domingo, 24 de enero de 2010

Ensayo: ¿Dónde está la economía?

¿Dónde está la economía?

 

Hay cosas en el mundo sobre las que casi nunca pensamos y sobre las que deberíamos pensar más, hay al menos ciertas preguntas que deberíamos hacernos, preguntas que de hecho hicimos en algún punto y que luego por alguna razón (por alguna respuesta o por falta de ella) dejamos de hacer. Una de esas preguntas fundamentales es: ¿qué es la economía? Esta es una relectura, a medias semiológica, a medias histórica, y a medias filosófica.

La economía, por principio de cuentas, es un Fenómeno, y en realidad un conjunto de ellos a partir de los que se establece la gran categoría general de Economía. Lo anterior, por otro lado, significa que la Economía, o para ser más precisos El Fenómeno Económico, es un segmento de la realidad constituido por distintas partes entre las cuales un observador es capaz de encontrar una relación. Hacer esta aclaración es vital dado que esencialmente ninguna de las categorías con las que clasificamos el mundo está en él factualmente, todas ellas son consecuencia de la voluntad semiótica (epistemológica incluso) del hombre. El fenómeno económico es, así, una forma de nombrar a un conjunto de cosas que suceden en el mundo. ¿A quienes suceden? Bueno, la respuesta más simple y más tonta para esa pregunta sería decir que la Economía le sucede al Hombre (y a la Mujer, claro). No, la Economía le sucede a la Vida, y de hecho, para una primera definición no necesitamos ir mucho más lejos: La economía es el conjunto de relaciones que un organismo sostiene con un entorno, así como la administración que el organismo hace de esas relaciones.

La etimología (esa mala costumbre que algunos tenemos) dice algo digno de consideración. Economía es el resultado de dos palabras griegas, la primera de ellas es Oikos, que significa Casa, y la segunda es Némo, definida por algunos como Ley, pero cuyo significado en realidad es más próximo a Dominio. Traducido al castellano, Economía significa Dominio de la Casa, el domino del espacio habitacional por parte de un organismo, lo cual me parece que es ser ya suficientemente claros. La casa, sí, el lugar en el cual se está y los asuntos que tienen que ver con él. La forma más básica de economía es la que ocurre en el nivel celular, la célula existe en un balance de emisión y absorción de sustancias del ambiente, a veces un poco de oxígeno, a veces proteínas, a veces excrescencias, bióxidos, monóxidos, alcoholes, lípidos, y etcéteras diversos. El caso celular nos permite establecer un par de cosas más: Primero, la economía no persigue un fin, ocurre simultáneamente al acto de la vida, el Fenómeno Económico es de hecho uno de los elementos que caracterizan a los seres vivos, la Economía es pues una función vital. A mi me parece que el Fenómeno Económico admite muy pocos atributos más en su caracterización operativa. Es justo decir que no hay una naturaleza económica, las relaciones económicas que los organismos establecen con el entorno (que bien puede estar compuesto por otros organismos) dependen de las características de ambos, aquí la palabra clave es Adaptación, lo que nos lleva a conjeturar un poco más: La Economía pertenece al conjunto de acciones que el organismo lleva a cabo para adaptarse a su entorno, agrego A lo largo de un proceso vital, y agrego Ininterrumpidamente.

El tejido, un montón de células apiñadas en un espacio breve, es una forma de economía celular, pero también lo es la amiba solitaria y valiente que vive en la tubería, un espermatozoide, un óvulo, y una mórula, establecen relaciones económicas bien distintas con ambientes también de lo más disímiles. Economía es fumar, comer y hablar, y en realidad todo hacer conlleva un componente económico básico: Se hace en un entorno, en un espacio, que para generalizar llamamos Oikos, El Mundo pues.

Frente a lo anterior, sin embargo, nos encontramos la noción más generalizada que existe de economía. Me interesa por ejemplo la expuesta por RAE. Las primeras tres acepciones (de siete) que la Academia reconoce son las siguientes:

 

Economía:

1. f. Administración eficaz y razonable de los bienes.

2. f. Conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo.

3. f. Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.[1]

No es difícil encontrar una relación clara entre la definición básica que hemos establecido de Economía y la que el diccionario nos ofrece. En ambos casos está contemplado el factor administrativo, y en ambos casos ese ejercicio administrativo está orientado al objeto-mundo. Los nombres del mundo en ambas definiciones son, sin embargo, muy distintos y semánticamente lejanos. Nosotros hemos entendido al mundo como entorno, como el lugar habitacional, RAE en cambio propone, acepción por acepción, una Economía con características quisquillosas. La primera, por ejemplo, califica a la administración como Eficaz y Razonable, que son términos tan vagos como innecesarios en el enunciado que tenemos enfrente, términos allegados en tal medida a un paradigma que casi son términos moralizantes; el mundo (el objeto administrado) aparece bajo el nombre de Bienes; Razón, Eficacia y Bienes son los tres ejes aparentes de la Economía. La segunda acepción claramente establece que el Mundo, aquí llamado Riqueza, es susceptible de posesión, y que esa posesión constituye el rasgo fundamental en la normalidad de las relaciones económicas. La tercera acepción, finalmente, hace dos cosas importantes, primero supone a la economía como a una Ciencia y luego la hace la Ciencia de la Satisfacción de las Necesidades, y si eso no fuera suficiente se da además el lujo de hacer de los Bienes (¡Del Mundo!) algo Escaso. Puestos los elementos como están, la tercera acepción no es más que un mal disfraz para la Ley de la Oferta y la Demanda, una mala broma tal vez.

