitrariedad. Cuando alguno de los grandes productores tiene ganas de provocar un desbalance global lo único que tiene que hacer es aumentar o reducir su producción, la guerra del Golfo Pérsico, por ejemplo, tuvo un origen de esta naturaleza: Kuwait rebajó los precios y aumentó la extracción, Irak, en plena crisis económica, y también productor de petróleo, optó por la intervención militar, Estados Unidos se apersonó en Medio Oriente, expulsó del territorio ocupado a los iraquíes, y consumió a precios rebajados la sobre-producción de crudo de Kuwait. Así de arbitrario.

El fenómeno de Ilusión Natural es, sin embargo, una constante en el discurso Financiero, está en las transacciones de cambios accionarios como la presencia del azar, como si invertir fuera un poco de apostar y un poco de saber perder. La realidad del mundo accionario es otra, los grandes actores presentan una farsa al público en la que cada uno de ellos tiene un rol asignado y un papel en el Mundo Corporativo, aleatorio sólo en apariencia.

Fenómenos como la depreciación de una moneda, lejos de accidentes o  contingencias, constituyen de hecho medidas económicas en algunos Países, México entre ellos. El valor de una moneda está determinado por la riqueza que respalda a esa divisa, así, si en Noestonia (mi casa, que es republicana, y es casa de ustedes también) hay un conjunto de bienes cuyo valor es de cien pesos, y el banco de Noé emite cien monedas de un peso, el valor que representa la divisa es equivalente al valor total de mi riqueza. En un caso así no hay devaluación. Pero si un día alguien entra en mi casa y se lleva la mitad de mis cosas, de pronto la situación de mi moneda se hace inestable, de un momento a otro el valor real de mis pesos es mitad verdad y mitad mentira. También puede ocurrir que me permita emitir una cantidad extra de monedas para ser intercambiadas con el mundo exterior. La moneda, por esto o por aquello (y en México suceden ambas simultáneamente), no representa una riqueza respaldada. Hay tres medidas posibles ante una situación así, la primera de ellas, la audaz, es la revaloración de los bienes nacionales, la adquisición, o la creación de nuevas riquezas hasta cubrir el valor negativo de las existentes. Esto generalmente implica un proceso de Inversión, en carreteras por ejemplo, desarrollo tecnológico, vivienda, servicios de salud, o en nuevas empresas (inversión vía excensión fiscal, o estímulo económico). Otra posibilidad es retirar de circulación el excedente de divisas no respaldadas, operación que, claro, resulta impráctica porque casi nadie está dispuesto a entregar dinero a cambio de una explicación más bien pobre, más bien carente de sentido: Es que la mitad no vale para nada. La tercera medida es, propiamente, la Devaluación, o la anulación de parte del valor de una moneda; el banco central de un país (que no la providencia de Dios) establece una tasa depreciativa, y la acción es ejecutada por las instituciones financieras a lo largo de un periodo de tiempo, hasta alcanzar un valor monetario estable, lo que de ningún modo se traduce en beneficios para la población que, en cambio, enfrenta un alza en los precios, y una pérdida de poder adquisitivo.

Ante los procesos anteriores, el resultado es casi siempre el mismo: el Endeudamiento nacional. Hay dos tipos de deuda, ambos ampliamente discutidos en la esfera pública, y ambos, por lo general, poco explicados. En primer lugar tenemos la Deuda Interna, que no es otra cosa que justamente la consecuencia directa de la sobre-emisión de divisas no respaldadas. Cuando un país tiene un órgano emisor privado (como el caso de Estados Unidos y la Reserva Federal) la deuda se establece entre la ciudadanía y un grupo de capitalistas. Cuando, en cambio, el emisor es un órgano público (Mexico tiene a Banxico, que es autónomo, pero cuya gobernación es designada por el Ejecutivo Federal) la deuda es de la ciudadanía hacia la ciudadanía misma. Yo no alego que ello tenga sentido, pero así es como funciona. La Deuda Externa, por otra parte, es una consecuencia de la deuda interna, y aparece cuando ante la incapacidad de un gobierno por fortalecer la riqueza nacional, el país recurre a un préstamo del exterior. La deuda, entonces, se ajusta a tasas de interés que ya no están bajo el control del banco central, sino regidas por organismos internacionales, como el FMI o el Banco Mundial. La Inversión Corporativa funciona también como un mecanismo aparente de generación de riqueza interna. Esta apariencia, sin embargo, es cuestionable. Ocurre algo parecido al juego del Turista: Un país se esmera por conseguir un número posible de servicios básicos (en el juego: las casitas, una representación tanto de la población, como de la posibilidad productiva de esta) con el fin de ser un blanco atractivo para las empresas inversionistas. El endeudamiento interno, por ejemplo, puede ser una respuesta a este fin, un gasto de lo que no se tiene para obtener una ganancia superior en el futuro. El problema con la inversión corporativa es que, pese a que efectivamente genera empleos, y a que efectivamente hace circular dinero entre la población de una sociedad determinada, no agrega valor a la nación, no se trata de un bien fijo, sino de una contingencia que depende, en mucho, de la laxitud de un Estado (la élite gobernante) frente a los propietarios (porque los hay) de una corporación.