El diccionario es un buen punto de partida para entender por qué casi nadie sabe un ápice de Economía. El libro de la Academia, junto a una serie de otros actores ideológicos (instituciones y sistemas educativos, estructuras mediáticas, aparejos burocráticos, por nombrar algunos) nos han convencido de algo: La Economía es difícil de entender, algo así como cuando en algún rito de tortura medieval un pagano se convencía de que los caminos del Señor son misteriosos. El proceso es complejo y está tan lleno de aristas que casi es circular. Lo primero que quiero observar es la falsa relación de inherencia que el Sistema Publicitario Occidental ha querido establecer entre Capital y Economía.

Nuestra sociedad (y casi todas las sociedades del mundo contemporáneo) rige su Coexistencia Económica (la serie de adaptaciones hechas por los organismos para administrar sus relaciones con el entorno) mediante un sistema abstracto de ideas llamado Capitalismo. El mecanismo operativo capitalista es más o menos el siguiente: El Fenómeno Económico se transforma radicalmente por la participación de un nuevo agente, el símbolo del dinero. En oposición, por ejemplo, a los sistemas de trueque, o semi-monetarizados, en los que el mundo ya está representado como un bien de cambio, y en contradicción con los sistemas de autoconsumo (por razones obvias), el sistema capitalista generó el Símbolo Riqueza, y su expresión material, la Divisa Económica: Dólares, Euros, Pesos, etc. Divisa por cierto no significa otra cosa que emblema: el dinero es un Emblema de nuestras relaciones con el Entorno, el símbolo único de cambio, o en otras palabras el símbolo único de acceso al Mundo.

El capitalismo, en todos los casos, se instaló (y se instala aún) mediante la violencia. Sus mecanismos de reproducción social son, en cambio, mucho más creativos: una enorme batería de instituciones que en general se dedica a divulgar ideas razonables (pero sólo razonables), parciales, y plagadas de omisiones acerca de la realidad, y de los parámetros con los que la realidad es medida en todos los órdenes: moral, político, intelectual y económico. Hay, pues, una moral capitalista que fomenta (o impone) principios básicos como El Trabajo, El Patrimonio, El Matrimonio (desde luego), La Familia Nuclear, Los principios del Consumismo, entre otros. La Política Capitalista en general se autoproclama Democracia, un oxímoron redondo. La generación de conocimiento es también regida por principios que parecen lógicos, principios de lucro y de incremento del acervo de capital, pero que sólo abordan lo que una Intelectualidad Capitalista permite abordar, el Intelecto no cabe aquí sino como Fuerza de Trabajo, redituable, repetible, y estandarizable, La Ciencia (en oposición a la Filosofía, la Filosofía Científica, o a una especulada Ciencia Filosófica) resulta un perfecto ejemplo. Una Economía Capitalista, finalmente, es una Economía en la que las relaciones con el mundo se reducen a las relaciones con el dinero. La interacción sufre la intervención previa del Símbolo Riqueza, este símbolo, bajo este sistema, es universal: el dinero compra el mundo, el mundo se convierte en pedazos acumulables e intercambiables (Bienes), y el dinero se regulariza como la forma final (dicen ellos) de Administración, algo así como un Absolutismo Adaptativo.

Este modelo de cosmovisión capitalista (el conjunto de paradigmas sobre los cuales se organiza) logró exacerbar la Economía Simbólica a través de Perspectivas Epistemológicas cada vez más lejanas de la Economía Real. En realidad lo que hizo fue generar un sub-universo capitalista de la Economía: El Mundo de las Finanzas, el mundo conceptual de los pagos y las obligaciones que los pagos generan, la serie de pactos que se requiere de la sociedad para el establecimiento de una organización así, y la enorme cantidad de Poder Financiero que estos pactos permiten a algunos sectores hegemónicos.

A continuación quiero caracterizar al dominio de lo Financiero como una cortina de humo de doble función. La primera de ellas consiste en una de-secularización del pensamiento económico formal, es decir, aquel mediante el cual es posible participar en el debate económico público. Lo anterior, sin embargo, tiene un peso muy significativo cuando se le contextualiza. El no acceso al debate económico en un sistema social cuyos paradigmas se desprenden totalmente de una doctrina económica (el Capitalismo) equivale al no acceso a la discusión mediante la cuál se deciden los mecanismos por los que es posible acceder al Mundo, ni los parámetros de su valuación (el Valor del Mundo), ni las reglas de su intercambio.

La segunda función que quiero señalar es la de la Despersonalización de las Operaciones de la Macro-Economía. El Universo Simbólico Financiero libera un lenguaje y un conjunto de ejes cognoscitivos por medio de los cuales los grupos hegemónicos establecen una justificación teórica para un conjunto de Operaciones Financieras, es decir Operaciones Meta-Simbólicas del Capital, bajo reglas, usos y métricas casi monásticos, por lo herméticos, pero también por lo que ambos tienen de mítico. El precio del petróleo por ejemplo, depende en términos generales tanto de la cantidad de petróleo aportada al mercado por los diversos productores, como de la demanda global del hidrocarburo, y hasta este punto todo tiene un sentido más o menos lógico. Esa lógica, sin embargo, esconde mucho más de lo que aclara, un enunciado en esos términos intenta reducir el complicado proceso de la cotización del petróleo a algo como un fenómeno natural, el precio del petróleo se convierte en una Fuerza Mayor, aleatoria e impredecible. La valuación del petróleo, sobra decirlo, no es un acto de magia y no hay nada místico en él. Por lo demás, la oferta del petróleo no depende tanto de factores Económicos como de determinaciones humanas que pueden atribuirse a personas de carne y hueso. Las Organizaciones Petroleras del Mundo, pese a la madeja de tratados y acuerdos internacionales, están regidas por una poco concurrida parroquia de grandes magnates y un conjunto de gobiernos relativamente pequeño a lo ancho del globo, que operan, contra toda apariencia, por pura arbitrariedad. Cuando alguno de los grandes productores tiene ganas de provocar un desbalance global lo único que tiene que hacer es aumentar o reducir su producción, la guerra del Golfo Pérsico, por ejemplo, tuvo un origen de esta naturaleza: Kuwait rebajó los precios y aumentó la extracción, Irak, en plena crisis económica, y también productor de petróleo, optó por la intervención militar, Estados Unidos se apersonó en Medio Oriente, expulsó del territorio ocupado a los iraquíes, y consumió a precios rebajados la sobre-producción de crudo de Kuwait. Así de arbitrario.

El fenómeno de Ilusión Natural es, sin embargo, una constante en el discurso Financiero, está en las transacciones de cambios accionarios como la presencia del azar, como si invertir fuera un poco de apostar y un poco de saber perder. La realidad del mundo accionario es otra, los grandes actores presentan una farsa al público en la que cada uno de ellos tiene un rol asignado y un papel en el Mundo Corporativo, aleatorio sólo en apariencia.

Fenómenos como la depreciación de una moneda, lejos de accidentes o  contingencias, constituyen de hecho medidas económicas en algunos Países, México entre ellos. El valor de una moneda está determinado por la riqueza que respalda a esa divisa, así, si en Noestonia (mi casa, que es republicana, y es casa de ustedes también) hay un conjunto de bienes cuyo valor es de cien pesos, y el banco de Noé emite cien monedas de un peso, el valor que representa la divisa es equivalente al valor total de mi riqueza. En un caso así no hay devaluación. Pero si un día alguien entra en mi casa y se lleva la mitad de mis cosas, de pronto la situación de mi moneda se hace inestable, de un momento a otro el valor real de mis pesos es mitad verdad y mitad mentira. También puede ocurrir que me permita emitir una cantidad extra de monedas para ser intercambiadas con el mundo exterior. La moneda, por esto o por aquello (y en México suceden ambas simultáneamente), no representa una riqueza respaldada. Hay tres medidas posibles ante una situación así, la primera de ellas, la audaz, es la revaloración de los bienes nacionales, la adquisición, o la creación de nuevas riquezas hasta cubrir el valor negativo de las existentes. Esto generalmente implica un proceso de Inversión, en carreteras por ejemplo, desarrollo tecnológico, vivienda, servicios de salud, o en nuevas empresas (inversión vía excensión fiscal, o estímulo económico). Otra posibilidad es retirar de circulación el excedente de divisas no respaldadas, operación que, claro, resulta impráctica porque casi nadie está dispuesto a entregar dinero a cambio de una explicación más bien pobre, más bien carente de sentido: Es que la mitad no vale para nada. La tercera medida es, propiamente, la Devaluación, o la anulación de parte del valor de una moneda; el banco central de un país (que no la providencia de Dios) establece una tasa depreciativa, y la acción es ejecutada por las instituciones financieras a lo largo de un periodo de tiempo, hasta alcanzar un valor monetario estable, lo que de ningún modo se traduce en beneficios para la población que, en cambio, enfrenta un alza en los precios, y una pérdida de poder adquisitivo.