Hablemos pues de ese otro actor, la Corporación. La figura de la Corporación es un símbolo de legitimidad en el mundo del capitalismo y particularmente del Neoliberalismo. Una Corporación, por ejemplo tiene el derecho de exigir concesiones arancelarias a un gobierno si considera que su oferta de trabajo puede traducir esas exenciones en un “tipo de inversión” para generar riqueza en el país. Felipe Calderón habla de cosas parecidas recurrentemente, y de hecho construyó toda una campaña electoral con base en promesas de ello. Prestaciones posibles a una corporación son el desarrollo estatal de infraestructura, o la facilitación de recursos naturales; en acciones concretas (acciones públicas, acciones de gobierno): desviación de ríos, construcción de carreteras que conectan pueblos con parques industriales, concesión de tierras expropiadas a comunidades que pasan de vivir en una economía autónoma y más o menos realista, a depender de fuentes de ingreso determinadas por intereses internacionales. Discursivamente las acciones son defendibles: El mundo es así, dicen, y así es la Economía. El problema es que en este discurso cabe al menos una mentira grande y fundamental: Una Corporación NO agrega valor a un país, no por sí misma, y no sólo “porque sí”. En cambio, el hecho de que un grupo de inversionistas tenga la posibilidad de trazar por su cuenta una parte de la agenda pública de un gobierno establece un marco de grave desprotección a la ciudadanía, la economía real, determinada finalmente por la Economía Financiera Global, es relegada a un segundo plano, y sus propiedades básicas son re-sintetizadas por la intervención de un sistema económico basado en principios muchas veces incompatibles con la naturaleza primaria del modelo económico al cual reemplaza, incompatible con la sustentabilidad, por ejemplo, e incompatible, a fin de cuentas, con todo aquello que no sea también capitalista y neoliberal. A partir de aquí es posible hacer una distinción entre dos clases sociales no concebibles en un sistema que fuera realmente Democrático: Ciudadanos de Primera, con acceso irrestricto al capital ficticio del mundo financiero, injerencia en el gobierno de una nación, y poder para cambiar las reglas a placer en ambos universos, el Estatal y el Corporativo. Y el resto de nosotros, los Ciudadanos de Segunda, contribuyendo en mayor o menor medida a la preservación de un Sistema Económico falaz, hegemónico y desempoderante.