Ante los procesos anteriores, el resultado es casi siempre el mismo: el Endeudamiento nacional. Hay dos tipos de deuda, ambos ampliamente discutidos en la esfera pública, y ambos, por lo general, poco explicados. En primer lugar tenemos la Deuda Interna, que no es otra cosa que justamente la consecuencia directa de la sobre-emisión de divisas no respaldadas. Cuando un país tiene un órgano emisor privado (como el caso de Estados Unidos y la Reserva Federal) la deuda se establece entre la ciudadanía y un grupo de capitalistas. Cuando, en cambio, el emisor es un órgano público (Mexico tiene a Banxico, que es autónomo, pero cuya gobernación es designada por el Ejecutivo Federal) la deuda es de la ciudadanía hacia la ciudadanía misma. Yo no alego que ello tenga sentido, pero así es como funciona. La Deuda Externa, por otra parte, es una consecuencia de la deuda interna, y aparece cuando ante la incapacidad de un gobierno por fortalecer la riqueza nacional, el país recurre a un préstamo del exterior. La deuda, entonces, se ajusta a tasas de interés que ya no están bajo el control del banco central, sino regidas por organismos internacionales, como el FMI o el Banco Mundial. La Inversión Corporativa funciona también como un mecanismo aparente de generación de riqueza interna. Esta apariencia, sin embargo, es cuestionable. Ocurre algo parecido al juego del Turista: Un país se esmera por conseguir un número posible de servicios básicos (en el juego: las casitas, una representación tanto de la población, como de la posibilidad productiva de esta) con el fin de ser un blanco atractivo para las empresas inversionistas. El endeudamiento interno, por ejemplo, puede ser una respuesta a este fin, un gasto de lo que no se tiene para obtener una ganancia superior en el futuro. El problema con la inversión corporativa es que, pese a que efectivamente genera empleos, y a que efectivamente hace circular dinero entre la población de una sociedad determinada, no agrega valor a la nación, no se trata de un bien fijo, sino de una contingencia que depende, en mucho, de la laxitud de un Estado (la élite gobernante) frente a los propietarios (porque los hay) de una corporación.

Hablemos pues de ese otro actor, la Corporación. La figura de la Corporación es un símbolo de legitimidad en el mundo del capitalismo y particularmente del Neoliberalismo. Una Corporación, por ejemplo tiene el derecho de exigir concesiones arancelarias a un gobierno si considera que su oferta de trabajo puede traducir esas exenciones en un “tipo de inversión” para generar riqueza en el país. Felipe Calderón habla de cosas parecidas recurrentemente, y de hecho construyó toda una campaña electoral con base en promesas de ello. Prestaciones posibles a una corporación son el desarrollo estatal de infraestructura, o la facilitación de recursos naturales; en acciones concretas (acciones públicas, acciones de gobierno): desviación de ríos, construcción de carreteras que conectan pueblos con parques industriales, concesión de tierras expropiadas a comunidades que pasan de vivir en una economía autónoma y más o menos realista, a depender de fuentes de ingreso determinadas por intereses internacionales. Discursivamente las acciones son defendibles: El mundo es así, dicen, y así es la Economía. El problema es que en este discurso cabe al menos una mentira grande y fundamental: Una Corporación NO agrega valor a un país, no por sí misma, y no sólo “porque sí”. En cambio, el hecho de que un grupo de inversionistas tenga la posibilidad de trazar por su cuenta una parte de la agenda pública de un gobierno establece un marco de grave desprotección a la ciudadanía, la economía real, determinada finalmente por la Economía Financiera Global, es relegada a un segundo plano, y sus propiedades básicas son re-sintetizadas por la intervención de un sistema económico basado en principios muchas veces incompatibles con la naturaleza primaria del modelo económico al cual reemplaza, incompatible con la sustentabilidad, por ejemplo, e incompatible, a fin de cuentas, con todo aquello que no sea también capitalista y neoliberal. A partir de aquí es posible hacer una distinción entre dos clases sociales no concebibles en un sistema que fuera realmente Democrático: Ciudadanos de Primera, con acceso irrestricto al capital ficticio del mundo financiero, injerencia en el gobierno de una nación, y poder para cambiar las reglas a placer en ambos universos, el Estatal y el Corporativo. Y el resto de nosotros, los Ciudadanos de Segunda, contribuyendo en mayor o menor medida a la preservación de un Sistema Económico falaz, hegemónico y desempoderante.

¿Qué es un Sistema Económico? Bueno, hay algunas nociones explicadas en el marxismo. Un Sistema Económico puede caracterizarse básicamente por la relación existente entre los Medios de Producción y los Modos de Producción. Medios de Producción es todo aquel sector del universo físico que entra en juego para el proceso de Transformación de la Naturaleza en un artículo de Valor Transformado: un Bien. En este rubro encontramos la Fuerza de Trabajo Humana, los Recursos Naturales o Materias Primas, y los Mecanismos Tecnológicos de Transformación, las máquinas. Modos de Producción, por otro lado, es el término que denomina las Relaciones Sociales a través de las cuales los Medios de Producción son administrados, y están a su vez vinculados a otro concepto básico, la Propiedad. Hay una relación, en todos los casos, entre propiedad, medio de producción y modo de producción, pero no en todos los casos la relación es la misma. Esencialmente podemos hacer una distinción entre dos mecanismos distintos: Cuando la propiedad de los medios es de orden comunitario (otra forma de leer la no-propiedad) las relaciones sociales de la producción (es decir, los Modos) tenderán a adoptar una estructura horizontal. Cuando la propiedad esté, en cambio, centralizada en uno o en pocos individuos, las relaciones serán siempre verticales. Lo anterior, por lo demás, no impone otras determinantes. De la horizontalidad y verticalidad de un Sistema Económico (un sistema de producción) no se sigue a priori una relación intrínsecamente calificable como mejor o peor, ni en sus resultados numerales, ni en la siempre subjetiva evaluación de las relaciones sociales que se tracen en él. Un modelo vertical puede repercutir en un Sistema Económico que después de un primer salto hegemónico se convierta en un ejemplo semi-democrático de igualdad y prosperidad, si bien para verificar un sistema así haría falta un propietario altamente salomónico. Un sistema de relaciones horizontales no garantiza, a su vez, ni la sustentabilidad social ni la productiva, y nada le impide arrojar como resultado una muy democrática miseria colectiva.