¿Qué es un Sistema Económico? Bueno, hay algunas nociones explicadas en el marxismo. Un Sistema Económico puede caracterizarse básicamente por la relación existente entre los Medios de Producción y los Modos de Producción. Medios de Producción es todo aquel sector del universo físico que entra en juego para el proceso de Transformación de la Naturaleza en un artículo de Valor Transformado: un Bien. En este rubro encontramos la Fuerza de Trabajo Humana, los Recursos Naturales o Materias Primas, y los Mecanismos Tecnológicos de Transformación, las máquinas. Modos de Producción, por otro lado, es el término que denomina las Relaciones Sociales a través de las cuales los Medios de Producción son administrados, y están a su vez vinculados a otro concepto básico, la Propiedad. Hay una relación, en todos los casos, entre propiedad, medio de producción y modo de producción, pero no en todos los casos la relación es la misma. Esencialmente podemos hacer una distinción entre dos mecanismos distintos: Cuando la propiedad de los medios es de orden comunitario (otra forma de leer la no-propiedad) las relaciones sociales de la producción (es decir, los Modos) tenderán a adoptar una estructura horizontal. Cuando la propiedad esté, en cambio, centralizada en uno o en pocos individuos, las relaciones serán siempre verticales. Lo anterior, por lo demás, no impone otras determinantes. De la horizontalidad y verticalidad de un Sistema Económico (un sistema de producción) no se sigue a priori una relación intrínsecamente calificable como mejor o peor, ni en sus resultados numerales, ni en la siempre subjetiva evaluación de las relaciones sociales que se tracen en él. Un modelo vertical puede repercutir en un Sistema Económico que después de un primer salto hegemónico se convierta en un ejemplo semi-democrático de igualdad y prosperidad, si bien para verificar un sistema así haría falta un propietario altamente salomónico. Un sistema de relaciones horizontales no garantiza, a su vez, ni la sustentabilidad social ni la productiva, y nada le impide arrojar como resultado una muy democrática miseria colectiva.

Lo innegable, luego de tantas cosas discutibles, es que un Sistema Económico establece un Sistema Político en relación directa con la Propiedad de los Medios de Producción. Puesto en otras palabras, los Modos de Producción son parte de la base primaria de un sistema social de convivencia, es decir la serie de patrones que rigen La Polis, la ciudad, el estado, y el Mundo Público: Los Modos de Producción son el primer elemento superestructural del sistema desde el cual una sociedad opera en conjunto (como un macro-organismo) para adaptarse a su ambiente, son, de hecho, el inicio de un Sistema Operativo, o un conjunto de símbolos alrededor de los cuales se organiza la cosmovisión social. A continuación analizo la relación que se ha establecido históricamente entre Democracia y Capital como sistemas de adaptación.

El sistema político demócrata es originalmente incompatible con el sistema económico capitalista por una razón muy sencilla: el orden que se establece en los modos de producción es hegemónico, hay un poseedor y un desposeído, un explotador y un explotado, el primero impone sus reglas, y el segundo las obedece. El término explotación es altamente significativo en este análisis. En el paradigma capitalista el objeto de explotación es el mundo poseíble (como dice RAE), es decir, los Medios de Producción. Hemos establecido también que dentro del rubro de los Medios de Producción está incluida la Fuerza de Trabajo Humana, el motor de la transformación del Mundo en Bienes de consumo. La Fuerza de Trabajo, así, no es más que un eufemismo para hablar del hombre como parte del mundo explotable. ¿Cómo es entonces que se establece en un orden económico de este tipo, un sistema político llamado Democracia, que en buen castellano significa Gobierno o Poder del Pueblo (TODO el pueblo)? El paradigma es simple, pero la urdimbre de sutilezas necesarias para explicarlo es exasperante e inacabable. Yo intentaré abordar el tema desde la perspectiva del sistema Republicano.

Parto nuevamente de la etimología. República se desprende de dos palabras ya no griegas sino latinas: Res y Pública, o Cosa Pública. El término, así, alude, más que a un país, a un Espacio de Convivencia en el cual los Convivientes poseen, todos en la misma medida, el espacio compartido. El mecanismo clave, y la principal determinante del tipo de república observada es la Ley, una república se caracteriza por una ley unitaria aplicable al conjunto de los participantes de una sociedad, es mediante la ley que la igualdad entre los ciudadanos se vuelve no sólo obligada, sino institucional y por lo tanto factual. Las particularidades legales de cada República pueden hacer de éstas democráticas o no, hay repúblicas despóticas en las que la ley se traza desde un escaño superior y se vierte sobre la ciudadanía, y hay también repúblicas tiránicas en las que la ley se avoca exclusivamente a la voluntad de la clase dominante. Una república democrática, en cambio, se caracteriza generalmente por ser representativa, lo que quiere decir que su vida institucional es un reflejo de la voluntad ciudadana y que la ley (los acuerdos de convivencia) pertenece a todos. A esta ley, que proviene de un sentir colectivo, la conocemos bajo el cultismo de Contrato Social, y su forma operativa es La Constitución Política. Los eventos se ordenan más o menos así: Una nación decide inclinarse por el camino de la democracia, así que convoca a un congreso de representantes para elaborar una Constitución Política que enmarque la ley bajo la cual la ciudadanía elige coexistir. El congreso constituyente redacta un documento que contiene el contrato y lo emite para que un Poder Ejecutivo lo haga valer mediante la implementación de acciones públicas (acciones de gobierno). Asimismo, la república genera un tercer poder, el Judicial, que se ocupa de sancionar las violaciones al contrato. La república, con sus tres poderes, se instituye como un mecanismo social de acción cuyo eje es la igualdad entre los ciudadanos, la igualdad ante la ley popular.

La convergencia entre república y capital ocurrió como un fenómeno europeo y simultáneamente a una serie de movimientos socio-políticos entre los siglos XVI y XIX, cuyo resultado fue el Mundo Moderno. Los reinos y los imperios se transformaron en estados nacionales, el feudo se convirtió en capital, el vasallo en empleado, el noble en patrón, y el derecho divino mudó de forma hacia el derecho racional, derecho burgués en realidad, no menos arbitrario, pero en el origen sí más posiblemente universal. La intervención Estatal en la vida económica también se vio obligada a modificarse, y de hecho a borrarse del esquema social, la tradición Absolutista, en la que los grupos hegemónicos tenían al mercado por rehén se disolvió en una oleada de escuelas revolucionarias del pensamiento económico. A mediados del siglo XVIII surgió en Inglaterra una particularmente significativa: El Liberalismo. Generada por el escocés Adam Smith, y extensamente influenciada por la Escuela Fisiócrata (o de la ley natural aplicada a los fenómenos económicos), el Liberalismo abogaba por el Mercado y la Empresa Libres, por la propiedad Privada, y por el Contrato Individual. La doctrina, así, es originalmente una reacción en contra de los reguladores Aristocráticos del mundo económico público y en este sentido también constituye una apuesta, si no por la Democracia, sí por un paradigma económico Republicano, es decir, un marco de acción económica igualitaria. En las tesis liberales el egoísmo humano (liberado) es la clave para la estabilidad, para el desarrollo y para la prosperidad.

Durante los años siguientes hubo gente inteligente que habló en términos muy elevados de la nueva doctrina. Los Ilustrados Franceses la tomaron por una solución económica paralela a las soluciones políticas que ellos mismos habían diseñado para los problemas de las sociedades nuevas. El Liberalismo, sin embargo, padecía de al menos dos grandes inconsistencias, una de ellas filosófica, la otra pragmática. La Economía Liberal carece de conciencia de su relación con una tradición muy Europea, y si se quiere ir más lejos, muy Británica. El Protestantismo como imperativo ético es una cualidad sine qua non del Neoliberalismo funcional, pero no una condición natural en el hombre, ese egoísmo planteado, orientado a la productividad y a la generación de Capital, ese Egoísmo-Mano Invisible que tiende y hace tender al balance, sencillamente no es absoluto. Max Weber, unos ciento veinte años más tarde, haría un análisis extensivo de tal realidad justamente bajo el título La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Esta inconsistencia, esta suposición equívoca de la naturaleza humana, también es perceptible en la Ilustración Franco-Inglesa, el movimiento que generaría el libro y la guerra más importantes de su siglo, partía de un supuesto loable pero cuestionable: El Hombre (Todos los Hombres) es razonable, y la Razón es una sola.

El error pragmático (aunque es posible que no haya sido un “error”) parece, o me parece a mí, una consecuencia de lo anterior. El esquema operativo del Liberalismo supone a un conjunto de participantes comerciales en igualdad de condiciones, esta igualdad se desprende de la prerrogativa básica de la Libertad de Mercado. En la praxis, sin embargo, se verifica casi lo contrario, lo que tampoco es para sorprenderse. El problema estriba en que, en toda Europa, y a esas alturas también en el resto del Mundo, ya había gente que era dueña de los medios de producción y gente que no lo era, ello no cambió por la implementación de las nuevas normas, no hubo una redistribución de la riqueza existente para que todos comenzaran con un acceso igualitario a los recursos productivos el nuevo camino hacia la prosperidad. El Liberalismo, visto en retrospectiva, no significó mucho más que la des-estatalización de la economía. No, no todos los hombres eran igual de egoístas, no todos eran igual de protestantes, y no todos tenían (aparte de su Fuerza de Trabajo) con qué participar en el nuevo mercado.