Lo innegable, luego de tantas cosas discutibles, es que un Sistema Económico establece un Sistema Político en relación directa con la Propiedad de los Medios de Producción. Puesto en otras palabras, los Modos de Producción son parte de la base primaria de un sistema social de convivencia, es decir la serie de patrones que rigen La Polis, la ciudad, el estado, y el Mundo Público: Los Modos de Producción son el primer elemento superestructural del sistema desde el cual una sociedad opera en conjunto (como un macro-organismo) para adaptarse a su ambiente, son, de hecho, el inicio de un Sistema Operativo, o un conjunto de símbolos alrededor de los cuales se organiza la cosmovisión social. A continuación analizo la relación que se ha establecido históricamente entre Democracia y Capital como sistemas de adaptación.

El sistema político demócrata es originalmente incompatible con el sistema económico capitalista por una razón muy sencilla: el orden que se establece en los modos de producción es hegemónico, hay un poseedor y un desposeído, un explotador y un explotado, el primero impone sus reglas, y el segundo las obedece. El término explotación es altamente significativo en este análisis. En el paradigma capitalista el objeto de explotación es el mundo poseíble (como dice RAE), es decir, los Medios de Producción. Hemos establecido también que dentro del rubro de los Medios de Producción está incluida la Fuerza de Trabajo Humana, el motor de la transformación del Mundo en Bienes de consumo. La Fuerza de Trabajo, así, no es más que un eufemismo para hablar del hombre como parte del mundo explotable. ¿Cómo es entonces que se establece en un orden económico de este tipo, un sistema político llamado Democracia, que en buen castellano significa Gobierno o Poder del Pueblo (TODO el pueblo)? El paradigma es simple, pero la urdimbre de sutilezas necesarias para explicarlo es exasperante e inacabable. Yo intentaré abordar el tema desde la perspectiva del sistema Republicano.

Parto nuevamente de la etimología. República se desprende de dos palabras ya no griegas sino latinas: Res y Pública, o Cosa Pública. El término, así, alude, más que a un país, a un Espacio de Convivencia en el cual los Convivientes poseen, todos en la misma medida, el espacio compartido. El mecanismo clave, y la principal determinante del tipo de república observada es la Ley, una república se caracteriza por una ley unitaria aplicable al conjunto de los participantes de una sociedad, es mediante la ley que la igualdad entre los ciudadanos se vuelve no sólo obligada, sino institucional y por lo tanto factual. Las particularidades legales de cada República pueden hacer de éstas democráticas o no, hay repúblicas despóticas en las que la ley se traza desde un escaño superior y se vierte sobre la ciudadanía, y hay también repúblicas tiránicas en las que la ley se avoca exclusivamente a la voluntad de la clase dominante. Una república democrática, en cambio, se caracteriza generalmente por ser representativa, lo que quiere decir que su vida institucional es un reflejo de la voluntad ciudadana y que la ley (los acuerdos de convivencia) pertenece a todos. A esta ley, que proviene de un sentir colectivo, la conocemos bajo el cultismo de Contrato Social, y su forma operativa es La Constitución Política. Los eventos se ordenan más o menos así: Una nación decide inclinarse por el camino de la democracia, así que convoca a un congreso de representantes para elaborar una Constitución Política que enmarque la ley bajo la cual la ciudadanía elige coexistir. El congreso constituyente redacta un documento que contiene el contrato y lo emite para que un Poder Ejecutivo lo haga valer mediante la implementación de acciones públicas (acciones de gobierno). Asimismo, la república genera un tercer poder, el Judicial, que se ocupa de sancionar las violaciones al contrato. La república, con sus tres poderes, se instituye como un mecanismo social de acción cuyo eje es la igualdad entre los ciudadanos, la igualdad ante la ley popular.

La convergencia entre república y capital ocurrió como un fenómeno europeo y simultáneamente a una serie de movimientos socio-políticos entre los siglos XVI y XIX, cuyo resultado fue el Mundo Moderno. Los reinos y los imperios se transformaron en estados nacionales, el feudo se convirtió en capital, el vasallo en empleado, el noble en patrón, y el derecho divino mudó de forma hacia el derecho racional, derecho burgués en realidad, no menos arbitrario, pero en el origen sí más posiblemente universal. La intervención Estatal en la vida económica también se vio obligada a modificarse, y de hecho a borrarse del esquema social, la tradición Absolutista, en la que los grupos hegemónicos tenían al mercado por rehén se disolvió en una oleada de escuelas revolucionarias del pensamiento económico. A mediados del siglo XVIII surgió en Inglaterra una particularmente significativa: El Liberalismo. Generada por el escocés Adam Smith, y extensamente influenciada por la Escuela Fisiócrata (o de la ley natural aplicada a los fenómenos económicos), el Liberalismo abogaba por el Mercado y la Empresa Libres, por la propiedad Privada, y por el Contrato Individual. La doctrina, así, es originalmente una reacción en contra de los reguladores Aristocráticos del mundo económico público y en este sentido también constituye una apuesta, si no por la Democracia, sí por un paradigma económico Republicano, es decir, un marco de acción económica igualitaria. En las tesis liberales el egoísmo humano (liberado) es la clave para la estabilidad, para el desarrollo y para la prosperidad.