Durante los siguientes dos siglos el mundo sería testigo del proceso de expansión liberalista. Los países Americanos, por ejemplo, toda vez independientes de los yugos imperiales, y apoyados ideológicamente por la Ilustración, hicieron un esfuerzo por integrarse a una dinámica que paulatinamente se hizo global. Lo que me interesa apuntar es que, si bien el liberalismo se extendió (y se impuso) a lo largo del mundo, no todo el mundo estuvo de acuerdo. El siglo XIX, por ejemplo, dio pie a teorías bastante encontradas con el capitalismo en general, hablo sobre todo del Comunismo, del Sindicalismo, y del menos difundido (y mal) Anarquismo. Este trío de grandes perdedores históricos tenía como común denominador una serie de paradigmas específicamente antitéticos de la Economía Liberal. El Comunismo establecía como base de su sistema la propiedad comunitaria de los medios de producción, el Sindicalismo incorporaba mecanismos de control sobre el mercado, mecanismos ejercidos por los trabajadores, los Verdaderos Productores. El Anarquismo, finalmente, de plano negaba la estructuración fija de un modelo económico, quizás porque como yo, Kropotkin (que es el Marx de esta corriente) opinaba que la economía está hecha de fenómenos y eventos persistentes, continuos, y no de reglas, y menos aún de las reglas de algunos.

El siglo veinte vio guerra tras guerra de resistencia al capitalismo y al liberalismo, resistencias a veces discursivas y a veces auténticas, y guerras épicas en casi todos los casos. Una de las primeras fue la nuestra, la afamada Revolución Mexicana, cuyas fracciones zapatista y villista estaban abiertamente en contra del poder del capital. Zapata exigía la intervención del Estado en la re-distribución socialista del medio de producción más básico para una sociedad de campesinos: la tierra. Villa, aunque menos explícitamente, estaba también preocupado por la protección de la ciudadanía trabajadora, creía por ejemplo en el control de los precios, creía en la enseñanza pública, y en una utilización socialmente responsable de los impuestos, una política fiscal orientada a corregir un problema fundamental: la pobreza. Por ahí, encalvados en el olvido, estuvieron también los Flores Magón, demócratas y anarquistas, que al final es casi lo mismo. Todos ellos, y todas esas ideas, quedaron fuera del proyecto final de nuestra nación.

En mil novecientos diecisiete, en Rusia, ocurrió la que quizás haya sido la lucha más representativa contra el Capitalismo. Su resultado fue la URSS, un experimento que duró casi un siglo y que partía de un ideal llamado Dictadura del Proletariado, o del pueblo trabajador. El ideal, más pronto que tarde, desapareció, pero la URSS quedó para la historia. En mil novecientos cuarenta y nueve, luego de un par de décadas de guerra civil, China se unió al bloque mundial de países comunistas, luego, diez años más tarde, Cuba hizo lo propio y sufrió por ello un bloqueo económico convocado por Estados Unidos, que así enunciaba un mensaje muy claro: la única libertad posible es la capitalista. El bloqueo continúa hasta el día de hoy, y también la resistencia cubana.

No, no todo el mundo estaba de acuerdo. Rusia, China y Cuba son los ejemplos visibles, los afamados, pero no los únicos, los movimientos de izquierda en Asia generaron dos guerras famosas, la de Korea y la de Viet Nam, y varias más de baja intensidad, América Latina, por otro lado, no ha parado de luchar y no ha dejado de ser salvajemente reprimida, la guerra Sandinista no la recuerda casi nadie, pero ocurrió, en Chile hubo un Allende, asesinado por cierto un fatídico once de septiembre, el Che Guevara murió peleando una revolución en Bolivia, y en México un presidente enfermizo ordenó la matanza de varias decenas de estudiantes que pedían un país (y acaso un mundo) libre del poder totalitario del capital. Ahí está Antorcha Campesina, ahí está el EZLN, o la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, o los frentes campesinos de Atenco, y ¿qué tal esos otros tipos de insurgencia que van más allá de cualquier forma institucional reconocida, a los que tipificamos mal, y vagamente, como delincuencia?, ¿qué son el terrorismo, o el narcotráfico, o el secuestrismo, o el comercio informal, o la evasión de impuestos, o el robo común, si no esquemas de lucha contra de un sistema económico imposible?