Durante los años siguientes hubo gente inteligente que habló en términos muy elevados de la nueva doctrina. Los Ilustrados Franceses la tomaron por una solución económica paralela a las soluciones políticas que ellos mismos habían diseñado para los problemas de las sociedades nuevas. El Liberalismo, sin embargo, padecía de al menos dos grandes inconsistencias, una de ellas filosófica, la otra pragmática. La Economía Liberal carece de conciencia de su relación con una tradición muy Europea, y si se quiere ir más lejos, muy Británica. El Protestantismo como imperativo ético es una cualidad sine qua non del Neoliberalismo funcional, pero no una condición natural en el hombre, ese egoísmo planteado, orientado a la productividad y a la generación de Capital, ese Egoísmo-Mano Invisible que tiende y hace tender al balance, sencillamente no es absoluto. Max Weber, unos ciento veinte años más tarde, haría un análisis extensivo de tal realidad justamente bajo el título La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Esta inconsistencia, esta suposición equívoca de la naturaleza humana, también es perceptible en la Ilustración Franco-Inglesa, el movimiento que generaría el libro y la guerra más importantes de su siglo, partía de un supuesto loable pero cuestionable: El Hombre (Todos los Hombres) es razonable, y la Razón es una sola.

El error pragmático (aunque es posible que no haya sido un “error”) parece, o me parece a mí, una consecuencia de lo anterior. El esquema operativo del Liberalismo supone a un conjunto de participantes comerciales en igualdad de condiciones, esta igualdad se desprende de la prerrogativa básica de la Libertad de Mercado. En la praxis, sin embargo, se verifica casi lo contrario, lo que tampoco es para sorprenderse. El problema estriba en que, en toda Europa, y a esas alturas también en el resto del Mundo, ya había gente que era dueña de los medios de producción y gente que no lo era, ello no cambió por la implementación de las nuevas normas, no hubo una redistribución de la riqueza existente para que todos comenzaran con un acceso igualitario a los recursos productivos el nuevo camino hacia la prosperidad. El Liberalismo, visto en retrospectiva, no significó mucho más que la des-estatalización de la economía. No, no todos los hombres eran igual de egoístas, no todos eran igual de protestantes, y no todos tenían (aparte de su Fuerza de Trabajo) con qué participar en el nuevo mercado.

Durante los siguientes dos siglos el mundo sería testigo del proceso de expansión liberalista. Los países Americanos, por ejemplo, toda vez independientes de los yugos imperiales, y apoyados ideológicamente por la Ilustración, hicieron un esfuerzo por integrarse a una dinámica que paulatinamente se hizo global. Lo que me interesa apuntar es que, si bien el liberalismo se extendió (y se impuso) a lo largo del mundo, no todo el mundo estuvo de acuerdo. El siglo XIX, por ejemplo, dio pie a teorías bastante encontradas con el capitalismo en general, hablo sobre todo del Comunismo, del Sindicalismo, y del menos difundido (y mal) Anarquismo. Este trío de grandes perdedores históricos tenía como común denominador una serie de paradigmas específicamente antitéticos de la Economía Liberal. El Comunismo establecía como base de su sistema la propiedad comunitaria de los medios de producción, el Sindicalismo incorporaba mecanismos de control sobre el mercado, mecanismos ejercidos por los trabajadores, los Verdaderos Productores. El Anarquismo, finalmente, de plano negaba la estructuración fija de un modelo económico, quizás porque como yo, Kropotkin (que es el Marx de esta corriente) opinaba que la economía está hecha de fenómenos y eventos persistentes, continuos, y no de reglas, y menos aún de las reglas de algunos.

El siglo veinte vio guerra tras guerra de resistencia al capitalismo y al liberalismo, resistencias a veces discursivas y a veces auténticas, y guerras épicas en casi todos los casos. Una de las primeras fue la nuestra, la afamada Revolución Mexicana, cuyas fracciones zapatista y villista estaban abiertamente en contra del poder del capital. Zapata exigía la intervención del Estado en la re-distribución socialista del medio de producción más básico para una sociedad de campesinos: la tierra. Villa, aunque menos explícitamente, estaba también preocupado por la protección de la ciudadanía trabajadora, creía por ejemplo en el control de los precios, creía en la enseñanza pública, y en una utilización socialmente responsable de los impuestos, una política fiscal orientada a corregir un problema fundamental: la pobreza. Por ahí, encalvados en el olvido, estuvieron también los Flores Magón, demócratas y anarquistas, que al final es casi lo mismo. Todos ellos, y todas esas ideas, quedaron fuera del proyecto final de nuestra nación.