Pero el capital no remitió. El hijo deforme del liberalismo se llamó Neoliberalismo y se propagó por el mundo sobre todo a partir de la década de mil novecientos ochenta. Más que una nueva escuela, el Neoliberalismo fue una consecuencia lógica de las tendencias económicas del último siglo y medio. Si uno analiza las “nuevas” reglas del juego, se dará cuenta de que son esencialmente las mismas, hay un énfasis en la propiedad privada y en los mercados libres. La percepción sobre el Estado interventor, sin embargo, ha variado un poco, los neoliberalistas no la desechan cuando se traduce en subvención o en rescate de los grandes núcleos del capital, un ejemplo reciente: las automotrices estadounidenses, un ejemplo indignante: el fobaproa.

La economía liberal tuvo como principal resultado el crecimiento de la riqueza de algunos productores, y un poco después la concentración de los recursos de producción. Quisiera simplificar este proceso a través de un diagrama operativo. Supongamos que en un espacio geográfico coexisten dos productores de maíz, uno de ellos escasamente más acaudalado que el otro. Un día, un vocero del gobierno anuncia que a partir de ese momento la economía queda inscrita en la dinámica liberal de comercio, las obligaciones que tenían, las prohibiciones, y las regulaciones han sido recortadas al mínimo pensable, y buena suerte para los dos. Tanto para el productor A (el acaudalado) como para el productor B la noticia significa un alivio, tienen sin embargo fines distintos para el uso de la nueva libertad, ahora que el gobierno ya no le impone ni un mínimo ni un máximo de producción, A da inicio a un cultivo exhaustivo, B, en cambio, mantiene su tonelaje en el estimado tradicional, complacido con el placer sencillo de la reducción de impuestos. A aprovecha el superhabit de su riqueza e invierte en maquinas de riego, en tractores, y en empleados, y hacia el final de la temporada obtiene una producción mucho mayor que la de B. A reduce el precio de su maíz, y B sufre para ser competitivo. Luego de tres temporadas más, la situación de B y de su granja se vuelven insostenibles, la producción de A es capaz de solventar las necesidades del mercado por sí misma, sus costos son más bajos, y sus resultados son “financieramente” mejores, de hecho avasalladores. B vende su tierra al productor agigantado, A aprovecha para extender su mercado al pueblo siguiente, invierte en transportes, paga al gobierno para que construya un par de autopistas, compra más tierras, contrata más empleados (quizá B sea uno de ellos), y la espiral se reproduce. Ese fue el principio básico de la conducta liberalista. El Neoliberalismo es lo que ocurre inmediatamente después. El eje del libre mercado transita hacia la globalidad, esto es llamado La Macroeconomía y constituye un conjunto de operaciones financieras que, bajo una lógica que yo no comprendo, comienza a regir la vida pública (es decir, la de nosotros, que no somos Macroeconómicos), sin la intervención de gobierno alguno (y los gobiernos son los órganos de representación populares), a lo largo y ancho del planeta. A, o quizá los hijos de A, finalmente llevan las operaciones de su Corporación Granjera (ya no una granja, sino de muchas) al panorama nacional e internacional. No sólo se apoderan del mercado interno, sino que trascienden las fronteras nacionales y comienzan a apoderarse de otros mercados, en el proceso absorben o arrastran a la quiebra a los productores menores, pero también imponen un nuevo sistema económico, y con ello un Sistema de Vida, porque transforman los Modos de Producción, los re-orientan hacia el crecimiento constante (en realidad perpetuo), o los condenan a muerte. La quiebra no significa la incapacidad de producir, sino la imposibilidad de competir con un productor mayor. El Neoliberalismo, así, no implica sólo un mercado libre, sino una constante expansión de este, y la libertad, por lo demás, queda supeditada a la existencia de capital. Un capitalista es libre de invertir, un productor tradicional no lo es.