En mil novecientos diecisiete, en Rusia, ocurrió la que quizás haya sido la lucha más representativa contra el Capitalismo. Su resultado fue la URSS, un experimento que duró casi un siglo y que partía de un ideal llamado Dictadura del Proletariado, o del pueblo trabajador. El ideal, más pronto que tarde, desapareció, pero la URSS quedó para la historia. En mil novecientos cuarenta y nueve, luego de un par de décadas de guerra civil, China se unió al bloque mundial de países comunistas, luego, diez años más tarde, Cuba hizo lo propio y sufrió por ello un bloqueo económico convocado por Estados Unidos, que así enunciaba un mensaje muy claro: la única libertad posible es la capitalista. El bloqueo continúa hasta el día de hoy, y también la resistencia cubana.

No, no todo el mundo estaba de acuerdo. Rusia, China y Cuba son los ejemplos visibles, los afamados, pero no los únicos, los movimientos de izquierda en Asia generaron dos guerras famosas, la de Korea y la de Viet Nam, y varias más de baja intensidad, América Latina, por otro lado, no ha parado de luchar y no ha dejado de ser salvajemente reprimida, la guerra Sandinista no la recuerda casi nadie, pero ocurrió, en Chile hubo un Allende, asesinado por cierto un fatídico once de septiembre, el Che Guevara murió peleando una revolución en Bolivia, y en México un presidente enfermizo ordenó la matanza de varias decenas de estudiantes que pedían un país (y acaso un mundo) libre del poder totalitario del capital. Ahí está Antorcha Campesina, ahí está el EZLN, o la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, o los frentes campesinos de Atenco, y ¿qué tal esos otros tipos de insurgencia que van más allá de cualquier forma institucional reconocida, a los que tipificamos mal, y vagamente, como delincuencia?, ¿qué son el terrorismo, o el narcotráfico, o el secuestrismo, o el comercio informal, o la evasión de impuestos, o el robo común, si no esquemas de lucha contra de un sistema económico imposible?

Pero el capital no remitió. El hijo deforme del liberalismo se llamó Neoliberalismo y se propagó por el mundo sobre todo a partir de la década de mil novecientos ochenta. Más que una nueva escuela, el Neoliberalismo fue una consecuencia lógica de las tendencias económicas del último siglo y medio. Si uno analiza las “nuevas” reglas del juego, se dará cuenta de que son esencialmente las mismas, hay un énfasis en la propiedad privada y en los mercados libres. La percepción sobre el Estado interventor, sin embargo, ha variado un poco, los neoliberalistas no la desechan cuando se traduce en subvención o en rescate de los grandes núcleos del capital, un ejemplo reciente: las automotrices estadounidenses, un ejemplo indignante: el fobaproa.

La economía liberal tuvo como principal resultado el crecimiento de la riqueza de algunos productores, y un poco después la concentración de los recursos de producción. Quisiera simplificar este proceso a través de un diagrama operativo. Supongamos que en un espacio geográfico coexisten dos productores de maíz, uno de ellos escasamente más acaudalado que el otro. Un día, un vocero del gobierno anuncia que a partir de ese momento la economía queda inscrita en la dinámica liberal de comercio, las obligaciones que tenían, las prohibiciones, y las regulaciones han sido recortadas al mínimo pensable, y buena suerte para los dos. Tanto para el productor A (el acaudalado) como para el productor B la noticia significa un alivio, tienen sin embargo fines distintos para el uso de la nueva libertad, ahora que el gobierno ya no le impone ni un mínimo ni un máximo de producción, A da inicio a un cultivo exhaustivo, B, en cambio, mantiene su tonelaje en el estimado tradicional, complacido con el placer sencillo de la reducción de impuestos. A aprovecha el superhabit de su riqueza e invierte en maquinas de riego, en tractores, y en empleados, y hacia el final de la temporada obtiene una producción mucho mayor que la de B. A reduce el precio de su maíz, y B sufre para ser competitivo. Luego de tres temporadas más, la situación de B y de su granja se vuelven insostenibles, la producción de A es capaz de solventar las necesidades del mercado por sí misma, sus costos son más bajos, y sus resultados son “financieramente” mejores, de hecho avasalladores. B vende su tierra al productor agigantado, A aprovecha para extender su mercado al pueblo siguiente, invierte en transportes, paga al gobierno para que construya un par de autopistas, compra más tierras, contrata más empleados (quizá B sea uno de ellos), y la espiral se reproduce. Ese fue el principio básico de la conducta liberalista. El Neoliberalismo es lo que ocurre inmediatamente después. El eje del libre mercado transita hacia la globalidad, esto es llamado La Macroeconomía y constituye un conjunto de operaciones financieras que, bajo una lógica que yo no comprendo, comienza a regir la vida pública (es decir, la de nosotros, que no somos Macroeconómicos), sin la intervención de gobierno alguno (y los gobiernos son los órganos de representación populares), a lo largo y ancho del planeta. A, o quizá los hijos de A, finalmente llevan las operaciones de su Corporación Granjera (ya no una granja, sino de muchas) al panorama nacional e internacional. No sólo se apoderan del mercado interno, sino que trascienden las fronteras nacionales y comienzan a apoderarse de otros mercados, en el proceso absorben o arrastran a la quiebra a los productores menores, pero también imponen un nuevo sistema económico, y con ello un Sistema de Vida, porque transforman los Modos de Producción, los re-orientan hacia el crecimiento constante (en realidad perpetuo), o los condenan a muerte. La quiebra no significa la incapacidad de producir, sino la imposibilidad de competir con un productor mayor. El Neoliberalismo, así, no implica sólo un mercado libre, sino una constante expansión de este, y la libertad, por lo demás, queda supeditada a la existencia de capital. Un capitalista es libre de invertir, un productor tradicional no lo es.

Lo que he querido establecer a través de este brevísimo análisis histórico es una sola cosa: El Capitalismo y el Neoliberalismo no son una obligación, no son la normalidad, y mucho menos son un sistema económico-político estabilizador, o saludable, o deseable siquiera. Basta observar la dualidad existente entre Estado y Capital para estar completamente seguros: el Estado se ha convertido en un vasallo de las Corporaciones, hay una tendencia pertinaz a complacerlas, un rumbo no popularmente electo de protección gubernamental a los intereses de un grupo de grandes inversionistas bajo la fachada del sistema del libre consumo. La libertad es en realidad una obligación, no es que seamos libres de consumir, es que estamos obligados a ello, el consumo es un requisito para el crecimiento, para el progreso, y para la generación de capital, para el enriquecimiento, para la competencia, y para la acción en general. Los parámetros ideológicos están atados a un Sistema de Producción del todo incomprensible, incontrolable, e irreal, porque parten de Modos de Producción originalmente verticales, y luego mitificados, explicados y justificados hasta lo absurdo. La vida ha quedado regida por reglas que nos superan, que están en un plano del mundo al cual no tenemos acceso, pero que es capaz de limitar o ampliar (arbitrariamente) nuestro ámbito de acción social. El Universo Financiero nos ha llenado la cabeza de ideas equivocadas, nos ha hecho pensar que la economía es algo que reside más allá de nosotros, que contiene reglas intrínsecas y que esas reglas son inmutables. En realidad no lo son, cambian de acuerdo con la voluntad de unos cuantos, y basta un vistazo para notarlo, y para poder aseverarlo. Sus consecuencias, sin embargo, están en todos lados, ¿quién de nosotros logra evadirse del poder totalitario del capital?

¿Dónde está, entonces, la economía? Yo sostengo que no es donde nos han dicho, sostengo que la economía no tiene que ver con el dinero, no tiene que ver con el consumo, ni con el incremento del capital a nuestra disposición. La economía verdadera, la que en verdad nos es intrínseca, la que nos viene por estar vivos, está en la capacidad de continuar vivos.

La crisis económica que inició a mediados de dos mil nueve no fue una crisis real, en el mundo no dejó de haber recursos productivos, y la fuerza de trabajo, la fuerza de transformación del mundo que está en nosotros los hombres (y en nosotros, las mujeres), no se extinguió, el trabajo, de hecho, no cesó. Las crisis económicas, si el lector decide creerme, no son mucho más que el final de un ciclo de enriquecimiento, llega un punto cada tantos años en el que el capital es incapaz de reproducirse más, los grandes núcleos del poder financiero retiran del mercado los recursos simbólicos que median el acceso al mundo, le quitan valor al dinero, disparan los precios, recortan las existencias, incrementan los intereses, o los reducen. El mundo sigue estando ahí, pero su explotación ya no es lucrativa, ya no permite ampliar el mercado, ya no es capaz de sostener el crecimiento. El neoliberalismo, cuando no crece, colapsa, y las crisis económicas son colapsos programados, sintéticos, edificios que caen hacia dentro, con ingenieros sonrientes a lo lejos.

Este texto es una relectura de información que están tan al alcance de la mano como él mismo. Háganse un favor, tecleen neoliberalismo en google y lean un par de artículos, y permítanse opinar, piensen en ello de camino al trabajo, y piensen en ello unos minutos antes de dormir. Si mi suposición no es un desatino, no van a tardar mucho en darse cuenta de que todo en nuestra forma de vida gira alrededor de la gran mentira financiera, la gran patraña de la acumulación de bienes, de artículos de riqueza, de infraestructura para el crecimiento, de acervos, de documentos, de información, de tecnologías, y de sobrantes etcéteras. Nuestro trabajo no gira en función de la supervivencia, sino en función de la generación de capital, ¿pero qué es el capital?, ¿dónde está?, ¿y qué poderes tiene que es capaz de impedir la producción de alimentos?, ¿por qué recibe más atenciones de mi gobierno que yo?, ¿o por qué el capital me importa más que el oikos?, ¿por qué me importa más que mi hogar?, ¿por qué depende de él que yo haga, que yo sea, que yo exista?

Hay preguntas que no deberíamos dejar de hacernos jamás.



[1] Las siguientes cuatro son muy parecidas a las tres que presento. RAE incluye, al final, una serie de acepciones particulares. La primera de ellas, acotada como zoológica, hace un gesto suave de imparcialidad: Conjunto armónico de los aparatos orgánicos y funciones fisiológicas de los cuerpos vivos. Y luego diez más como las siete primeras.

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