Lo que he querido establecer a través de este brevísimo análisis histórico es una sola cosa: El Capitalismo y el Neoliberalismo no son una obligación, no son la normalidad, y mucho menos son un sistema económico-político estabilizador, o saludable, o deseable siquiera. Basta observar la dualidad existente entre Estado y Capital para estar completamente seguros: el Estado se ha convertido en un vasallo de las Corporaciones, hay una tendencia pertinaz a complacerlas, un rumbo no popularmente electo de protección gubernamental a los intereses de un grupo de grandes inversionistas bajo la fachada del sistema del libre consumo. La libertad es en realidad una obligación, no es que seamos libres de consumir, es que estamos obligados a ello, el consumo es un requisito para el crecimiento, para el progreso, y para la generación de capital, para el enriquecimiento, para la competencia, y para la acción en general. Los parámetros ideológicos están atados a un Sistema de Producción del todo incomprensible, incontrolable, e irreal, porque parten de Modos de Producción originalmente verticales, y luego mitificados, explicados y justificados hasta lo absurdo. La vida ha quedado regida por reglas que nos superan, que están en un plano del mundo al cual no tenemos acceso, pero que es capaz de limitar o ampliar (arbitrariamente) nuestro ámbito de acción social. El Universo Financiero nos ha llenado la cabeza de ideas equivocadas, nos ha hecho pensar que la economía es algo que reside más allá de nosotros, que contiene reglas intrínsecas y que esas reglas son inmutables. En realidad no lo son, cambian de acuerdo con la voluntad de unos cuantos, y basta un vistazo para notarlo, y para poder aseverarlo. Sus consecuencias, sin embargo, están en todos lados, ¿quién de nosotros logra evadirse del poder totalitario del capital?

¿Dónde está, entonces, la economía? Yo sostengo que no es donde nos han dicho, sostengo que la economía no tiene que ver con el dinero, no tiene que ver con el consumo, ni con el incremento del capital a nuestra disposición. La economía verdadera, la que en verdad nos es intrínseca, la que nos viene por estar vivos, está en la capacidad de continuar vivos.

La crisis económica que inició a mediados de dos mil nueve no fue una crisis real, en el mundo no dejó de haber recursos productivos, y la fuerza de trabajo, la fuerza de transformación del mundo que está en nosotros los hombres (y en nosotros, las mujeres), no se extinguió, el trabajo, de hecho, no cesó. Las crisis económicas, si el lector decide creerme, no son mucho más que el final de un ciclo de enriquecimiento, llega un punto cada tantos años en el que el capital es incapaz de reproducirse más, los grandes núcleos del poder financiero retiran del mercado los recursos simbólicos que median el acceso al mundo, le quitan valor al dinero, disparan los precios, recortan las existencias, incrementan los intereses, o los reducen. El mundo sigue estando ahí, pero su explotación ya no es lucrativa, ya no permite ampliar el mercado, ya no es capaz de sostener el crecimiento. El neoliberalismo, cuando no crece, colapsa, y las crisis económicas son colapsos programados, sintéticos, edificios que caen hacia dentro, con ingenieros sonrientes a lo lejos.

Este texto es una relectura de información que están tan al alcance de la mano como él mismo. Háganse un favor, tecleen neoliberalismo en google y lean un par de artículos, y permítanse opinar, piensen en ello de camino al trabajo, y piensen en ello unos minutos antes de dormir. Si mi suposición no es un desatino, no van a tardar mucho en darse cuenta de que todo en nuestra forma de vida gira alrededor de la gran mentira financiera, la gran patraña de la acumulación de bienes, de artículos de riqueza, de infraestructura para el crecimiento, de acervos, de documentos, de información, de tecnologías, y de sobrantes etcéteras. Nuestro trabajo no gira en función de la supervivencia, sino en función de la generación de capital, ¿pero qué es el capital?, ¿dónde está?, ¿y qué poderes tiene que es capaz de impedir la producción de alimentos?, ¿por qué recibe más atenciones de mi gobierno que yo?, ¿o por qué el capital me importa más que el oikos?, ¿por qué me importa más que mi hogar?, ¿por qué depende de él que yo haga, que yo sea, que yo exista?

Hay preguntas que no deberíamos dejar de hacernos jamás.



[1] Las siguientes cuatro son muy parecidas a las tres que presento. RAE incluye, al final, una serie de acepciones particulares. La primera de ellas, acotada como zoológica, hace un gesto suave de imparcialidad: Conjunto armónico de los aparatos orgánicos y funciones fisiológicas de los cuerpos vivos. Y luego diez más como las siete primeras.